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Los Planetas, 30 años después de ‘Super 8’: “Era algo muy bruto, muy bestia, todo acoplando, todo mucho ruido”

EL PAÍS acompaña entre bastidores al grupo granadino en Ciudad de México durante la gira por las tres décadas de su primer disco, el álbum que inauguró una era en la música independiente española

Los Planetas
Alejandro Santos Cid

Quedan menos de diez minutos para saltar al escenario y en el camerino de Los Planetas están de celebración: estos días en México han sido tan productivos que han tenido tiempo incluso para inventar un cóctel. Lo han bautizado Tigre y dragón, sabe dios por qué. No es una bebida muy elaborada, eso sí. Es, básicamente, una ginebra destilada en Ciudad de México y aliñada con esas cosas que se le echa a los tragos en los garitos de moda como fresa, pétalo de rosa, lavanda o enebro. Como mezcla, Monster sabor Ultra Peachy Keen, o, como lo llama a la granaína Roberto Colina, el batería, pichiclín.

—¿Pichiclín? Eso parece un torero, tío.

Jota, a lo suyo, se rellena, no por primera vez, un vaso de tubo. “Lo que pega es la lavanda, no el Monster”, asegura el cantante.

—Te estás aficionando a eso, eh—, le increpa Colina.

—Es que está buenísimo. Es subidón total.

Florent, ajeno a las virtudes del nuevo cóctel, prefiere darle unos tragos a su cerveza. Miguel López, bajista, que no está muy seguro de si esta es la décima o la duodécima vez que toca en México, cuenta que los nervios de los últimos minutos antes de salir a escena no aflojan con la edad. “Este es el peor momento del día”. Colina escribe una lista de las canciones que están a punto de tocar, a rotulador negro, por el reverso de una partitura. Son prácticamente las mismas desde que iniciaron la gira hace un año, pero él necesita hacerlo igualmente. Ya es casi un ritual. La primera mitad del concierto ejecutarán, íntegro y en orden, Super 8, el disco con el que, hace ahora tres décadas, Los Planetas irrumpieron en la escena musical española como irrumpen las cosas nuevas, sucias, ruidosas y atractivas.

En 1993, Jota y May Oliver, la bajista original, se conocieron en un concierto de 091. Crearon Los Subterráneos, que con el tiempo sería renombrado como Los Planetas. Se completaron con Florent a la guitarra y Paco Rodríguez a la batería. Cuatro chavales de Granada que no sabían tocar se hicieron con un cuatro pistas y se adentraron por una senda nunca antes explorada en la música española. Después de aquello, la escena dio un vuelco. Inauguraron una época, fueron la banda sonora de una generación que necesitaba un grupo que, como ellos, hablara de drogas, frustración juvenil, vacío existencial y todas esas ansiedades tan noventeras entre distorsión y melodía. “Es música que en su momento era muy arriesgada, tío. Tenía cierto componente vanguardista, experimental. Con el tiempo la realidad ha ido coincidiendo con esa idea. Entonces era una locura”, recuerda Jota.

Los Planetas

En aquellos años vivían en la carretera y devoraban kilómetros y bares para pulir sus primeras canciones a fuerza de tablas. Tenían poco más de veinte años, salían de fiesta todos los días, dormían poco, bebían mucho y, cuando finalmente descansaban, era más probable que fuera en la furgoneta del grupo que en un colchón. “Tocar las canciones es más divertido ahora. Todo lo que había alrededor era más divertido entonces. Nos gustaba poner los amplis a todo volumen; el batería, Paco, pegaba unas hostias impresionantes, destrozaba la batería en cada concierto, tío, era espectacular, era algo muy bruto, muy bestia, todo acoplando, todo mucho ruido”.

No son un grupo apegado a la nostalgia, pero tres son muchas décadas y era hora de sacar pecho. “Creo que este disco se ha convertido en una especie de icono del nacimiento de esa industria nueva, moderna, de la música que empezó con el indie en los 90. Ahora los festivales son muy grandes, muy potentes, pero al principio éramos cuatro gatos a los que les gustaba eso, eran conciertos para un público muy especializado. Y el 30º aniversario del disco es un buen momento para reivindicar también que toda esa escena nace con nosotros”, dice Jota.

Probando

Es una tarde de marzo. Unas horas antes, un chaparrón primaveral ha oxigenado un poco el esmog sobre la ciudad y por el techo de lámina de la sala, con algunos huecos abiertos, se cuela una luz brumosa mientras la banda prueba sonido. Florent rasguea la guitarra, sus botines zapatean la madera del escenario para marcar el ritmo, Jota se arranca: “Gitana, si me quisieras...”. Algo no termina de funcionar. “Hay un barullo aquí”, se queja Colina. “Si se puede, un poco más de brillo”, pide Jota a los técnicos.

Los Planetas

Florent casi no abre la boca. Toca en su rincón, la mirada en el mástil o sobre los doce pedales que carga y que cimientan el sonido de Los Planetas, un juego de pies casi tan importante como el de muñeca, una fórmula secreta, quizá la razón por la que, de todos sus imitadores, nadie consiga calcar exactamente su estilo. Todos tocan y él se descuelga del resto, su guitarra es una canción paralela que nunca desentona, un acople agudo que a veces chirría y a veces parece un coro de góspel en seis cuerdas, una prolongación de esas melodías de saeta granadina pop de Jota.

Después de las canciones más suaves, a Colina el cuerpo le pide algo de acción:

—Jota, vamos a darle a una leñera, pa ver cómo…

Terminada la prueba, no del todo satisfechos, salen a fumar un cigarro a la calle. Unos vendedores callejeros ya han montado un puesto en la puerta de la sala con camisetas pirata. Jota curiosea. “Traen de Fuerza Nueva”, se sorprende, un proyecto conjunto de Los Planetas y El Niño de Elche. Marian Lozano, su mánager, mira el diseño, un homenaje al Unknown Pleasures de Joy Division adaptado a la península ibérica, y, por deformación profesional, intenta regatear: “De Fuerza Nueva no tenemos, habría que pillarse una. ¿Qué precio le haces al grupo?”.

May y Eric

Los Planetas han dado muchos tumbos. Por sus filas ha pasado mucha gente. Solo Jota y Florent, una de esas parejas creativas que funcionan mejor juntos que separados, ambos ya en los cincuenta y muchos, han sido constantes a lo largo de los años. El año pasado, algunos seguidores del grupo y la prensa especializada se preguntaron por qué Eric Jiménez, batería durante más de 20 años, y Banin, teclista habitual, no harían la gira de Super 8. Hay quien vio en la decisión una ruptura entre Jota y Eric tras una relación cada vez más debilitada por la resaca de los años juntos en la carretera y las diferencias de opinión.

Los Planetas

El cantante lo rechaza como “una polémica de estas de Facebook”: “Fue una decisión más musical que otra cosa. Queríamos reproducir las canciones de forma muy parecida a como lo hacíamos en el primer disco. Eric toca de una manera un poco distinta, más a su aire, es otro estilo. Eric toca siempre a más velocidad que en los discos, por ejemplo. Sin embargo, Roberto clava las velocidades, tiene muy buen tempo. También porque a veces Eric está muy ocupado: toca en Lagartija Nick, está haciendo una película, escribiendo libros, tiene un bar, tiene un montón de movidas y no siempre que uno quiere se puede contar con él”.

Otros se preguntaron por qué el grupo no había incluido a May, que se borró del mapa musical antes de grabar Una semana en el motor de un autobús, quizá el mejor disco de la banda, y nunca ha querido regresar. La suya es una de esas leyendas fértiles en el fetichista mundo del indie: la bajista que tocaba de espaldas al público, rehuía la fama y cambió la gloria por el anonimato. “Supongo que está más tranquila en ese papel y le gusta más eso que el foco. Llevo años detrás de May intentando convencerla, más en esta gira de aniversario, pero no lo he conseguido”, lamenta Jota.

Los 30 años vinieron de la mano del estreno de Segundo Premio, una película dirigida por Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez que retrata desde la ficción la leyenda de Los Planetas en uno de los momentos decisorios de su historia: la composición de Una semana en el motor del autobús, una época que pudo ser de quiebre, con Florent enganchado a la heroína y Jota tratando de mantener los pedazos unidos, pero acabó convirtiéndose en su gran obra, un disco revolucionario en las difusas fronteras del rock alternativo español.

Los Planetas

El grupo estuvo involucrado al principio de la película, pero se desentendió después por diferencias creativas: querían hacer un filme conceptual que explicara las ideas tras el álbum: el impacto en su generación, y en la banda, de las sustancias ilegales. “El disco ofrece información sobre esas drogas que no estaba entonces en ningún sitio, por supuesto no en la radio y no en las multinacionales, pero la gente estaba consumiendo más drogas que nunca. Desde el principio nos interesaba mucho la psicodelia, la perspectiva que te dan ciertas drogas sobre la realidad y a la hora de hacer música”.

Tras más de hora y media de concierto entre Super 8 y canciones de todas sus épocas, el concierto termina. La sala no está llena, pero casi. Ya no son solo cuatro gatos, pero sigue sin ser música de masas, y eso, en parte, les gusta: mantiene algo del estatus indie de sus raíces. El camerino está lleno de gente y humo. Hay brindis, risas. Jota se sirve otro vaso de Tigre y dragón. Por un momento, la escena no parece muy distinta a aquellos primeros años, los de dormir poco, destrozar baterías y divertirse mucho.

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Sobre la firma

Alejandro Santos Cid
Reportero en El País México desde 2021. Es licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma de Madrid y máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre la actualidad mexicana con especial interés por temas migratorios, derechos humanos, violencia política y cultura.
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