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Tribuna
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Historia de un diálogo inconcluso

La reciente tensión entre Belgrado y Pristina es el reflejo de la cuestión de fondo sobre el reconocimiento de la soberanía sobre el territorio, un asunto todavía sin acomodo en el marco balcánico ni en el de la UE

Soldados de la OTAN junto a varios camiones cruzados en la carretera por serbios en la localidad de  Zubin Potok, el día 1.
Soldados de la OTAN junto a varios camiones cruzados en la carretera por serbios en la localidad de Zubin Potok, el día 1.ARMEND NIMANI (AFP)

Los acontecimientos que se han vivido en las fronteras entre Serbia y Kosovo se enmarcan en el contexto del proceso de independencia kosovar. Tras la pérdida de control de Kosovo por parte de Serbia, Belgrado continúo operando un sistema estatal paralelo al que progresivamente fue desplegando Pristina, que incluye departamentos de policía, tribunales y oficinas municipales situadas en las ciudades de la mayoría serbia del norte de Kosovo. Esto también incluía la emisión de matrículas de vehículos serbios para las ciudades de Kosovo. Tras llegar a diferentes acuerdos entre las partes se llegó a un acuerdo en 2011 sobre la emisión de las placas que sería prorrogado en 2016. Este acuerdo, nunca implementado en la práctica, expiró en septiembre de 2021 y fue entonces cuando el Gobierno de Pristina decidió no ampliar la medida y comenzó a confiscar las matrículas emitidas por Serbia y operando en Kosovo. Lo que provocó que en octubre de 2021 se bloquearan los cruces fronterizos por parte de los serbios del norte de Kosovo. La disputa quedó temporalmente resuelta cuando se introdujo el “sistema de pegatinas” por el que los símbolos estatales de Serbia y Kosovo quedaría ocultos detrás de unas pegatinas. Entonces el principal actor de mediación entre las partes fue la UE, donde el enviado especial para el diálogo Serbia-Kosovo, Miroslav Lajcak, jugó un papel esencial en calmar los ánimos, si bien con poco éxito en relación con el asunto de las matrículas. El siguiente episodio de este culebrón balcánico ha sido el que se ha vivido durante los primeros días de agosto, si bien en esta ocasión el mediador no ha sido Bruselas, sino Washington, algo que en el contexto internacional actual no deja de tener su importancia.

Así varias son las cuestiones que merece la pena aclarar a la luz de la alarma generada durante los últimos días sobre la posibilidad de un inicio de hostilidades en la región por propios y extraños que no han dudado en utilizar medios de desinformación para conseguir sembrar la alarma y vincular esta situación a la guerra que se vive a estas horas en Ucrania.

La primera es que el aumento de las tensiones entre Pristina y el norte de Kosovo no tiene nada que ver con la guerra en Ucrania. De hecho, Ucrania, como España, no reconoce a Kosovo, y Putin se ha acogido sistemáticamente al precedente de la autodeterminación de Kosovo para justificar primero la anexión de Crimea, más tarde, el control de otras partes Ucrania.

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La segunda, es que en Kosovo está desplegada una misión de la OTAN, KFOR que desde 1999, tras los bombardeos sobre Serbia por parte de la organización atlántica, tiene el objetivo de mantener el orden y la seguridad en Kosovo, y, por tanto, la OTAN ya estaba en Kosovo antes del estallido de la última crisis. Además, y esto es esencial, el ejército serbio y KFOR han estado cooperando estrechamente en la frontera entre Kosovo y Serbia durante más de dos décadas dónde realizan patrullajes sincronizados, reuniones periódicas, hay intercambio de información. Y para más índole, aunque suene extraño tratándose del mayor simpatizante de Moscú en territorio europeo, la cooperación con las fuerzas de la OTAN se ha intensificado durante los gobiernos de Vucic, si bien este ha procurado que esta cuestión no trascendiera demasiado hacia su opinión pública. Vucic es el primer interesado en hacer creer que existe una gran tensión e inestabilidad, pero sabiendo que tiene todo bajo control y que no va a permitir una escalada que al primero que perjudicaría sería a él.

La tercera tiene que ver con que, a pesar de todo lo anterior, la situación que se vive en el terreno es de todo menos estable, no sólo en el caso de Kosovo, sino también en Bosnia-Herzegovina, y es algo que la UE debe enfrentar más pronto que tarde, ya que, de lo contrario serán otros actores los que le tomen la delantera.

Esta situación inestabilidad, por tanto, hay que leerla dentro de un contexto de un conflicto no resuelto como es el del proceso de autodeterminación de Kosovo. El Diálogo Pristina-Belgrado que comenzó allá por el año 2013 no consigue avanzar en acuerdos que permitan vislumbrar una solución. De hecho, aunque por un lado se habla de cooperación regional e incluso de un mini-Schengen balcánico, lo cierto es que los actores políticos locales tienen sus propias agendas y las activan cuando consideran que van a obtener un mayor rédito político. Lo que demuestra de manera muy evidente que la estrategia del palo y la zanahoria europeo ha resultado inútil y Bruselas se encuentra sin brújula en la región.

Más allá de la anécdota de las matrículas, lo que se esconde detrás de esta serie de tensiones no es otra que el reconocimiento de la soberanía sobre el territorio, una cuestión que no termina de encontrar acomodo no solo en el marco regional balcánico, sino en el más amplio de la UE.


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