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Columna
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En mi regla y en mi cuerpo mando yo

La política debe huir del paternalismo. En caso contrario, la izquierda acaba pareciendo cada vez más regañona, más puritana, más moralista

Irene Montero
Isabel Rodríguez (izquierda) e Irene Montero, en la rueda de prensa tras aprobar el martes el Consejo de Ministros la reforma de la ley del aborto.ZIPI (EFE)
Estefanía Molina

El progresismo corre el riesgo de disfrazarse de neopuritanismo en el debate sobre las bajas de la regla o sobre el baile de Chanel en Eurovisión. Una cosa es legislar o educar para combatir las brechas de género y otra distinta pecar de un activismo retórico que abone el terreno para viejos estigmas sobre el dolor menstrual o sobre la pelvis de una artista. En ambos casos, la izquierda pierde la bandera de la libertad y apoyos femeninos en sus propias filas, renunciando a explicar la tensión que existe de base entre el Estado protector de Irene Montero o Yolanda Díaz y el libertario de Isabel Díaz Ayuso.

Primero, existe una génesis socioeconómica fruto de las crisis y de la precariedad estructural del sistema. A lomos de la pandemia o de la guerra, los Estados abrazan un modelo cada vez más asistencial, donde se interviene y regula sobre aspectos antes impensables, como la luz, los carburantes, los alquileres, garantizando hasta ingresos mínimos vitales, ERTE… En el paradigma liberalizante, en cambio, se dejaría a los individuos a su suerte en un contexto de incertidumbre, de atomización social, donde el mercado reparta un bienestar cada vez más exiguo.

Poco a poco, esa tensión se ha ido trasladando incluso hasta el ámbito privado, a izquierda y derecha. El progresismo se ha adentrado hasta en la casa, la familia o la intimidad, como instituciones que le quedan al trabajador precario en su búsqueda de un amparo donde la economía ya no llega. Se teoriza sobre aspectos como los cuidados, la menstruación, la lactancia, la maternidad… intentando darles un lugar dentro del sistema capitalista. Es lo más parecido a la “matria” de Yolanda Díaz, que incluye en su red de seguridad a corporaciones como la empresa o la doctrina social religiosa.

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La derecha, en cambio, asiste a una revolución libertaria bajo el mantra del “tú haz lo que te plazca”, en medio de un contexto de precariedad alienadora. Se atribuye al ímpetu personal nuestro destino, no al determinismo, como si no existiesen las clases sociales ni demás condicionantes externos. Es Ayuso, con su bandera de “las mujeres no somos un colectivo”. Supone un modelo más cercano al sueño capitalista, al manual liberal. Es la fémina que se enfrenta a todo y a todos por sus propios medios, sin ayuda de la empresa o la familia, sin necesidad de luchas sociales compartidas.

El problema que tiene el progresismo es el riesgo que corre de que muchas mujeres de su cuerda se descuelguen de su paradigma. Una cosa es que se hagan leyes para que cada una se acoja a cuantas bajas desee y otra, que la política abuse de filosofar sobre los cuidados, la maternidad, el cuerpo, los roles en la pareja, y que ello sea visto como una intromisión moralizadora o con carga negativa. Una cosa es relacionar la sexualización con la cosificación y otra, considerar que toda mujer que mueve las caderas bailando sufre la opresión del patriarcado y que no es libre al decidir hacerlo.

De un lado, porque es fácil que muchas señoras y chicas se sientan del lado del modelo Ayuso. Es una especie de arquetipo de “mujer fuerte” que puede con todo y resiste, lamentando que su sensación de empoderamiento se empañe mediante estigmas relativos al hecho de ser mujer. Ya sea por socialización o por educación, la sensación de que una es tratada como víctima no suele caer bien, pese a conocer nuestras dificultades como género. E, incluso, porque obvia a nuestras madres y abuelas, quienes tiraron para adelante sin ninguna de estas ayudas, aunque las hubiesen querido.

Y de otro lado, porque no se puede llegar a la conclusión de que la única moral válida en adelante es la del recato, tal que nadie desee nuestro cuerpo. Una vez que el Estado educa e implementa leyes para velar por nuestra integridad y libertad sexual, se entiende que existe una parcela personal donde cada cual decide cómo se mueve o cómo se viste. Es decir, donde la política debe huir del paternalismo. Lo contrario es que la izquierda parece cada vez más regañona, más puritana, más moralista. En cambio, la derecha agarra la bandera de la libertad al grito de “en mi cuerpo y en mi regla mando yo”, y detrás cierran filas hasta muchas progresistas.


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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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