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La percepción de un doble rasero en Gaza ensancha la brecha del sur global con Occidente

La crítica por la posición ante Israel merma la capacidad de EE UU y la UE de proyectar sus valores e intereses en los países emergentes y en desarrollo

Guerra entre Israel y Gaza
El presidente de EEUU, Joe Biden, es recibido por el primer ministro israelí, Bibi Netanyahu, el pasado 18 de octubre en Tel Aviv.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)
Andrea Rizzi

La posición de los países occidentales ante la respuesta de Israel al ataque de Hamás ha agudizado en el sur global la percepción de un doble rasero de Occidente. La comparación entre la manera en la que este clama contra la ocupación ilegal de territorio y el daño infligido a los civiles por parte de Rusia en Ucrania y el argumentario desplegado ante las acciones de Israel provoca en los países emergentes y en desarrollo una extendida sensación de hipocresía de las potencias occidentales.

Naturalmente, ni la posición occidental es monolítica, ni lo es la del sur global ―una definición que agrega un grupo heterogéneo―, ni tampoco los dos conflictos son iguales. Pero hay abundantes elementos fácticos para propulsar esa sensación de doblez occidental en el resto del mundo (y en el seno de sus propias sociedades). Esta tendencia es un hecho tangible ―independientemente de hasta qué punto esté justificada― y representa un grave contratiempo para un Occidente que busca desde hace tiempo estrechar lazos con los países del sur global en medio de una gran competición de potencias que también maniobran para conquistar el favor de esa nebulosa de naciones.

La actitud occidental no es estática ni unívoca. Con el paso de las semanas, a medida que la respuesta israelí iba infligiendo un descomunal daño a los civiles de Gaza, los occidentales han modificado tono y posición. Estados Unidos, gran valedor de Israel, ha dejado pasar una resolución en la ONU que reclamaba una tregua sin condenar el ataque de Hamás, y hay países ―como España, Bélgica o Irlanda― que han expresado claras críticas del Gobierno de Netanyahu. El alto representante de Exteriores y Seguridad de la UE, Josep Borrell, también se ha ido pronunciando de forma clara. Pero, para muchos, el viraje de los principales países ―como por ejemplo EE UU, Alemania, el Reino Unido o Italia― es tardío y muy insuficiente. Y algunas imágenes ―como la de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que viajó a Israel expresando un apoyo sin matices cuando los bombardeos ya eran brutales y no tuvo ningún interés en reunirse con la Autoridad Nacional Palestina― son muy difíciles de borrar.

“La posición occidental se está tornando menos monolítica. Pero los titubeos iniciales a la hora de criticar el sufrimiento infligido a los civiles palestinos, que desde pronto ya se veía masivo, han espoleado en el sur global la sensación de hipocresía de Occidente, la percepción de que no aplica el derecho internacional de forma universal, sino más bien selectiva”, comenta Oliver Stuenkel, profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Fundación brasileña Getúlio Vargas.

“Hay una percepción de doble rasero con respecto a Gaza ahora, pero también una general, anterior al actual estallido de violencia, con respecto al conjunto del conflicto israelí-palestino. A mi juicio, estas percepciones son en gran medida fundamentadas, y quedan amplificadas por la comparación con la respuesta de Europa a la guerra rusa en Ucrania”, dice Hugh Lovatt, experto sénior en materia de Oriente Próximo, derecho internacional y conflictos armados del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

“Cada conflicto tiene sus propias características. Pero desde el punto de vista del derecho internacional hay claros paralelismos [entre Ucrania y Gaza], no solo en lo que concierne las exigencias para minimizar daños a los civiles, sino también en la inadmisibilidad de adquisiciones territoriales por la fuerza”, prosigue Lovatt.

Los conflictos en Ucrania y Gaza son diferentes, entre otras cosas, porque Rusia no sufrió ningún ataque mientras Israel responde a uno. Sin embargo, el derecho internacional reclama, en cualquier caso, que se distinga entre objetivos militares y civiles. Los castigos colectivos son un crimen. La magnitud de la destrucción causada por los bombardeos israelíes y el bloqueo indiscriminado de los suministros de agua, electricidad, alimentos y medicamentos, con excepciones con cuentagotas, conforman un cuadro con indicios criminales, según muchos expertos. Abundan también los elementos para considerar ilegal la ocupación israelí de Palestina.

“Los europeos tienen razón en denunciar las acciones de Ucrania en Rusia. Sin embargo, cuando se ven escenas similares en términos de sufrimiento civil en Gaza y la reacción no es la misma; se alimenta la percepción de doble rasero y debilita a Europa, que se define como defensora de ciertos valores, y que a menudo ha dado la sensación de dar lecciones a los demás en esta materia, pero que luego no se muestra siempre coherente”, dice Lovatt.

Una historia que se reproduce

El episodio actual adquiere especial relevancia a la vista de la historia sobre la que se produce. No es aislado. “La guerra en Gaza ha dado nueva sustancia a la percepción de doble rasero de Occidente, pero esta no ha empezado con esta crisis”, añade Stuenkel. Aunque la ilegal invasión de Irak capitaneada por EE UU en 2003 y respaldada por otros países occidentales ―aunque no todos― es el ejemplo más citado; hay raíces históricas más profundas que desempeñan un papel en el tiempo presente, y que tienen a que ver con el colonialismo.

“Una parte considerable de líderes y votantes en el sur global ve la guerra en Gaza a través del prisma de la lógica de colonizadores frente a colonizados”, comenta Stuenkel. “Sería una exageración considerar que el sentimiento anticolonialista sea decisivo en la plasmación de las estrategias de estos países, pero sin duda es uno de los elementos a través de los cuales construyen su visión del mundo. Su peso difiere según las regiones; por ejemplo, en África Occidental es especialmente marcado y Rusia ha sabido aprovecharlo bien. En cualquier caso, es algo que los observadores occidentales harían bien en tener en cuenta”, concluye.

La referencia a las acciones de Rusia, muy hábil en la propagación y manipulación internacional de narrativas favorables a sus intereses, pone en evidencia los riesgos del percibido doble rasero de Occidente en la gran competición mundial de potencias.

Lazos con China, Rusia y la India

En esa competición, cada uno de los grandes polos busca reforzar las relaciones con países del hemisferio Sur para apuntalar su posición frente a los demás. China lleva décadas haciéndolo, aprovechando la palanca económico-tecnológica, con préstamos, comercio, la construcción de infraestructuras, la prestación de servicios tecnológicos. Rusia lo intenta a través del suministro de servicios de seguridad, la venta de armas (la guerra en Ucrania complica ahora esa vía), o la agitación propagandística. La India es cada vez más activa en el plano político, tratando de perfilarse como un actor independiente capaz de representar de forma veraz los intereses de ese grupo heterogéneo.

“No hay duda de que Occidente ha perdido influencia en el sur global en las últimas dos décadas, sobre todo por el incremento de la influencia política y económica de China, en línea con un desplazamiento general del peso económico hacia el Este de Asia”, dice Stuenkel.

“El mundo se aleja de la situación de hegemonía de EE UU y avanza hacia un panorama multipolar. Esto es especialmente verdadero en Oriente Próximo y el Norte de África. Los gobiernos europeos han sido lentos en adaptarse a esta realidad cambiante. La división, la persistente búsqueda del interés nacional en vez de actuar de forma colectiva, es la clave. Actores regionales han sido más rápidos en explotar la nueva situación”, observa Lovatt.

Occidente se ha dado cuenta con cierto retraso de la importancia de cultivar las relaciones con esa parte del mundo, y trata de recuperar terreno. Parte de esa estrategia, por ejemplo, son los proyectos para impulsar un corredor de transporte, energético y digital entre la India y Europa, y otro, menos ambicioso, en África occidental, anunciados ambos en el G-20 del pasado septiembre.

El primero, que debería haber transitado a través de Israel, queda comprometido por el actual conflicto. Otras iniciativas con una lógica parecida ―como las adscritas al proyecto de financiación Global Gateway de la UE― quedan en gran medida todavía en estado gaseoso, mientras China ha inyectado ya un billón de dólares en una década en la Iniciativa de la Franja y de la Ruta.

“No obstante, si se mira un país como Brasil, la UE o EE UU siguen invirtiendo más que China, y el G-7 invierte más que los demás socios de los BRICS”, dice Stuenkel. “En cuanto a la UE, en concreto, ha perdido mucha influencia, pero si se ratificara el acuerdo de libre comercio con Mercosur, podría recuperar al menos en parte”, continúa. “Pese a los desafíos, no debería subestimarse lo que Europa puede poner sobre la mesa. Es un actor de gran peso económico. Especialmente en el Norte de África, no será sustituido por China y Rusia”, argumenta Lovatt.

La percepción de doble rasero en la crisis de Gaza es un contratiempo serio, porque alimenta una mala imagen en las opiniones públicas de muchos países, algunos de los cuales ya orbitan lejos de la esfera occidental. Esto es un factor importante. No obstante, no es definitivo. Abundan los indicios de que, en medio de la gran competición entre potencias del hemisferio Norte, muchos del Sur buscan discernir qué les conviene más, tomando decisiones igual que muchas de las anteriores: más por intereses que por valores.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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