_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Devolver el genio a la lámpara

El trabajo con nuevos virus carece de protocolos y regulaciones internacionales equivalentes a los de la experimentación nuclear. Se encuentra fuera del radar de la supervisión pública y mediática

Eva Borreguero
Dos mujeres caminan por una calle de Wuhan (China), el pasado enero.
Dos mujeres caminan por una calle de Wuhan (China), el pasado enero.ROMAN PILIPEY (EFE)

Inmersos, como estamos, en la preocupación por el uso de la tecnología nuclear, no hemos sido capaces de poner el foco de atención sobre las actividades que llevan a cabo los laboratorios biológicos, con fines civiles o militares.

La inquietud ante el enriquecimiento de uranio de Irán, el accidente en la planta de Fukushima y anteriormente Chernóbil, el miedo —definitorio de la Guerra Fría— a un armaguedón atómico, nos han distraído del peligro que representan para la humanidad los experimentos con patógenos. Experimentos que llevan años desarrollándose y que definen los temores de la globalización.

La decisión de Joe Biden de indagar en el origen del coronavirus coloca en un primer plano la tesis de una fuga del SARS-CoV-2 del Instituto de Virología de Wuhan, en China. Al margen del resultado obtenido, más allá de que en algún momento lleguemos a saber la verdad sobre el origen del virus, el mero hecho de reconocer esta posibilidad pone de relieve los errores y tejemanejes que han rodeado la información y comunicación de la cuestión.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El primero de ellos, desestimar la llamativa coincidencia que supuso la aparición del covid en la misma ciudad donde se investiga la creación de nuevos coronavirus de elevada capacidad infecciosa. Desestimación incitada por el cierre de filas taxativo de la comunidad científica a favor de la tesis del origen natural del virus, sin evidencia por el momento, y la sustitución del debate sobre una posible fuga accidental por la acusatoria teoría de la conspiración, insinuada por Trump, y de fácil descalificación teniendo en cuenta el descrédito del entonces presidente. Una maniobra de prestidigitación que permitió correr un tupido velo, concurrente con los intereses de Pekín, sobre lo sucedido. No es de extrañar, afirma el Boletín de Científicos Atómicos en un destacado ensayo, dado que los virólogos, por lo general, tienen poco interés en atraer la atención sobre las pruebas que realizan. Fue decisiva la carta que publicaron, a iniciativa de Peter Daszak, presidente de una organización neoyorkina que financia el proyecto del Instituto de Virología de Wuhan, en la revista científica The Lancet, defendiendo prematuramente la causa natural del virus.

La asunción de la conjetura se puede atribuir en parte a la disonancia cognitiva generada por el deseo de contrarrestar el populismo de Trump y combatir la desinformación rampante. Asunción de la que fueron partícipes los medios de comunicación. Como ocurrió en las elecciones estadounidenses de 2016, cuando se predijo, erróneamente, la victoria de Hilary Clinton frente al candidato republicano.

El trabajo con virus carece de protocolos y regulaciones internacionales equivalentes a los de la experimentación nuclear. Se encuentra fuera del radar de la supervisión pública y mediática. Igual que ha ocurrido en el ámbito atómico, hay que devolver a su lámpara a este peligroso genio. @evabor3

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_