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Columna
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Soy lo que tú quieres que yo sea

No creo que la decisión de ponerse a la sombra de un hombre artista pueda ser una acción voluntaria, desde niñas se nos educa en la idea de que el amor todo lo puede y de inmediato nos vemos abocadas a él

'Retrato de mi agresor'. Óleo s/lienzo, 20x20 cm, 2006.
'Retrato de mi agresor'. Óleo s/lienzo, 20x20 cm, 2006.Paula Bonet

- Monsieur Vincent me dijo al ver mi palidez cadavérica: “Voilà ce que c’est que l’amour”.

Las de arriba son algunas de las palabras que la escritora francesa Elena Poniatowska pone en boca de la pintora y grabadora rusa Angelina Beloff en el libro Querido Diego, te abraza Quiela. No sé si para vosotras el nombre de Beloff es nuevo. Para mí sí. Desconocía que estuvo casada con Diego Rivera y que tuvieron un hijo que murió de una afección pulmonar con 14 meses. Que vivieron en París durante casi 12 años. Que Rivera regresó a México dejándola en la extrema pobreza, prometiéndole dinero para un pasaje. O que no respondió a las cartas que ella le enviaba con la esperanza de encontrarse de nuevo. Elena Poniatowska mira como miraría una pintora capaz de transmitir la pasión por un oficio donde se manosean el óleo y la encáustica. Escribe 13 cartas y observa el mundo a través de la mirada de un hombre poderoso y cruel: “Yo me veo bajo tu mirada, bajo tus ojos. Soy lo que tú quieres que yo sea”. No creo que la decisión de ponerse a la sombra de un hombre artista pueda ser una acción voluntaria, desde niñas se nos educa en la idea de que el amor todo lo puede y de inmediato nos vemos abocadas a él. Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.

Angelina Beloff y Diego Rivera; Sylvia Plath y Ted Hughes; Camille Claudel y Auguste Rodin; Dora Maar y Pablo Picasso; Manuela Ballester y Josep Renau. Veo a estas mujeres invirtiendo su tiempo en mecanografiar la obra de su pareja en lugar de ocuparse de la obra propia, abandonando su pasión por la pintura en favor de la fidelidad al marido. Alimentándolo y cuidando de sus hijos. Poniendo la cabeza en un horno. Muriendo abandonadas en un manicomio. “Violar a tu mujer no se consideró un delito hasta 1991″, escuché el otro día en Anatomía de un escándalo, una serie inteligente que pone sobre la mesa el tema que abordamos desde un punto de vista bastante optimista: algunas mujeres consiguen despertar del sueño del amor romántico, una pesadilla que las silencia y anula.

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Pinto. De los 25 a los 29 años conviví con un músico que tocaba casi cada fin de semana, pero que no soportaba que yo expusiera mi trabajo una vez al año.

“Te muestras demasiado”, me decía. Tampoco quería que me maquillara ni que llevara faldas cortas. Fumaba y bebía hasta altas horas de la madrugada garabateando letras. Yo pagaba el alquiler, la gasolina, las facturas y la comida. El artista era él y estaba en constante búsqueda. Dormía hasta el mediodía. Su talento le daba derecho a ponerse furioso, a pegar patadas, a tirarme del pelo. Mi búsqueda parecía ser menos importante. Yo sentía que mi amor era tan fuerte que iba a conseguir cambiarlo. Un día entró en cólera y propinó un puñetazo a la pared justo al lado de mi oído. Se rompió la mano. Lo acompañé al hospital y me sumé a la mentira que contó cuando preguntaron qué había sucedido. De regreso a casa lo pinté desnudo en un pequeño lienzo de 20x20 centímetros. El único trozo de carne que cubrí fue el que envolvía la fractura que el médico había forrado con escayola blanca.

Muchas mujeres siguen silenciadas en nombre del amor romántico. Es posible que las hayan golpeado o que hayan estado a punto de matarlas: ellas son capaces de continuar idealizando al responsable. Si consiguen librarse del rapto y hacerse oír, se despliega un mecanismo que intenta callarlas, porque es imposible que las mujeres estemos sometidas a tantas violencias. Seguro que queremos llamar la atención. Si usamos nuestra obra como herramienta de denuncia todavía lo tenemos más difícil: es muy grave que digamos cosas horribles de hombres cultos que son padres de familia, aunque esos hombres nos hayan violado. Es escandaloso que llevemos a nuestra pareja delante de un juez, aunque un volante médico demuestre que nos golpeó. Nosotras seguimos siendo las malas y aunque sobrevivamos a la agresión y tengamos que cargar con ella hasta el fin de nuestros días, las víctimas siguen siendo ellos.

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