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Guerra de Rusia en Ucrania
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El gran pueblo ruso de Putin

El malestar de las mujeres que esperan a los familiares que están en la guerra y los hombres que luchan puede tener un impacto social muy superior al de los opositores

Rusia Putin
Una mujer pasa junto a una pantalla que muestra la cita anual con la prensa de Vladímir Putin, en Moscú (Rusia), este jueves.MAXIM SHEMETOV (REUTERS)
Pilar Bonet

Más de dos millones de preguntas llegaron a la administración del Kremlin para que el presidente Vladímir Putin las contestara en su renovada cita anual con los medios de comunicación y con la ciudadanía, según cálculos de los receptores. Aquellos dos maratonianos y multitudinarios eventos, que se escenificaban en escenarios diferentes, se han fundido este año en un espectáculo único.

Entre las preguntas que llegaron al secretario de prensa del presidente, Dmitri Peskov, estaban las de varios periodistas de medios de comunicación de Moscú, que inquirían sobre las razones por las que los ciudadanos movilizados para la guerra en otoño de 2022 (Operación Militar Especial, en terminología oficial) no están sometidos a rotación y no tienen fecha para retornar a sus hogares. En diferentes lugares de Rusia, los familiares de esos ciudadanos reclaman el regreso (no previsto por las autoridades) de esos hombres, a los que desde su marcha han visto a lo sumo de modo intermitente en cortas vacaciones dominadas por la angustia de la vuelta al frente. Por ahora, las autoridades locales torean a estas esposas y madres y tratan de disuadirlas de salir a la calle o de convencerlas para que vuelvan a sus casas.

En vísperas de la comparecencia del presidente, los periodistas rusos se hacían cábalas. ¿Tendría Putin el valor de responder a los familiares de los movilizados? La interrogación pudo leerse incluso el miércoles por la noche en una pantalla electrónica que servía de fondo para un comentario en el primer canal de la televisión rusa. Después, el texto desapareció.

En el largo temario abordado, que incluía la escasez de huevos en Rusia y la situación en Argentina, el presidente evitó hablar del retorno y no solo eso. Su aseveración, según la cual “a día de hoy no hay ninguna necesidad” de movilización, no da garantías para mañana.

La movilización impuesta en otoño de 2022 afectó a 300.000 personas. En la actualidad, el contingente ruso en Ucrania, según dijo Putin, es de 617.000 personas, de las cuales 486.000 son voluntarias. Esta última cifra, puntualizó, se incrementa a razón de 1.500 por día. “Directamente en la zona de combate” los movilizados son 244.000, afirmó el jefe del Estado.

Algunas de las cuitas de los combatientes se abordaron en la conferencia de prensa de Putin. También lo fueron los problemas de los veteranos de las organizaciones militares privadas (como lo fue el grupo Wagner del malogrado Yevgueni Prigozhin). Un ciudadano, de apellido Sóbolev, vestido en traje de camuflaje, contó que, habiendo sido miembro de una de esas compañías, le había sido negada reiteradamente la acreditación como veterano de acciones militares. Putin subrayó que este tipo de organizaciones no existen formalmente. Y es verdad desde el punto de vista de la legislación rusa, lo que no implica que no existan en la realidad.

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Putin acusó al Ministerio de Defensa de haber creado un problema, pues las “relaciones diversas” de esas compañías militares con el Estado ruso eran canalizadas por sus “comandantes”. “Desgraciadamente, los pagos se hacían en efectivo” y “hoy es muy difícil establecer incluso la lista” de los integrantes de aquellas unidades militares, explicó el presidente. De ese modo, Putin admitió la existencia de un sistema de contratación que evoca el de brigadas de construcción o de recogida de cosechas en las que los capataces son pagados por el conjunto del trabajo a realizar y reparten la suma entre los integrantes de su grupo. Putin afirmó que los derechos de estos contingentes “deben ser reconocidos” y equiparados a los de otros combatientes y prometió esforzarse por solucionar el problema, “tal vez modificar la ley”. El poderoso jefe del Estado, al que se subordina toda la estructura política, dijo que iba a esforzarse para solucionar el problema. No explicó por qué no lo hizo antes.

Insatisfacción

La guerra, incluidos el fin de la movilización y la fecha de la victoria, es el tema sobre el cual una mayoría de los ciudadanos (el 21%) hubieran querido preguntar a Putin, según un sondeo del centro Levada. Lo chocante de esta encuesta no está en esta prioridad, sino en el siguiente porcentaje entre los encuestados (10%) que manifestaron no desear preguntarle nada a Putin y que no iban a conectar el televisor para verlo. Después, con porcentajes del 8% o menos, seguían los que se interesaban por problemas sociales y económicos.

Las preguntas que Putin no se atrevió a contestar o que contestó con evasivas permiten esbozar dos focos de insatisfacción entre sus seguidores más fieles e implicados, esos que han hecho posible y han apoyado la invasión de Ucrania. Se trata de una insatisfacción que no está estructurada en un movimiento y mucho menos en un partido, pero que existe. Su naturaleza es muy diferente a la naturaleza de las reivindicaciones de la oposición (en gran parte en el exilio) que se manifiesta en defensa de una democratización en Rusia. Estos sectores que exigen un cambio político centran hoy gran parte de sus energías en apasionados debates sobre cómo afrontar las elecciones presidenciales del próximo marzo.

Los luchadores por la libertad y la democracia, en parte en la cárcel, en la clandestinidad o en el exilio, son castigados de forma implacable por el régimen y tienen un apoyo minoritario en Rusia. En cambio, las mujeres que esperan y los hombres que luchan son parte de esa mayoría que apoya al régimen. Es una mayoría que no cuestiona la guerra de Ucrania, sino la forma en que son tratados los fieles y concretos servidores del Estado representado por Putin. Por eso, el malestar de estos últimos puede tener un impacto social muy superior al de los primeros.

Por otra parte, la vuelta de los movilizados a su domicilio supondría la reintegración en la sociedad de centenares de miles de hombres curtidos en la guerra que reivindican una posición digna y un respeto (desde el punto de vista económico y también moral) en el sistema que han defendido. Su sustitución por otros civiles sin experiencia de la guerra podría causar una nueva oleada de protestas como la que ya se dio durante la primera movilización.

Las mujeres que esperan y los hombres que luchan en Ucrania forman ese “gran pueblo ruso” en el que Putin dice confiar tras su “exceso de ingenuidad y credulidad” ante sus “supuestos socios” en 2000. La historia nos enseña cuáles fueron las consecuencias de la insatisfacción y la ira del pueblo ruso a principios del siglo pasado.

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Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.
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