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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El deshonor de Laura Borràs

La mayoría de las fuerzas políticas reprueban la conducta de la expresidenta del Parlament de Cataluña en el homenaje a las víctimas del yihadismo de 2017 en Barcelona

Laura Borras
Laura Borràs se acerca a las personas que interrumpieron el minuto de silencio durante el homenaje a las víctimas del 17-A, el miércoles en Barcelona.Gianluca Battista
El País

Las imágenes del acto de homenaje en Barcelona el miércoles a las víctimas de los atentados yihadistas de agosto de 2017 resultan desalentadoras. La emoción de un minuto de silencio en recuerdo de los 14 fallecidos en Las Ramblas quedó reventada por los gritos y consignas pronunciados, primero individualmente y luego de forma más numerosa, por un grupo de participantes dispuestos a aprovechar la resonancia mediática del acto y la presencia de las cámaras. Las consignas proclamadas exhibieron una profunda falta de respecto al motivo que reunía a las primeras autoridades políticas catalanas, encabezadas por la presidenta del Congreso, Meritxell Batet; el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau: la memoria de un asesinato brutal perpetrado por el yihadismo con una furgoneta lanzada a toda velocidad en Las Ramblas de Barcelona hace cinco años.

La quiebra del homenaje incumbe a quienes creyeron prioritaria la defensa política de su independentismo y la desconfianza hacia la investigación de los asesinatos. Se oyeron ataques al Gobierno español y al CNI, achacándoles una pasividad y opacidad en los que mezclaban teorías conspirativas infundadas que recordaban poderosamente a las conjeturas disparatadas que algunos medios circularon sobre el 11-M en Madrid. Lo de veras inquietante fue el papel que desempeñó la hasta hace dos semanas presidenta del Parlament, Laura Borràs, suspendida del cargo y de su escaño por la Mesa como procesada por un caso de corrupción. Las grabaciones evidencian la efusividad cómplice y risueña con la que se acercó Borràs al grupo de saboteadores del homenaje a unas víctimas por completo ajenas a las rivalidades de la política catalana. Sus abrazos, sonrisas y achuchones al final del acto evidenciaron la profunda incomprensión sobre la naturaleza del momento en el que participaba. Ni siquiera su propio partido, Junts, pudo aplaudir semejante activismo callejero y algunos silencios dentro de la misma formación que copreside parecen más elocuentes que las críticas. El resto de los partidos, incluida ERC, a través de Gabriel Rufián y otros cargos, tuvieron palabras muy duras contra la instrumentalización ventajista que Laura Borràs practica con frecuencia como afiliada al trumpismo mediático. Sus posteriores declaraciones —culpando a los medios precisamente de trumpismo— no han contribuido a rebajar su responsabilidad, sino a reforzar la sospecha de un ensimismamiento político destronado y desesperado.

Ni las víctimas mortales, ni los heridos, ni las familias merecían ver disipada la emoción del minuto de silencio por hooligans de la expresidenta del Parlament, pero menos aún merecían asistir al espectáculo del apoyo de Borràs a sus incondicionales. La unión de la sociedad contra el terrorismo yihadista, expresada a través de los más altos representantes políticos, volvió a ser cuarteada en aras del irredentismo secesionista y una hispanofobia enfermiza. El frecuente exhibicionismo mediático de Laura Borràs esta vez tocó fuego: su conducta en Las Ramblas quedará en la memoria de la inmensa mayoría de la ciudadanía, sea del color político que sea, como un sórdido episodio protagonizado por una política en horas bajas, incluso muy bajas.

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