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Columna
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Inflación y bienestar

El Gobierno debe ofrecer paliativos para compensar la subida de precios, pero no a todos, sino, sobre todo, a quienes no llegan a fin, ni a medio, mes

Inflación
Pedro Sánchez, durante el debate sobre el estado de la nación, este miércoles en el Congreso.Luis Sevillano (EL PAÍS)
Víctor Lapuente

Cuando el pasado martes los bancos caían en bolsa un 5% tras el nuevo impuesto a las entidades financieras anunciado por Pedro Sánchez, recordé el viejo dicho sueco: la bolsa cae el día que los socialdemócratas ganan las elecciones y crece el resto del año.

La subida tributaria que propone Sánchez se puede criticar desde varios ángulos. Por las formas, al no estar consensuada con sus socios, tanto parlamentarios como de Gobierno (lo cual es inaudito). Y por las consecuencias, ya que, dado que los consumidores no podemos prescindir ni de la electricidad ni de los bancos, acabaremos pagando parte del impuesto. Pero eso no es necesariamente malo, porque la subida de impuestos cumple con un objetivo político fundamental en estos momentos: tener recursos para responder a la inflación con políticas redistributivas. Y la clave es ver cómo se desarrollarán estas.

Por un lado, el Gobierno tiene una labor hercúlea, reducir una de las inflaciones más altas de la zona euro con una de las balanzas fiscales más desequilibradas. Por el otro, tiene a mano dos oportunidades históricas, aliviar significativamente la carga de esta crisis para los más desfavorecidos y reestructurar el Estado de bienestar español. Como corresponde a uno de los gobiernos más de izquierdas de la historia reciente de Occidente, debe ofrecer paliativos para compensar la subida de precios, pero no a todos, sino, sobre todo, a quienes no llegan a fin, ni a medio, mes. Esperemos que en las próximas semanas haya una progresiva focalización de las ayudas en esas personas, sustituyendo las barras libres de gasolina (con los descuentos indiscriminados al litro de carburante) o de electricidad (con la reducción del IVA a la luz) por subsidios directos, como cheques, a quien realmente lo necesita.

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Además, la experiencia de los años setenta y ochenta nos enseña que la inflación puede apuntalar el Estado de bienestar de forma indirecta. La universalización de la educación y de la sanidad gratuita fue una forma de pagar, en servicios públicos de calidad, a una clase trabajadora que había perdido poder adquisitivo por la moderación salarial en un entorno inflacionista. Ahora podríamos hacer lo mismo con los pilares de bienestar que faltan por mejorar en nuestro país: educación infantil desde los 0 años, cuidados a dependientes o alquiler social. No hay inflación que por bienestar no venga. @VictorLapuente

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