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Síndrome de la cara vacía: adolescentes que no se quitan la mascarilla ni en casa

Esta manifestación contribuye a disminuir habilidades sociales y a complicar la gestión de las emociones y es más habitual entre chavales con problemas de inseguridad

Tres alumnas se sientan en los pasillos de un instituto.
Tres alumnas se sientan en los pasillos de un instituto.A.J. Rich (Getty Images)

Apenas quedan unos días para que las autoridades nos permitan quitarnos las mascarillas en interiores, aunque con excepciones. Un momento esperado por muchos, desde hace casi dos años. Porque la mascarilla irrita la piel, produce acné, incomoda al respirar, nos impide vernos y comunicarnos, reconocernos y expresarnos… Sin embargo, no todos esperamos con igual interés la llegada de esta medida. Por mucho que nos pueda sorprender a la mayoría, hay adolescentes para quienes la no obligatoriedad del uso de mascarillas no va a suponer ningún alivio. Si acaso, incluso lo contrario. Son chavales y chavalas que aún en lugares donde ya pueden prescindir de su utilización, siguen tapando su rostro con la mascarilla.

Es lo que se ha dado en llamar síndrome de la cara vacía, un término acuñado por el psicólogo José Antonio Galiani, tal y como indica Natalia Ortega, Psicóloga Sanitaria y directora de Activa Psicología y Formación. “No presenta un tipo de sintomatología concreta, ni supone diagnóstico nosológico alguno, pero sí contribuye a disminuir habilidades sociales y a complicar la gestión de las emociones”. ¿Cómo saber si nuestro hijo lo padece? Sencillamente, no se quita la mascarilla cuando camina en exterior, ni con personas conocidas, ni tan siquiera en casa.

Mayor prevalencia en la adolescencia

Al ser tan novedosa, es difícil saber la incidencia de esta afección, pero sí se sabe que ha llamado la atención de profesores, padres y psicólogos la prevalencia que tiene entre adolescentes. Aunque todo tiene su explicación, por supuesto. No podemos olvidar que “la adolescencia se define por las inseguridades sobre la imagen corporal, la presión social para adaptarse, un creciente sentido de la identidad y una susceptibilidad a la ansiedad social”, comenta Ortega.

María Campo Martínez, pedagoga y profesora del Máster en Orientación Familiar de UNIR, apunta a dos razones que justifican la dificultad para mostrar su rostro durante la adolescencia: “Por un lado, el cambio físico en ellos es mucho más significativo. Por otro, la afección que tienen hacia su intimidad, el reconocimiento de su yo, la aceptación de su personalidad, de su desarrollo físico”. Es decir, utilizan la mascarilla como “una forma de protegerse y de ocultar sus posibles defectos, sus inseguridades, sus miedos. Con ella se sienten más protegidos, más a gusto”, afirma Martínez.

Esconder también emociones

Y no solo se refiere a esconder el acné, el aparato de ortodoncia o la nariz incipiente. “El hecho de llevar la mascarilla también favorece la percepción de que su estado emocional no resulta evidente para el otro”, afirma la directora de Activa Psicología y Formación. En efecto, a menudo no quieren mostrar su estado anímico en una etapa en la que, además, suelen sufren importantes fluctuaciones en el ánimo sin un origen o razón específico. Vamos, eso de sentirse terriblemente triste para pasar a sentir una enorme felicidad instantes después: la clásica montaña rusa de la adolescencia.

Aunque aún no se sabe mucho de esta fobia, las expertas creen probable que sea más frecuente entre chavales más inseguros, tanto en lo físico como en lo emocional. Ortega: “Es posible que se acentúe en adolescentes con mayores inseguridades, con un nivel de autoestima más bajo, tendencia a estados de ánimo más bajos, con mayores complejos físicos y dificultad de socialización y/o con problemas para transmitir o gestionar sus estados emocionales. Asimismo, cuando la mascarilla se siga empleando como medida de protección frente al virus en entornos que no atañen peligro, podríamos inclinarnos hacia personalidades más controladoras, con ansiedad generalizada, obsesivas e hipocondríacas”.

¿Cómo ayudarles?

La situación de los padres no es fácil. Olvidémonos de obligarles a quitársela, por supuesto. Pero entonces, ¿les dejamos pasen con la cara tapada meses? Las recomendaciones de Natalia Ortega empiezan por “validar sus sentimientos”. Y continúan con la comunicación: “Preguntarles qué piensan, si les ha ocurrido algo que haga que se intensifique ese miedo. Es fundamental prestar atención a las emociones más que a los detalles. Y ayudarles a identificar esos sentimientos”. Y añade: “No debemos forzarles a quitársela porque podríamos provocar el efecto contrario. En el momento en que ellos se sientan cómodos para expresar y compartir, ellos mismos se la irán retirando, porque encontrarán esos espacios con más libertad para ser ellos mismos”.

La buena noticia es que muchas veces los padres nos alarmamos más de la cuenta. Nos asusta terriblemente que nuestros —antes— pequeños, puedan sentir determinadas emociones. Es ahí donde la psicóloga es optimista: “Están preparados para experimentar emociones intensas y puede ser más normal para ellos experimentarlas de lo que creemos”. “La clave de la solución es la adaptación”, añade. Para conseguirlo es importante saber el origen del problema: “Si nos encontramos ante un miedo obsesivo al contagio o si el miedo es a exponerse personalmente a los demás (donde tratar autoestima y autoconcepto será básico)”, concluye.

María Campo va en la misma dirección: “Para superar esos miedos que les incitan a llevar la mascarilla, deben aceptarse, quererse, tener confianza. Y para eso es muy importante que se les refuerce positivamente, se les valore y se les haga ver todo lo bueno que tienen. Para que ellos puedan quererse y aceptarse es crucial que se les dé ese refuerzo desde el exterior”. Ahí es donde empieza el trabajo de los padres. Nadie como nosotros para ayudarles a entender que nuestro amor es infinito y que son seres maravilloso, incluso si no recogen la habitación

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