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Dilma Rousseff, nubarrones económicos y mantequilla francesa en una cena de gala con Xi Jinping

China celebra los 74 años de la proclamación de la República Popular con una recepción oficial para 800 invitados en el Gran Salón del Pueblo y un discurso del presidente

El presidente chino, Xi Jinping, levanta su copa tras el discurso para celebrar el 74 aniversario de la fundación de la República Popular China, el 28 de septiembre en Pekín.
El presidente chino, Xi Jinping, levanta su copa tras el discurso para celebrar el 74 aniversario de la fundación de la República Popular China, el 28 de septiembre en Pekín.Andy Wong / POOL (EFE)
Guillermo Abril

La enorme sala, ubicada en la primera planta del Gran Salón del Pueblo en Pekín, parece engalanada para un banquete de boda. Decenas de camareros aguardan en un flanco el goteo de invitados. Las mesas están perfectamente dispuestas; cada comensal cuenta antes de empezar con un aperitivo frío, además de un melocotón de buen tamaño y un envase de mantequilla francesa (Président) para untar en el pan. Cada pieza de la vajilla tiene grabado el emblema nacional de la República Popular China: un círculo rojo en cuyo interior se ven las cinco estrellas —la mayor representa al Partido Comunista; las cuatro menores, las clases del pueblo—, y bajo las estrellas, la Puerta de Tiananmén, el punto de acceso a la Ciudad Prohibida. Desde allí, Mao Zedong declaró el 1 de octubre de 1949 la fundación de la República Popular China.

Ese es justo el motivo de la cena de gala: la China comunista cumplió este domingo 74 años. Por este motivo, el presidente, Xi Jinping, invitó el jueves a unos 800 comensales a una recepción oficial. Son en torno a las cinco de la tarde y se espera que el mandatario llegue en cualquier momento. Mientras, la sala se va llenando y hay un revoloteo de conversaciones. Se mezclan decenas de diplomáticos extranjeros, cuadros chinos en activo y retirados, militares con las condecoraciones en la pechera, deportistas laureados. En un sector iberoamericano se combina la charla ligera con las cargas de profundidad: del fútbol argentino a las negociaciones del acuerdo UE-Mercosur.

En cuanto aparece la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, que está recién mudada a Shanghái, se forma un corrillo alrededor. Fue nombrada en marzo presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo, la institución financiera de los BRICS, con sede en esta megaurbe china. El interés parece indicativo del creciente peso del grupo de las economías emergentes, recién ampliado con cinco nuevos miembros. El movimiento se ha interpretado como una victoria geopolítica de China.

Rousseff sonríe y saluda a todo el mundo. Se acerca a ella, por ejemplo, el nuevo embajador de Colombia en China, el conocido cineasta Sergio Cabrera, autor, entre otras, de La estrategia del caracol (en 1993 ganó la Espiga de oro en la Seminci de Valladolid), cuyos lazos con la República Popular son intensos: su familia se mudó a Pekín en los años sesenta, aquí se educó casi como un chino más durante los años de la Revolución Cultural, y fue instruido en el Ejército Popular de Liberación antes de regresar a Colombia y unirse a la guerrilla. Su increíble biografía la noveló el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en Volver la vista atrás (Alfaguara, 2021).

El embajador estadounidense, Nicholas Burns, suscita interés nada más aparecer; muchos se acercan a estrecharle la mano e intercambiar unas palabras. Burns acaba de concluir la compleja operación diplomática de rescate de Travis King, el militar estadounidense que se adentró sin permiso en Corea del Norte. Pyongyang decretó su expulsión la víspera y el régimen norcoreano ejecutó la deportación en la frontera con China: allí estaba para recibirlo, entre otros, el diplomático estadounidense.

Pasos para el deshielo

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En uno de los círculos cercanos, una voz autorizada observa que Washington está dando pasos hacia el deshielo de relaciones con Pekín. Estima probable que, tras el aluvión de visitas de altos funcionarios estadounidenses a China —del secretario de Estado, Antony Blinken, en junio, a la de Comercio, Gina Raimondo, a finales de agosto—, ahora viajen sus contrapartes chinas a Estados Unidos. Sería un nuevo signo de distensión y abriría las puertas a un posible encuentro entre Xi y su homólogo estadounidense, Joe Biden.

De pronto, un ajetreo recorre la sala. Cada cual regresa a su mesa. La orquesta comienza a tocar y hace entrada el presidente Xi —caminar cadencioso, saludo con la palma abierta— seguido de altos mandos del Partido y del Gobierno. Entre los ausentes, de nuevo, el ministro de Defensa, Li Shangfu, desaparecido desde hace un mes sin explicación oficial.

Entre aplausos, el máximo líder toma la tribuna, y ofrece un largo agradecimiento que va de “todos los grupos étnicos” del país a “los amigos internacionales que se preocupan y apoyan el impulso modernizador de China”. Luego arranca el discurso: en los últimos 74 años, dice, China ha pasado “de la pobreza a la prosperidad moderada en todos los aspectos”. Son “grandes progresos”.

Discurso fundacional de Mao

Mao pronunció su discurso fundacional no muy lejos de aquí, en el flanco norte de la plaza de Tiananmen, ante una población diezmada tras años de guerra contra los japoneses primero, y de guerra civil a continuación. “A las tres de la tarde”, y ante “unos 300.000 soldados y civiles”, el dirigente declaró solemnemente al mundo: “¡El Gobierno Popular Central de la República Popular China queda establecido hoy!”. Al menos así lo recoge un libro de propaganda facilitado por el Gobierno de Pekín. Siempre resulta interesante escuchar la versión oficial: “La fundación de la RPC permitió al pueblo convertirse en dueño de China, de la sociedad y de su propio destino”, “puso fin por completo a la historia de China como sociedad semicolonial y semifeudal”, “abolió por completo todos los tratados desiguales impuestos a China por las potencias imperialistas y acabó con todos los privilegios del imperialismo en China”.

La reconocida biografía Mao, la historia desconocida (Penguin, 2005), escrita por Jung Chang y Jon Halliday, aporta una visión mucho más crítica. El capítulo que narra la proclamación empieza: “El arma más temible de Mao era su crueldad”; a continuación, describe cómo doblegó al bando nacionalista, y asegura que aquel discurso fundacional fue “monótono” (básicamente “un listado de nombramientos”) y que el inicio de cada frase iba acompañado de carraspeos, “lo que le hizo parecer un conferenciante nervioso más que un orador vehemente”. “En ningún momento esbozó ningún programa en beneficio del ‘pueblo’ en cuyo nombre había instaurado el régimen”, y aquel día “se erigió a sí mismo en el gobernante absoluto de unos 550 millones de personas”. El siguiente capítulo se titula: “Estado totalitario, vida de opulencia”.

Setenta y cuatro años después, el discurso de Xi se dirige a otra China y a un mundo bien distinto. En sus palabras se percibe preocupación por la economía. Asegura que la “recuperación económica general ha mejorado”, pero habla a la vez de las “transformaciones no vistas en un siglo”, la misma expresión que usó en su encuentro de marzo en Moscú con el presidente ruso, Vladímir Putin —ante este añadió: “Cuando estamos juntos, pilotamos esos cambios”—. Advierte que, ante un cambiante entorno internacional, quedan “muchos riesgos y retos” por delante. Propone, entre otras cosas, incrementar el “control macro” y “esforzarse por ampliar la demanda interna efectiva”, colocando el foco sobre uno de los grandes problemas actuales: el consumo estancado.

El crecimiento no es el esperado tras haber puesto fin a las restricciones antipandémicas. El sector inmobiliario —alrededor de un cuarto del PIB— acumula meses de caídas. El mismo día de la cena, la compañía Evergrande, que llegó a ser la mayor inmobiliaria china, ha suspendido su cotización en la Bolsa de Hong Kong tras la noticia de la vigilancia policial a su presidente, el magnate Xu Jiayin. Puede ser que se avecinen tiempos duros. “La confianza es más importante que el oro”, dice Xi.

También se adentra en el tema ineludible: Taiwán, la isla autogobernada que China considera parte irrenunciable de su territorio, y origen de muchos de los rifirrafes con Estados Unidos. En este punto, sus palabras suenan algo más suaves que en su discurso de octubre, en este mismo edificio, a las puertas de su reelección como líder del partido. Advirtió entonces de que Pekín no iba a “renunciar al uso de la fuerza armada” para lograr la reunificación. En esta ocasión evita esa referencia —¿quizá otro síntoma de deshielo?—, aunque afirma que la reunificación no podrá ser “contenida por ninguna fuerza”.

Finalmente, y tras repasar las diversas iniciativas de aspiraciones globales puestas en marcha en la última década, todas con su sello y destinadas a “crear un futuro mejor para la humanidad”, pide a los invitados que se le unan en un brindis. Y con una copa en la mano, exclama: “¡Ganbei!”.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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