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Rusia se extiende en el Sahel con su nueva marca: Africa Corps

Tras consolidarse en Malí, Moscú estrecha su colaboración con Burkina Faso y Níger a través de una estructura armada dependiente de Defensa para reemplazar al grupo Wagner

José Naranjo
Rusia Sahel
El capitán Ibrahim Traoré, presidente de Burkina Faso, y el líder ruso Vladímir Putin, junto al egipcio Al Sisi, durante la cumbre África-Rusia del pasado 28 de julio en San Petersburgo (Rusia).MIKHAIL TERESCHENKO / TASS HOST (EFE)

Rusia extiende su influencia y su presencia militar en el Sahel a un ritmo nunca visto. Tras consolidarse en Malí, donde los mercenarios de Wagner fueron decisivos para la reconquista de Kidal por parte del Ejército nacional frente a los rebeldes tuaregs el pasado mes de noviembre, Moscú ahora sienta las bases de su despliegue en Burkina Faso y negocia con Níger para convertirse en el aliado militar necesario. Para ello, el Gobierno ruso ha creado una nueva estructura militar, dependiente del Ministerio de Defensa y denominada Africa Corps, con la que pretende sustituir a Wagner. Así, pasarán de un modelo de compañía privada descentralizada a otra fórmula que implica un control más directo por parte del Estado. De forma paralela, a principios de diciembre la ONU oficializó su retirada completa de Malí tras la entrega de la base de Mopti a las autoridades malienses.

El pasado 14 de noviembre, y tras violentos combates contra los rebeldes tuaregs, el ejército de Malí entraba triunfante en la ciudad de Kidal, un feudo de los independentistas que llevaba más de una década fuera del control del Estado. Sin embargo, los soldados malienses no estaban solos: unos 600 mercenarios de Wagner formaban parte del enorme convoy que partió de Gao a la reconquista. En diversos vídeos que circularon en las redes sociales se les podía ver a bordo de blindados circulando por la ciudad tras su caída. Días más tarde, una bandera con el logotipo de Wagner ondeó sobre el fuerte de Kidal hasta que fue retirada por las autoridades malienses, que prefieren mantener un discurso patriótico que atribuye el protagonismo de la operación a sus propias Fuerzas Armadas.

“¿El ejército maliense habría podido reconquistar la región de Kidal por sí solo? Quién lo sabe. De lo que no hay duda es de que la participación rusa ha ayudado y de que las Fuerzas Armadas del Sahel, como es el caso de Malí, tienen hoy mejor equipamiento”, asegura Amid Bencherif, investigador especialista en el Sahel. La presencia de los mercenarios de Wagner sobre el suelo maliense está probada al menos desde diciembre de 2021, así como su participación en numerosas operaciones antiterroristas, especialmente en el centro del país. El armamento ruso fluye hacia Malí desde entonces y el coronel Assimi Goïta, líder de la junta militar maliense, recibió mucha atención del propio Vladímir Putin durante la cumbre África-Rusia celebrada el pasado julio.

Sin embargo, la muerte de Yevgueni Prigozhin, jefe de Wagner, después de que se rebelara contra el presidente ruso, ha cambiado la manera en la que este país presta su apoyo militar a sus aliados africanos. El pasado 22 de noviembre aparecía en Telegram un anuncio de reclutamiento de una estructura denominada Africa Corps, que se presenta como el nuevo brazo armado de Rusia en el continente, directamente vinculada al Ministerio de Defensa. Según la asociación All Eyes on Wagner, especializada en las actividades de esta compañía, “Africa Corps sería una cómoda tapadera para acoger al personal operacional del Ministerio de Defensa ruso, pero también de sus servicios de seguridad, con una autonomía mucho más limitada que el grupo Wagner y sin una figura fuerte”.

La cercanía de Burkina Faso y Níger

Burkina Faso también se acerca a Rusia. El pasado 10 de noviembre, un avión del ejército ruso aterrizaba en el aeropuerto de Uagadugú. Una veintena de uniformados descendían del aparato y se instalaban en un lujoso hotel de la capital burkinesa, según distintas fuentes. Por primera vez y tras un año de rumores, unos militares rusos eran vistos sin tapujos en una fábrica de productos químicos y se dejaban fotografiar en el laboratorio de sustancias contra las fiebres hemorrágicas virales de Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad del país. Días antes, la televisión pública de este país africano emitía un reportaje de la lucha contra el yihadismo en la región centro-norte en el que aparecía un capitán del ejército luciendo dos grandes logotipos de Wagner cosidos a su uniforme, según All Eyes on Wagner.

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Si bien el capitán Ibrahim Traoré, hombre fuerte de la junta militar burkinesa, ha optado desde que llegó al poder por reforzar sus propias capacidades para la lucha antiyihadista, llevando a cabo un intenso reclutamiento, incluso forzoso, tanto para sus Fuerzas Armadas como para los polémicos Voluntarios de Defensa de la Patria (VDP), también ha reconocido en numerosas ocasiones la necesidad de contar con apoyo internacional en este combate, sobre todo en medios materiales. Al igual que Goïta, el líder burkinés mantuvo varias conversaciones con Vladímir Putin en la cumbre de San Petersburgo y posteriormente por teléfono, y las delegaciones militares rusas y burkinesas se han encontrado en múltiples ocasiones en el último año.

En Níger, donde también gobierna una junta militar desde el pasado verano, las nuevas autoridades denunciaron el pasado lunes los acuerdos en materia de Defensa que le vinculaban a la Unión Europea. Ese mismo día, el viceministro de Defensa ruso, Yunous-Bek Evkurov, se reunió en Niamey con el general Abdourahmane Tchiani, presidente nigerino, y el general Salifou Mody, ministro de Defensa. Las reuniones tuvieron como objetivo “el fortalecimiento de la cooperación entre los dos países en el campo de la Defensa”, según un comunicado del Gobierno nigerino. “Es evidente que hay una estrategia [de Rusia] de extender su influencia”, asegura Bencherif, al mismo tiempo que para obstaculizar la influencia occidental.

Esta expansión rusa se produce después de que las autoridades de Malí, Burkina Faso y Níger hayan expulsado a los soldados franceses de sus respectivos territorios y hayan creado la Alianza de Estados del Sahel, una organización de ayuda mutua y cooperación militar que nació en plena amenaza de intervención militar contra Níger por parte del resto de países de la región. Los tres Estados también colaboran en materia económica y comercial para contrarrestar las sanciones a las que están sometidos por parte de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao). La misión de la ONU en Malí también se ha visto obligada a hacer las maletas a petición de la junta militar.

Mientras tanto, se mantiene muy activo el yihadismo que golpea a la región desde hace más de una década y que está protagonizado por los brazos locales de Al Qaeda y del Estado Islámico. El ataque masivo lanzado a finales de noviembre contra la ciudad de Djibo, en el norte de Burkina Faso, que fue rechazado por el ejército y provocó al menos 22 soldados y decenas de terroristas fallecidos, así como los ataques más recientes de los yihadistas en varias ciudades malienses como Ménaka, prueban su capacidad operacional. La pasada semana, la alianza antiyihadista G5 del Sahel, apoyada por Occidente, inició su proceso de disolución.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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