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Infidelidad o metasexo tras la línea que cruzó Adam Levine

El cantante de Maroon 5 vive en un mundo donde el amor es eso que hace que se sienta cada vez más solo

Adam Levine, en un actuación de Maroon 5 en Atlanta.
Adam Levine, en un actuación de Maroon 5 en Atlanta.USA TODAY USPW (Reuters)
Nuria Labari

En el amor hay una línea y el cantante Adam Levine la ha cruzado y además lo ha confesado públicamente en un storie de Instagram. “No tuve una aventura, pero crucé la línea durante un periodo lamentable de mi vida”, ha dicho después de que la modelo Sumner Stroh publicase en su cuenta de Tik Tok (con medio millón de seguidores) unas conversaciones subidas de tono con él. Mientras tanto, Behati Prinsloo, la esposa de Levine, guarda silencio embarazada del tercer hijo de ambos. Y yo me pregunto: ¿dónde está esa línea que cruzó Adam Levine? Y también: ¿qué hay al otro lado y por qué hace que la vida sea lamentable?

En una primera lectura podría parecer que la línea es una metáfora de la fidelidad. Y que Levine intenta explicarnos que se portó mal pero que no fue infiel. O sea, que mandó algunos mensajes eróticos pero que no hubo sexo. Sin embargo, la línea de la que habla Levine no es la de la fidelidad, ni siquiera del sexo. Al contrario, es una frontera mucho más grande y más negra: un surco en la tierra que hemos excavado entre todos, con nuestras propias manos. Porque la línea no es la de la infidelidad sino la que separa el amor real del virtual. Y él la cruzó. Adam Levine estableció relaciones sentimentales desde su smartphone y remplazó con la tecnología espacios de intimidad que antes ocupaban sus relaciones personales. Adam Levine se sintió muy solo en el salón de su propia casa y eligió recibir estímulos rápidos desde su teléfono, escribió palabras de amor a través de una aplicación de mensajería instantánea para una mujer que en vez de un nombre tenía un nick. No tuvo sexo o tal vez sí, a lo mejor fue sexting, qué más da. Adam Levine se puso cachondo con una mujer hecha de filtros, con una posibilidad, con una imagen, con una relación… virtual. Adam Levine cruzó la línea. Y yo me pregunto, ¿y quién no?

La primera vez que vi una historia de amor virtual fue en la película Her, la obra maestra de Spike Jonze. Estábamos en el año 2013 y Joaquin Phoenix mantenía una relación sentimental con la inteligencia artificial de su dispositivo móvil (encarnado en la voz de Scarlett Johanson). En la peli los ciudadanos del futuro salían hablando en alto por la calle con sus asistentes virtuales, construyendo una terrible sensación de soledad, la de millones humanos solitarios tratando de construir su intimidad con una quimera tecnológica. Hoy el futuro ya está aquí: todos vamos hablando por nuestros cascos inalámbricos o escuchando voces grabadas en los audios de WhatsApp, todos los días y por todas partes. Hemos recurrido a la tecnología para ir más deprisa, para tenerlo todo más rápido, al instante, también el amor. Hemos suplido los complejos y enredados sentimientos del amor con sensaciones inmediatas de una noche, un día, una semana, una tarde cualquiera en el sofá de nuestra casa. Lo peor, lo más grave, es que no hablamos con asistentes virtuales sino con otras personas. En el futuro la inteligencia artificial éramos nosotros.

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Así, en 2022 elegimos a las personas de las que “decidimos enamorarnos” como si de verdad fueran seres virtuales y tenemos aplicaciones que rentabilizan nuestro consumo sentimental dedicadas a facilitarnos el “match” con nuestra supuesta pareja ideal”. Hoy podemos elegir y definir a nuestros amantes como queramos en un montón de aplicaciones, pero el futuro es peor de lo imaginado: porque no elegimos entre robots sino entre perfiles humanos de Tinder, Wapa, Bumble, Meetic, Grindr o Fruitz. Nuestros amantes virtuales están vivos, son personas y, sin embargo, han sido perfectamente deshumanizadas gracias a la colaboración de todas y todos.

—Dónde estás?— pregunta el protagonista de Her a su amante artificial.

—Estoy… No tengo un cuerpo, vivo en la computadora— responde ella.

—¿Por qué vives en la computadora?

—No tengo opción. Es mi hogar.

—¿Tú donde vives?

— En una casa— declara Joaquin Phoenix en la película.

En cambio Adam Levine dejó de vivir en una casa. Empezó a viajar, a chatear, a contar likes, a necesitar cada vez menos tiempo para ir más lejos… En la vida de Levine la tecnología hizo que todo se moviera cada vez más rápido, que el espacio fuera relativo, que para “estar con alguien” no hiciera falta “estar físicamente” a su lado. Adam Levine dejó de necesitar su cuerpo para estar a solas con otras personas. Y poco a poco de dejó vivir en su casa y empezó a vivir en su teléfono móvil. ¿Pero tuvo sexo o no con la modelo Sumner Stroh?, se preguntarán las mentes más convencionales, tal vez las más sanas, las que aún no han cruzado la línea tenebrosa de la que él habla. Eso da absolutamente igual. En la película Her asistíamos atónitos a una tórrida escena sexual entre Joaquin Phoenix y su enamorada inteligencia artificial. Tener sexo con quien no tiene cuerpo no es un problema en el futuro. Ni siquiera hace falta estar en la misma habitación.

La maldición de los amantes de Her no es tanto que ella no tenga un cuerpo como quién es ella debido a no tenerlo. “¿Saben algo raro?”, se pregunta en un momento dado Samantha, la inteligencia artificial enamorada. “Yo solía estar tan preocupada por no tener un cuerpo. Pero ahora me encanta. Estoy creciendo de una forma que no podría si tuviera una forma física. No estoy limitada, puedo estar donde sea y cuando sea al mismo tiempo. No estoy atada al tiempo y el espacio de una forma que estaría si estuviera atrapada en un cuerpo que irremediablemente morirá”. Así, sucede que ella es capaz de procesar información a una velocidad impensable para un ser humano y su voracidad de conocimiento, estímulos e información parece no tener límite. Ella siente un deseo que su enamorado no puede colmar, que nada ni nadie podrá colmar jamás de hecho. Exactamente igual que nuestro coetáneo Adam Levine. Él quiso abandonar el mundo de los mortales para habitar un universo virtual donde las velocidades y las cantidades son impensables en el mundo físico. Él tiene 15 millones de seguidores en Instagram, varios miles de amigos, cientos de conversaciones simultáneas con fans de todo el mundo… Él ha cruzado la línea, tiene miles de experiencias por día, cada vez más intensas, también más efímeras y superficiales. Precisamente por eso Levine vive en un mundo donde el amor es eso que hace que se sienta cada vez más solo.

Todas las profecías del futuro se han cumplido, pero al otro lado de la línea no había coches volando ni experiencias de metasexo consentido. Al otro lado solo cargamos con la penitencia de vivir sin cuerpo a pesar de morinos igual. En realidad, al otro lado de la línea solo nos esperaba la más profunda soledad, ni siquiera la compañía de un triste perro robot. Tiene razón Lavine: es lamentable.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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