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Cassandra Ciangherotti: “Salir del arquetipo de víctima tiene que ver con asumir nuestra oscuridad”

La actriz morelense protagoniza ‘Cómo aprendí a manejar’, una obra ganadora del Premio Pulitzer de Teatro en 1998 sobre el abuso sexual dentro de la familia

Cassandra Ciangherotti
Cassandra Ciangherotti.Cómo aprendía a manejar
Armando Mora

La actuación corre por las venas de Cassandra Ciangherotti. Para la heredera de la dinastía Soler -integrada por Andrés, Fernando, Julián, Domingo y Mercedes-, nieta de Alejandro Ciangherotti e hija del actor Fernando Luján, los escenarios son parte de una tradición familiar. Desde 2007, con su debut en el cine con Hasta el viento tiene miedo, ha forjado su propia carrera y ha logrado un buen puñado de nominaciones al Ariel.

Para la actriz morelense, el teatro también forma parte de su trayectoria artística desde 2004 y, ahora, le da vida a Cosita en Cómo aprendí a manejar, obra de la dramaturga Paula Vogel que trata el abuso sexual infantil dentro de la familia y el proceso para la sanación y el perdón. Bajo la dirección de Angélica Rogel, y ganadora del premio Pulitzer de Teatro en 1998, esta obra se presenta por corta temporada en el Foro Lucerna.

Pregunta. ¿Cómo visibiliza esta obra prácticas como el estupro?

Respuesta. Es una obra que se hizo hace muchos años, antes de que hubiera nombres para un montón de cosas que suceden. Es interesante porque, si bien se ha levantado una conciencia social, suceden nuevos retos. Antes te agarraba el chiste más fácil y ahora a la gente le cuesta trabajo reírse, lo cual es una gran noticia.

P. Ha dicho que le cuesta trabajo concebir las dosis de humor.

R. Es curioso porque en los ensayos nos reímos, tenemos un humor muy ácido, pero cuando te enfrentas con un público más consciente, que oye esos chistes y no se ríe, es un reto actoral grande.

P. A 26 años de que se creó esta obra, ¿hay espejos en los que debemos vernos reflejados actualmente?

R. La obra habla sobre el abuso infantil, sobre cosas no sanadas en las familias y de la capacidad de salir del arquetipo de víctima. Lo que sucede en el mundo tiene que ver con la incapacidad de salir del arquetipo de víctima.

P. ¿Qué propone esta obra?

R. La capacidad de perdonar, de entender que nos toca atravesar cosas para comprender que el ser humano tiene oscuridad, que no somos pura luz. En la medida en la que aceptemos que tenemos sombras, podemos tener una sociedad más consciente. Salir del arquetipo de víctima tiene que ver con asumir nuestras oscuridades.

P. ¿Cómo trasladar esta obra a un país en el que 4 de cada 10 víctimas de abuso sexual es menor de 15 años o en el que un juez absolvió a un agresor de una niña de 4 años porque no recordaba lugar, día y hora en que fue abusada?

R. Con urgencia y con una necesidad enorme de hablar estos temas. Esta nenita hermosa que no tendría por qué haber pasado por esas circunstancias es una víctima y, si no lleva un acompañamiento amoroso, puede traer dolencias enormes en su vida porque el abuso degrada a la persona, le baja la autoestima y le quita valor e integridad en su psique. A todos los que sufren circunstancias así es como si les tocara hacer una tarea gigantesca, pero necesaria porque no merecen vivir con esas sensaciones toda la vida. Para eso es la sanación. Cuando tienes jueces así, imagínate qué entendimiento tan pobre de la vida. Me atrevería a pensar que mucha gente en el poder tiene normalizado el abuso. ¿Qué esperanza tiene un niño para entender que la vida puede ser de otra manera? ¿Qué va a pasar con los niños en Palestina? Escucho decir que son terroristas y es como: “No, estás haciendo terroristas”.

P. ¿Cómo el arte puede abonar en la misión de proteger a las infancias?

R. Las historias es lo más poderoso que tiene el ser humano. Hace años hice Black bird, que hablaba sobre el abuso y te dejaba hundido porque el protagonista no lograba superar su estado de víctima. No quiero decir que todas las víctimas tengan obligatoriamente que sanar. Mi teoría es que una vez que te hicieron daño, quedarse en el patrón de víctima es como si fueras tu propio verdugo. Salir de ese lugar es un derecho que deberían tener las víctimas.

P. A diferencia de Black bird, Cómo aprendí a manejar propone el perdón.

R. Sí, el personaje dice: “Perdono y voy a avanzar”, y en Black bird se quedaba hecha pedazos. Una chica que vio la obra y que había pasado por una situación así, me dio una postal de un pueblito mágico que tenía la frase: “No te olvides de ser feliz”. Para mí fue importante porque cuando uno está en el patrón de víctima, ¿qué posibilidades tiene de ser feliz?

P. ¿Cómo sanar en entornos en los que hay una normalización en las familias y donde los aparatos de gobierno operan con impunidad?

R. Hagamos una función de teatro en estas instancias. Hay monólogos en los que puedo ver a la gente a los ojos y no sabes la cantidad de miradas tan complejas. Puedo encontrar a la persona que le brillan los ojitos, como diciendo: “Entiendo perfecto lo que hablas” o encuentro miradas que me juzgan con odio. Esas son las que me conmueven, a las que quiero ver y decir: “¿Qué tienes guardado que no has hablado?, ¿qué hiciste que te incomoda tanto?”.

El afiche de la obra de teatro.
El afiche de la obra de teatro.Alberto Hidalgo (Cómo aprendía a manejar)

P. Representa al personaje de Cosita en varias etapas de su vida, desde la pubertad hasta la edad adulta. ¿Cómo avanzar y regresar en esas etapas?

R. Cuando empiezo a ser el personaje que es más chiquita me va rompiendo el corazón. Creo que la mayoría de nuestras dolencias están arraigadas en ese momento de nuestras vidas. Ella se convierte en una mujer y tiene herramientas para evaluar lo que le pasó, pero en su niña interior, la que vivió el abuso, está el arquetipo de la víctima. Y entonces somos adultos que no estamos siendo adultos, sino niños en el cuerpo de un adulto y tenemos relaciones tóxicas porque no hemos podido abrazar a nuestro niño interior.

P. ¿Cómo fue la recepción del público en las primeras funciones?

R. Es una obra compleja e intensa, pero no te deja irte a un abismo, te levanta siempre. Está dirigida de manera inteligente.

P. ¿Con qué mensaje se queda?

R. Con estar al servicio del crecimiento de la conciencia de la humanidad. Me quedo con la esperanza de que llegue a remover y sanar heridas en nuestra sociedad. Es toda la intención que tengo y la que quiero tener siempre. Cuando era más jovencita tenía aspiraciones más personales.

P. ¿Cómo cuáles?

R. Como ser una actriz que viaja por el mundo y se viste con la mejor ropa. Conforme voy creciendo esas aspiraciones van perdiendo brillo.

P. ¿Cuáles son ahora las aspiraciones que tienen brillo?

R. Me interesa estar al servicio de la evolución del ser humano. Creo que la oscuridad está bailando en un escenario, dando el show. El nivel de cinismo con el que nos enfrentamos me invita a tener un propósito más grande que el personal.

P. Los personajes que ha elegido en Las niñas bien o en Familia tocan temas que importan a las nuevas generaciones. ¿Es lo que busca?

R. Sí. En mis personajes me gusta explorar la sombra. Hablaba con Rodrigo [García, director de Familia] y le decía que Julia [su personaje] es la oveja negra que no tiene carrera, que tiene vicios, que se quiere separar, que es mala madre. Pero me gusta defender eso, pues no tiene ambiciones como la mayoría de la gente. ¿Por qué tendríamos que querer ser súper exitosos? En Las niñas bien es un personaje [Alejandra] que le gusta el estatus. Está mal, pero es divertido aceptar que eso existe en el ser humano.

P. Hablando de Familia, ¿cómo recibe la nominación al Ariel a Mejor Actriz?

R. Fue muy lindo, pero no sé, es mi séptima nominación, es como un juego que nunca sabes a dónde va a ir. La recibo con recelo. Ah, ¿verdad? [Risas].

P. ¿Tiene alguna apuesta?

R. Yo apuesto que no voy a ganar, una vez más. Esa sería mi apuesta principal. Te voy a decir una cosa: me gusta perder.

P. ¿Por qué?

R. Sé que suena raro, pero te juro que me gusta perder. Pierdes y te vas a tu casa diciendo: “Ya verán”. Te quedas siendo cucarachita. Amo ser cucarachita.

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Sobre la firma

Armando Mora
Es redactor de redes sociales de EL PAÍS México. Estudió la licenciatura en Comunicación en la FES Acatlán de la UNAM y el Diplomado en Periodismo Digital en el Tecnológico de Monterrey. Ha sido colaborador en El Universal y Animal Político.
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