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ESTAR SIN ESTAR
Columna
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México 70

Fue el certamen del cabezazo en reversa de Uwe Seller en el estadio León y la gracia de los campeones ingleses cediendo el cetro en Guadalajara

JORGE F. HERNÁNDEZ
JORGE F. HERNÁNDEZ

La Secretaría de Relaciones Exteriores de México con el renovado impulso que se ha impreso en la nueva Diplomacia Cultural tiene a bien conmemorar el cincuentenario de la celebración de la Copa Mundial de Futbol FIFA 1970. Para la ocasión, en pantalla de cuadritos zoom, volveremos a ver a su majestad Edson Arantes do Nascimento, al káiser Franz Beckenbauer, la nariz imperial de Enrique Borja, el centurión Gianni Rivera y al Cuate Calderón, entre otras glorias que han sido convocadas para honrar el medio siglo de lo que parece una utopía.

Juan Villoro ha escrito que al salir los contendientes del juego inaugural, México como anfitrión transpiraba tanta euforia incontenible que hasta el locutor Ángel Fernández tradujo las siglas en cirílico del equipo rojo de la Unión Soviética como “Cu-Curru-Cucú-Paloma”, como si el mundo entero se calzara el sombrero de charro, que lució O Rei Pelé ladeado y bamboleante cuando lo cargaban en hombros, Brasil tricampeón ya dueño de la Copa Jules Rimet. Fue el primer Mundial con tarjetas y creo que ni hicieron falta porque predominó el Fair-Play y la magia de lo impalpable: el gol que no fue del propio Pelé habiendo burlado al portero uruguayo Mazurkiewitz o el gol que no fue del propio Pelé por paradón de Gordon Banks o el Partido del Siglo entre Italia y Alemania con Beckenbauer jugando con el hombro dislocado, vendado con la mano inmóvil sobre el corazón o la danza andina de Teófilo Cubillas y la franja heroica de los peruanos que jugaron con el alma en solidaridad con los damnificados por un sismo que azotó a su tierra al empezar el torneo. Fue el certamen del cabezazo en reversa de Uwe Seller en el estadio León y la gracia de los campeones ingleses cediendo el cetro en Guadalajara y Luigi Riva como en película de Lando Buzzanca y Rivelino a coisa mais linda y todos jugaban con tacos de color negro (a diferencia de hoy en que ya casi nadie usa botas oscuras) y el balón se formaba por pentagramas de cuero, cosidos al hilo y sí, ahora parece que rueda más lenta la coreografía de aquellas jugadas y que los cabezazos dolían y que casi nadie se desfajaba… y que un país en vías de desarrollo se lanzaba al descabellado delirio de recibir al inmenso circo de la FIFA, habiendo sido sede –apenas dos antes—de los Juegos Olímpicos… y todo eso al final de la década psicodélica donde el pelo largo seguía siendo ominoso para la momiza.

Fue el Mundial de Juanito 70 y Topo Gigio, la minifalda y el rizo de peluca, la repetición instanánea de algunas jugadas en pantallas de colores y la ilusión mexica bañada en lágrimas allá en La Bombonera de Toluca, cayendo cuatro goles a uno contra Italia (que recibiría como venganza la misma dosis en la final contra Brasil). Fue el Mundial de la trigonometría de Gerson-Tostao-Pelé, la melena de Gerd Müller, globos y palomas, mariachi y el niño perdido… y también el Mundial de una generación que empezaba a leer el mundo en tantos párrafos de utopía encantadora, el siglo de soledad redimida por la tinta con eñe, el eterno campo de fresas lejos de las guerras y magnicidios y de la infamia y de los imperialismos de cualquier color o lado, el Mundial cuando aún vivían mis abuelos y veo a todos mis tíos bailando a carcajadas con mis padres, con menos años que los que cargo ahora que escribo una línea como pase al hueco, línea diagonal sin mucha velocidad trazada al filo de la media luna que corona el área grande y la memoria rueda hacia un vado verde donde la pantalla no permite adelantar que aparecerá como flecha el capitán Carlos Alberto, arqueada la espalda en el aire en el instante en que suelta un patadón de medio siglo que sigue reverberando al fondo de la red que colgaba como telón y el mundo entero grita ¡Gol!, en la cochera de casa de mis abuelos donde mi primo pintó la cancha perfecta con la crema blanca para bolear zapatos.

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