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Columna
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El aborto y la vacuna de la covid-19

Hay una falsa controversia moral que solo le interesa al Vaticano en su cruzada global contra la interrupción legal del embarazo

Personal médico es vacunado contra la covid en México.
Personal médico es vacunado contra la covid en México.Marco Ugarte (AP)

Aún cuando el tema de la pandemia de la covid-19 es una emergencia global, la Iglesia católica retorna al fanatismo que le es propio al introducir al aborto como cuestión moral más urgente que el de salvar millones de vidas. El inconveniente esta vez son linajes celulares de material de un riñón y de una córnea cultivadas en laboratorio desde los años 1970 y 1980. Los linajes ya fueron utilizados para producir diversos medicamentos contra enfermedades que imponen intenso sufrimiento a las personas, como la hemofilia, la artritis reumatoide o la fibrosis quística. Los linajes también sirvieron como inmunizantes contra la varicela, la hepatitis A, la rubéola o el herpes zoster. Pero, ¿qué es lo que perturba a los hombres de la cúpula de la Iglesia católica, en particular a los obispos de Estados Unidos y de Canadá? El origen de los linajes celulares: las muestras del riñón y de la córnea vinieron de fetos abortados.

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Abortion and the Covid-19 vaccine

El papa Francisco se pronunció sobre el asunto, el 21 de diciembre, y tituló el documento con cierta discreción comparado a los documentos anteriores sobre el tema: Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra el COVID-19. No es la primera vez que el Vaticano escribe un documento y disemina palabras sobre lo que debería ser materia de ciencia y políticas laicas: solo en los 2000, esta es la cuarta vez que la Iglesia católica elucubra sobre la moral de las vacunas y medicamentos, como si el buen-vivir o la supervivencia de la humanidad pudiesen ser dictados por lo que piensan los católicos sobre los linajes celulares originarios de un riñón o córnea de feto. Pero la arrogancia de una institución que quemó en la hoguera el pensamiento disidente en la Edad Media o que, como en Argentina en los años 1970, cooperó con la crueldad de dictaduras militares, parece no tener timidez alguna cuando la cuestión es el aborto. Y la arrogancia de los hombres en el poder no obedece a criterios de lógica o coherencia: se basta en sí misma.

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El documento anuncia que hay “grados de responsabilidad de cooperación con el mal”. Como el papa Francisco, nosotras también creemos que hay maldad en la humanidad, en aquellos que violan niñas, en aquellos que dejan morir mujeres porque se rehúsan a realizar un aborto por razones de fe privada sabiendo que las condenan, o en aquellos que matan mujeres por misoginia, como es el caso del feminicidio. La maldad se agrava aún más cuando las situaciones de sufrimiento o muerte pueden ser atendidas o evitadas, como muchas veces ocurre con el aborto. Si una mujer muere por esta razón, en general, esa sería una muerte evitable, si hubiera tenido acceso a información y cuidados. Pero el aborto es criminalizado, y la moral católica es una de las principales barreras para considerar el aborto como materia de salud pública y no de política criminal.

El documento del Vaticano sobre vacunas tiene otra comprensión del mal para trazar “grados de responsabilidad” a los católicos y a la humanidad, pues se dirige también a los gobiernos e industria farmacéutica buscando interferir en las políticas públicas: el gran mal es el aborto. El lenguaje es rebuscado, atraviesa categorías filosóficas como responsabilidad, razón práctica, cooperación moral pasiva o peligro grave, para discutir el “grado de comprometimiento de las vacunas”. Si, las vacunas que pueden evitar que otras tantas miles de personas mueran, que no pasaron una navidad tan triste con familias separadas e iglesias vacías, estarían comprometidas porque fueron producidas con linajes celulares almacenados durante medio siglo en laboratorios de un riñón o córnea de fetos abortados. Por eso, el documento repite lo que parece ser el gran mal que atraviesa a los úteros: ”sin embargo, se debe subrayar que el uso moralmente lícito de este tipo de vacunas, debido a las condiciones especiales que lo posibilitan, no puede constituir en sí mismo una legitimación, ni siquiera indirecta, de la práctica del aborto, y presupone la oposición a esta práctica por parte de quienes recurren a estas vacunas “.

Claramente esa es una falsa controversia moral y que solo le interesa al Vaticano en su cruzada global contra el aborto, como un cuidado de salud y protección a la dignidad de las mujeres. El documento discurre sobre vacunas y sobre el libre albedrío de los católicos para vacunarse o no, pero el tema que inquieta a los que determinan la verdad de la fe es el aborto. Si ideologizar el sufrimiento causado por la pandemia y la esperanza en su solución como la vacuna no se clasifica como “gran mal” para la doctrina católica, del vocabulario laico, sacamos una palabra, es perverso. Pero, ¿perverso para quién? Para las mujeres y los hombres católicos, que desean vacunarse libres de pecado, para las mujeres católicas que se hacen abortos que necesitan y buscan el consuelo de la fe. Es a esas personas a las que les repetimos lo que ya fue dicho por los científicos: ninguna célula de feto abortado es usada en las vacunas, solamente material derivado de ellas. Es necesario creer que no hay maldad en cuidar de cada una de nosotras y en la humanidad. Hay esperanza.

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