Un jornalero de piel aceituna
A José Antonio González, el barrendero fallecido en Madrid, lo mató quien lo obligó a barrer al sol a 40 grados, con 60 años y un uniforme inadecuado
El verano pasado, andábamos comentando el calor que hacía cuando mi abuelo Vicente me contó un recuerdo que se me antojó terrible; me dijo que, cuando era crío, las condiciones de trabajo eran tan duras que había quien moría segando al sol. Estuve días volviendo a esa escena que nunca vi: el calor manchego de julio, las chicharras cantando, un jornalero de piel aceituna con su pañuelo de hierbas y su sombrero de paja raída que, de pronto, suelta la hoz y cae redondo. Cada vez que lo hacía, le daba gracias a Dios, pero sobre todo a los que lucharon por nuestros derechos laborales, incluido mi propio abuelo, porque las cosas hubieran cambiado.
Cuando me enteré de la muerte del barrendero José Antonio González el viernes pasado, en lo primero que pensé fue en aquello. Su sol no era el manchego sino el madrileño y su tiempo no era principios del XX sino del XXI. No segaba trigo, sino que probablemente estuviera barriendo las pipas y las latas de Monster que alguien se había dejado tiradas en el banco de algún parque. No era La Mancha sino Puente de Vallecas y, a diferencia del jornalero, José Antonio no llevaba pañuelo de hierbas ni sombrero, sino un uniforme de poliéster con el que le era difícil soportar los 40 grados que hacía.
Su contrato era temporal, lo había firmado el día 1. Algo inexplicable, pues como todos sabemos, el Gobierno ha acabado con la temporalidad con su flamante reforma laboral. Su hijo Miguel sospecha que estaba intentando dar el callo para seguir en la empresa, Urbaser. Es una subcontrata, así que el alcalde Almeida se ha lavado las manos porque total, “no era un trabajador municipal, sino de una empresa contratada por el Ayuntamiento”.
Hay que ser ruin para decir esto a pocos días de la muerte de quien les limpiaba las calles a los madrileños, pero la mezquindad es una de las señas de identidad del PP regional. Hace unas semanas, Ayuso negaba las clases sociales, pregonando que en Madrid pobres no teníamos, aquí solo cañas, terracitas y libertad. Enrique Ossorio, portavoz del Gobierno, también se preguntaba hace unos meses que dónde estaban los pobres en Madrid, que él no los veía. Se conoce que, ya no es que no salgan del barrio de Salamanca, es que no leen los periódicos. Porque los pobres no siempre van harapientos y con la cara llena de churretes. A veces lucen su uniforme de trabajo y van los domingos en camisa. Puedes encontrártelos tomando café y haciendo cola en el banco para renegociar una hipoteca que no pueden pagar. Los humildes están, querido Enrique, querida Isabel, muriendo mientras trabajan.
Porque en España mueren al día dos personas por accidente laboral. En 2021 fallecieron 705, de los cuales 575 en sus puestos laborales y 130 de camino a ellos. Y, aunque las estadísticas no lo dicen, de entre todas ellas pocas van encorbatadas como Enrique.
Días antes de morir, José Antonio buscó en Google “qué hacer ante un golpe de calor”. Como las botellas de dos litros y el pulverizador que llevaba consigo la tarde de su muerte, sirvió de poco. Algunos diarios titularon que lo mató la ola de calor, pero es mentira: lo mató quien lo obligó a barrer al sol a 40 grados, con 60 años y un uniforme inadecuado. Murió de lo mismo que el jornalero de la piel color aceituna.
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