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Columna
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Holística

Lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias

Una cajera cobra en un supermercado, en Madrid.
Una cajera cobra en un supermercado, en Madrid.Víctor Sainz
Marta Sanz

En situaciones de dificultad económica, se produce un discurso reaccionario sobre la inconveniencia de reivindicaciones feministas, basuralezas o vallas de Melilla. “No toca”, dicen. También dicen que cualquier medida socializante pone en riesgo nuestra libertad individual: esa libertad individual de la que sobre todo disfruta el millón de personas ricas en España. La otra población española, la que no tiene tiempo porque no tiene dinero y no tiene dinero porque su sueldo no le da para cubrir sus gastos, reduce su libertad individual a correr de un supermercado a otro buscando mejores ofertas. Pero para hallar tesoros y gangas alimenticias se necesita disponer de todo ese tiempo que no se tiene. Así no hay quien ahorre, y eso mismo fue lo que yo le pregunté. Mientras, en los anuncios ―misóginos incluso cuando pretenden lo contrario―, mujeres de clase alta se dan pomada en las varices porque convierten las compras en una actividad deportiva que las mantiene todo el día de pie. “No toca”, dicen. Pero, cuando no se cubren las necesidades mínimas ―temperatura adecuada, carne una vez a la semana, vivienda digna―, se extreman los maltratos hacia mujeres que vuelven a casa para cuidar y liberar el campo laboral reservado a los cabezas de familia varones: si protestas, en otra exaltación perversa del círculo vicioso, quizá te parten la boca porque “no vales para nada”. “No toca”, pero tal vez volvamos a quemar carbón después de haber devastado formas de vida en torno a minas y centrales térmicas; la juventud se deprime; pedimos camareros nacionales ―con pajarita― y recuperamos eslóganes xenófobos: “Vete a trabajar a tu país”. La asfixia económica aplasta los derechos civiles como si la vulneración de los derechos civiles no se relacionase con la riqueza y el poder acumulado por unos sectores mediante la explotación de otros.

No se trata solo de la guerra ni de adoptar medidas urgentes útiles a corto plazo, pero que a la larga no servirán porque las contradicciones seguirán siendo las mismas. Micropunto positivo para el Papa de Roma: la ayuda asistencial cronifica la pobreza. Se trabaja desde los gobiernos subiendo el salario mínimo y pagando el paro a las empleadas del hogar. Sí. También podemos topar el precio de los huevos igualitariamente para las vecinas de Vallecas y los vecinos de Sotogrande, sabiendo que eso no es igualdad, sino buena voluntad e imaginación para que en Vallecas podamos seguir cuajando tortillas y para poner límite al desmesurado beneficio de las empresas intermediarias. Sin embargo, lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan ―¿a costa de quiénes?― e incluso han multiplicado sus ingresos después de la pandemia paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias. No solidaria o caritativamente. Por ley. Propongo una mirada holística y una reforma fiscal. A lo mejor ese empeño suscita menos bronca ―déjenme soñar― que lo de los huevos, y nos permite hablar otra vez, sin acusaciones de frívola inoportunidad, del derecho al aborto ―¡no es obligatorio, por Diosa!― y de las niñas de 16 años que no viven en el seno de familias encantadoras y/o pudientes. Las personas más frágiles son las que deben ser protegidas por leyes que se interrelacionan igual que las fragilidades entre sí.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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