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La guerra de Gaza lleva las relaciones entre Biden y Netanyahu a su punto más bajo

La abstención de EE UU en la ONU, que hizo posible la primera resolución de alto el fuego en seis meses de guerra, tensa al extremo la relación entre los dos aliados tradicionales

El presidente de EE UU, Joe Biden, y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el 18 de octubre en Tel Aviv, durante la visita del primero a Israel.Foto: EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS) | Vídeo: EPV

La abstención de EE UU en la votación de una resolución de alto el fuego inmediato en la Franja, este lunes, en vez del veto que había solicitado Israel para frenar la propuesta, ha enfrentado definitivamente a los aliados tradicionales, inmersos desde hace semanas en una espiral de tensión y discordia que por el lado estadounidense ha quedado patente en los choques telefónicos del presidente Joe Biden y el primer ministro Benjamín Netanyahu, o en las críticas de Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado, a este último, al que tildó de “obstáculo para la paz”. Por el lado israelí, el enfado se manifestó este lunes con la cancelación de la visita de una delegación a Washington para discutir la anunciada ofensiva terrestre sobre Rafah, a la que EE UU se opone abiertamente por “la anarquía” que causaría.

La Casa Blanca considera que el punto de inflexión al que parece haber llegado la relación bilateral obedece a razones políticas internas, según declaraciones de tres altos funcionarios estadounidenses al portal Axios, pero si el nerviosismo israelí es de índole doméstica, lo mismo podría decirse del cambio de postura de la Casa Blanca en las últimas semanas: la Administración demócrata ya es capaz de cuantificar en votos cuánto puede costarle un apoyo incondicional, sin fisuras, a Israel, como el mostrado en los primeros meses de la guerra. Las decenas de miles de votos de castigo que Biden ha cosechado en las primarias demócratas, de electores dispuestos a no apoyarle en noviembre si no toma distancia de Israel, han sido suficientes para dar marcha atrás, dejando pasar —con una abstención que fue como ponerse de perfil— una resolución que la propia ONU tildó de histórica, aunque se haya adoptado tras seis meses de guerra.

Ante el patente enfado israelí, EE UU intentó matizar su postura, enredándose en un embrollo terminológico que no ha convencido a nadie. La embajadora ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, y el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, subrayaron que la resolución no era vinculante, frente al parecer de otros miembros del Consejo y numerosos expertos para quienes el texto sí lo es (las resoluciones aprobadas por el Consejo se consideran derecho internacional y tienen un peso político y jurídico considerable; otra cosa es que puedan ser aplicadas a pies juntillas). Por parte de Washington se trataba más bien de una finta diplomática para sostener su voto y, a la vez, no quemar todos los puentes con Israel.

Lo que ha sorprendido a Washington es el hecho de que Israel aireara este lunes las diferencias, con el sonoro portazo dado en forma de suspensión del viaje a Washington de dos de los asesores más cercanos a Netanyahu.

Desplantes y diferencias

No es la primera vez que ambos socios difieren en cuestiones sensibles. En 2010, Joe Biden, entonces vicepresidente de Barack Obama, aterrizó en Tel Aviv para intentar obtener del —entonces y hoy— primer ministro israelí Netanyahu la paralización temporal de la ampliación de los asentamientos judíos en Cisjordania, para impulsar el diálogo de paz con los palestinos. Como bienvenida, se encontró con una bofetada: el anuncio de la edificación de 1.600 casas en una colonia de Jerusalén Este. Netanyahu emitió un comunicado a toda prisa para aclarar que desconocía la medida, pero el ambiente de la visita cambió.

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El desplante a Biden, quien suele presentarse como principal aliado de Israel —lo hizo en su visita al país en los primeros días de la guerra; también en su último discurso sobre el estado de la unión—, está en la lista de frustraciones que dejó en Obama el trato con Netanyahu, con quien coincidió en el poder durante sus ocho años en la Casa Blanca (2009-2017). La relación era tan mala que a uno y a otro, en su último encuentro bilateral, les costaba forzar la sonrisa y bromear sobre golf. Más aún cuando Netanyahu había tenido un gesto tan provocador como aprovechar que los republicanos controlaban la Cámara de Representantes para dar un discurso animándoles a torpedear el acuerdo nuclear con Irán que promovía la Casa Blanca. Uno de los legisladores demócratas que se ausentó de aquel discurso fue precisamente Biden.

En su último año en la Casa Blanca, 2016, Obama dejó un gran plan de ayuda militar a Israel para 10 años, pero también —cuando las urnas ya habían otorgado la victoria a Donald Trump— un recado final a Netanyahu en la forma elegida ahora por Biden: la abstención en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. En aquel caso, de condena de los asentamientos. “Lo hemos intentado todo”, justificó entonces el viceasesor de Seguridad Nacional, Benjamin J. Rhodes.

Tras casi seis meses de guerra en los que Estados Unidos no ha dejado de vetar las resoluciones de alto el fuego y de proporcionar abundante armamento y financiación a su gran aliado en Oriente Próximo, con su abstención en el Consejo de Seguridad la Casa Blanca le ha dado este lunes un simbólico tirón de orejas también tras sentir que lo ha intentado todo. “Es una acción punitiva destinada a demostrar su descontento con el Gobierno israelí. Punitiva y de advertencia: los estadounidenses hicieron demasiados intentos de contener a Israel, de convencerlo de que introdujese más ayuda humanitaria, de obligarlo a discutir el ‘plan del día después’ [de la guerra]. Demasiados intentos que se toparon con un encogimiento de hombros un tanto desdeñoso”, escribe en el medio TheMadad Shmuel Rosner, experto en las relaciones entre Israel y Estados Unidos e investigador principal del centro de análisis Jewish People Policy Institute, con sede en Jerusalén.

La importancia del voto judío

Estados Unidos ha usado 45 veces su derecho de veto en beneficio de Israel desde los años setenta hasta la guerra de Gaza, en que lo ha hecho en tres ocasiones. Biden, sin embargo, no ha llegado tan lejos como Obama en 2014, durante una ofensiva en Gaza mucho más corta, menos sangrienta y en la que Israel no usó el hambre como arma de guerra. Entonces llegó a frenar un suministro de misiles Hellfire para helicóptero, por el número de víctimas civiles. También administraciones previas frenaron entregas de armamento, como en los setenta, cuando Israel rechazó una propuesta de paz con Egipto, o una década más tarde, tras el bombardeo del reactor nuclear de Osirak, en Irak.

Entre uno y otro aliado hay un territorio común: los votantes judíos en EE UU, muchos de ellos con vínculos directos con Israel. Determinantes tanto en la recaudación de fondos para las respectivas campañas como en la casilla marcada en las papeletas, razones de política interna colocan, por tanto, en el alambre al partido que esté en la Casa Blanca, da igual que sea el republicano o el demócrata: estará obligado a balancearse entre su tradicional apoyo a Israel y la satisfacción de votantes que reniegan de ello. Ese difícil equilibrio vale para el presidente Biden, pero también para congresistas como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, ambos de la facción más progresista del partido, empujados por sus votantes a pronunciarse sin ambages sobre las masacres de civiles en Gaza. No fue hasta el pasado viernes cuando la representante por Nueva York calificó de genocidio lo que sucede en Gaza. “Si quieren saber cómo se ve un genocidio en directo, abran los ojos”, dijo Ocasio-Cortez en el pleno de la Cámara. “Se parece a la hambruna forzada de 1,1 millones de inocentes. Se parece a miles de niños comiendo hierba mientras sus cuerpos se consumen, mientras los camiones de alimentos se ralentizan y detienen a solo kilómetros de distancia”, dijo, sobre el bloqueo por parte de Israel de los cargamentos de ayuda humanitaria a las puertas del enclave.

En Israel, la indignación de Netanyahu tiene un punto de coreografía. Si repite casi a diario desde hace semanas (tanto en hebreo como en inglés) que el ejército invadirá Rafah (“solos o con la ayuda de EE UU”, como subrayó el viernes) es precisamente porque contribuye a cimentar su imagen de líder fuerte que se sacrifica enfrentando las presiones externas por defender su única preocupación: la seguridad de Israel. Es una suerte de huida hacia adelante en un momento en el que su supervivencia política depende de seguir en el poder y de que la guerra se prolongue: defiende que celebrar elecciones antes sería “un regalo a Hamás”. De forma parecida definió también la traición de EE UU al abstenerse este lunes en la votación del Consejo de Seguridad.

La controvertida reforma electoral de Netanyahu ya había afectado a su popularidad, pero todas las encuestas desde el ataque del 7 de octubre lo sitúan fuera del poder. La última, publicada hace dos semanas por el canal 12 de televisión, es igual de clara: su partido, el Likud, caería de 32 a 18 diputados y el bloque que lo apoyaba antes de la guerra obtendría apenas 44 de los de 120 escaños de la Knesset. Mairav Sonszein, analista sénior sobre Israel del think tank International Crisis Group, apuntaba en este sentido en la red social X: “Israel depende por completo de EE UU para reabastecer sus suministros de armas. No puede operar en Rafah sin la coordinación de EE UU. Todo lo que Netanyahu está diciendo / haciendo es fanfarronear para su propia supervivencia política. Incluyendo la cancelación ahora de la delegación israelí a Washington”. El titular de la edición online del diario Haaretz advertía gráficamente a última hora del lunes: “Netanyahu ha puesto a Israel en rumbo de colisión con EE UU. La votación en la ONU es el terrible resultado”.

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