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Columna
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Cambio de juego en Eurasia

La retirada de Afganistán puede alterar la proyección continental de China, mientras la firma del pacto defensivo Aukus busca frenar la oceánica

Eva Borreguero
Abdul Ghani Baradar, líder político de los talibanes, y Wang Yi, ministro de Exteriores chino, tras reunirse en julio en Tianjin (China).
Abdul Ghani Baradar, líder político de los talibanes, y Wang Yi, ministro de Exteriores chino, tras reunirse en julio en Tianjin (China).Li Ran (AP)

Robert Kaplan apostaba en La geografía del poder chino, artículo de Foreign Affairs publicado en 2010, por la actualidad de las viejas tesis de Mackinder, centradas en la fórmula de que quien controle el corazón territorial de Eurasia, controlará el mundo. Al encontrarse en un enclave axial mundial, exponía, quien domine su centro o heartland podrá ejercer una supremacía global. Su estimación no se vio comprobada en el pasado siglo, y la tesis de John Spykman, que defendía la primacía estratégica de los litorales por su orientación marítima, pareció reemplazarla. Actualmente, China, con su proyecto de interconectividad regional, la Nueva Ruta de la Seda, se encuentra en ciernes de lograr la posición nuclear a la que se refería Mackinder y, de este modo, convertirse en una potencia capaz de materializar la unión de Europa y Asia, conectarla desde Pekín a la península Ibérica. Si añadimos su estatus de potencia marítima, con una fachada oceánica de 14.000 kilómetros de costa en el Pacífico, la capacidad de influencia de China no tendrá equivalente: pasará a controlar el corazón de Eurasia, su cinturón exterior y la periferia pacífica. “El don del cielo”, su afortunada geografía, le permite potenciar ambos planos, continental y oceánico, que no son excluyentes sino complementarios, como pueden serlo las tesis de Mackinder y Spykman.

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En este sentido, Afganistán, por su ubicación limítrofe con Asia Central, su vecindad con Pakistán —vector del corredor económico que da acceso al Océano Índico—, y sus recursos minerales, no puede ser ignorado. Si hay algo que Pekín necesita para llevar a cabo su ambiciosa iniciativa es seguridad y estabilidad en los países de tránsito. Estabilidad para garantizar la circulación de mercancías por las redes de ferrocarriles y carreteras. Seguridad frente a la amenaza del separatismo y extremismo. Hasta agosto, la presencia de EE UU en Afganistán como gendarme en la lucha contra el terrorismo internacional cubría esa necesidad. Así lo reconocía Kaplan en el citado artículo: “La geografía estratégica de China”, afirmaba, “se vería mejorada si EE UU estabiliza Afganistán”. Qué necesidad, por lo tanto, de allanar el camino a Pekín para que construya sus rutas imperiales. A pesar de las buenas relaciones con los talibanes, la retirada de Afganistán no solo acaba con la perspectiva de una pax americana rentable para China; la presencia de un poder talibán incrementará verosímilmente la inestabilidad en los países periféricos por los que discurre la Nueva Ruta de la Seda. El anterior presidente de Irán, Ahmadineyad, expresaba una aventurada previsión en una entrevista televisada, al proponer que los talibanes suponían la mayor amenaza para la región y su país, y que aquellos que aplaudían su regreso habían caído en la “trampa americana”.

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Decisión sopesada o beneficio colateral, la retirada de Afganistán puede alterar la proyección continental de China, mientras que la firma del pacto defensivo Aukus, busca frenar la oceánica.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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