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COLUMNA
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Con ustedes o... ¿contra ustedes?

Ni el Gobierno ni la oposición entienden que la franja electoral que da forma a las mayorías inapelables ha sido invisibilizada, negada y traicionada por ambos

Emiliano Monge
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en una rueda de prensa matutina en Villahermosa, Tabasco (México).
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en una rueda de prensa matutina en Villahermosa, Tabasco (México).Presidencia de México (EFE)

En la conferencia mañanera del pasado martes, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por intermediación de Jesús Ramírez Cuevas, vocero del Gobierno, presentó ante la opinión pública, validándolo de facto, el resumen ejecutivo de un documento cuya veracidad se ponía al mismo tiempo en duda.

Es difícil de entender: se denuncia, de manera cotidiana, vehemente y utilizando la mano izquierda, la difusión de fake news cuyo objetivo es dañar al Gobierno, pero se convierte en noticia, con la mano derecha y de manera no menos vehemente, un escrito “cuyo origen y autenticidad desconocemos”, en palabras textuales de Ramírez Cuevas, quien también es coordinador general de Comunicación Social de la actual Administración.

Pero dejemos a un lado la escenificación, en tiempo real, de las contradicciones del Gobierno que llegó al poder hace casi dos años y tomemos como cierto el documento Rescatemos México. Aunque sea para hablar de la idea que nuestras autoridades tienen de la democracia. Y es que el documento que se validó de facto el martes pasado y que de facto validó, ante sus fieles, el discurso victimista de la actual Administración, expone un asunto inconcebible.

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Un asunto intolerable, totalmente antinatural: ¡resulta que la oposición desea ser Gobierno! ¿Quién habría pensado que seguiría ahí después de haber sido derrotada? ¿Quién habría imaginado que se organizaría, para colmo, en torno a un solo objetivo: vencer a aquel que antes la venciera? ¿Quién habría adivinado que en torno suyo, además, se unirían personajes que no tienen otra cosa en común que la ambición por el poder, vaya, como si un día se juntaran los evangélicos con Bartlett y Napoleón Gómez Urrutia, exmiembros del Yunque con Alfonso Romo o Salinas Pliego?

Pero mejor ser serios: ¿de verdad hay en Palacio alguien capaz de sorprenderse de que sus enemigos sean los mismos que impulsaron el desafuero, el robo electoral de 2006 y la larguísima persecución contra el proyecto político de López Obrador? Honestamente, no lo creo. Como tampoco creo que exista un solo hombre o mujer en Palacio que no tenga claro quiénes son sus votantes más fieles, aquellos que siguen creyendo a pies juntillas en lo que la actual Administración está haciendo pero también aquellos que conjugan toda crítica pasada en pretexto presente y en futuro desolado. Está claro que ni esos enemigos ni esos amigos necesitaban de un vodevil como el del pasado martes.

¿Por qué sucedió entonces? Me parece que por la misma razón por la que, a últimas fechas, acicateados por la pandemia que vivimos, la oposición ha vuelto al ruedo con mayor rabia y vehemencia. Tras las elecciones de 2018, aquello que durante 12 años fue la mayor preocupación de quienes nos gobiernan, se ha convertido en un asunto esencial para todos. Para ganar y gobernar en México, se necesita de una mayoría inapelable. Y es a ese porcentaje que transforma una mayoría en mayoría inapelable, al que se dirigió el esperpento del martes pasado y al que se dirigen las campañas, por lo demás tan patéticas que el “contenido” de Rescatemos México resulta concebible, de la oposición.

Lo que no entienden, sin embargo, ni el Gobierno ni la oposición, es que esa franja electoral que da forma a las mayorías inapelables, ha sido invisibilizada, negada y traicionada por ambos. Y que ha sido invisibilizada, negada y traicionada por una misma razón: porque dicha franja, en el espectro político, queda a la izquierda del Gobierno y, claro, de esa oposición que bien podría estar agrupada bajo unas siglas tan absurdas como BOA. Lo que a unos les da miedo, a los otros les da coraje: no hay más explicación que estos sentimientos —tan básicos, tan primarios, tan infantiles pero también tan naturales, tan consustanciales del poder, cuando éste se juega periódicamente y cuando aspira a ser recordado según la imagen que erige de sí mismo— para lo que sucede.

A unos les da miedo que se crea en los movimientos sociales, a otros parecería darles coraje. A unos parecería darles coraje que se quiera poner fin al presidencialismo, a otros les da miedo. A unos parecería darles miedo que se busque acabar con los abusos del poder, a otros les da coraje. A unos les da coraje que se quieran ampliar las libertades y los derechos, a otros parecería darles miedo. A unos les da miedo que se quiera invertir más en educación, ciencia y cultura, a otros parecería darles coraje. A unos parecería darles coraje que se piense en reformar el sistema tributario, a otros les da miedo. A unos parecería darles miedo la laicidad del Estado, a otros les da coraje.

La franja de la que hablo, en otras palabras, ese otro bloque intangible que no se deja llevar ni por el miedo ni tampoco por el coraje —esto es lo que no entienden en Palacio, a pesar de haberlo entendido en el pasado, como tampoco lo entiende la oposición que fue Gobierno a pesar de fingir ahora que lo entiende—, es aquella que se sintió agredida con la mordaza peñanietista a Aristegui, pero también con la última andanada de Notimex; la que se sintió lastimada por el militarismo calderonista, pero también por el de la Guardia Nacional; la que se sintió indefensa ante los crímenes de Ayotzinapa, pero también ante la impunidad en la que estos persisten.

Y aquí tengo que contradecirme, porque, pensándolo mejor, debo reconocer que el actual presidente sí que reconoce que esa franja de la que hablo no se deja llevar por el coraje ni el miedo, como ha demostrado en tantas conferencias mañaneras. El problema es que tampoco se deja llevar por el engaño o la amenaza. Por eso apaga la radio en cuanto se le dice que la mayoría de los feminicidios son falsos, en cuanto se le sugiere que el neoliberalismo se derrota acabando con el gasto público o en cuanto se le pregunta: “¿Dónde estaban antes los ambientalistas?”.

Pues bien, aquellos que aún están vivos, aquellos ambientalistas que no fueron asesinados durante los Gobiernos anteriores o durante la actual Administración, cuyas muertes, en su inmensa mayoría, siguen sin ser resueltas, estuvieron luchando contra cientos de proyectos extractivos, muchos de los cuales se presentaban disfrazados de proyectos de desarrollo. Y muchos de ellos, que pertenecían a esa franja de la que hablo, votaron por este Gobierno, precisamente, porque creían que pondría fin a esos proyectos.

Ahí están, sin embargo, las refinarías y los trenes de combustión a diésel, como ahí también están los finiquitos de fideicomisos ambientales, educativos o culturales, aunque estos parezcan ser, a veces, solo una de esas amenazas a las que se ha vuelto asidua la administración actual. ¿O es a lo que sigue a la amenaza a lo que se ha vuelto asidua? ¿A la reconversión de derechos en dádivas, de triunfos sociales en clemencia?

La actual Administración, si en verdad quiere volver a apelar a esa franja que le dio la mayoría absoluta en las últimas elecciones y a la cual traicionó después por el terrible pecado de encontrarse a su izquierda, debería pensar en algo diferente al vodevil del BOA.

Empezar, por ejemplo, por aceptar la traición que han llevado a cabo, recapacitando sobre los proyectos de desarrollo que enarbolan o sobre los modos, las formas y las políticas con que enfrentan los feminicidios.

Y es que parece inconcebible que exista un Gobierno al cual le preocupe más el enemigo que el amigo.

No olvidemos que, como cualquier frase hecha, aquella de Mateo también tiene revés.

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