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Macron opta por una remodelación gubernamental de mínimos tras las crisis de la ‘banlieue’ y las pensiones

El presidente envía un mensaje de continuidad en Francia 100 días después de proponerse “calmar” el país antes de la pausa estival

Élisabeth Borne
La primera ministra francesa, Élisabeth Borne, llega al Elíseo, el 19 de julio.YOAN VALAT (EFE)
Marc Bassets

No era el momento de un cambio de rumbo. Después de un curso político marcado por meses de protestas en la calle, agitación parlamentaria y violencias callejeras, Emmanuel Macron ha optado este jueves por una remodelación gubernamental de mínimos. El presidente francés y su primera ministra, Élisabeth Borne, han evitado mover a los ministros más destacados.

De las 40 carteras, entre ministros y secretarías de Estado, cambian una decena, y se mantiene la paridad entre hombres y mujeres. La dimensión de la remodelación, anunciada en un comunicado, es limitada. Y queda lejos de lo que habría supuesto el relevo de la primera ministra, como se especuló en la prensa francesa durante semanas, e incluso de figuras de peso como los titulares de Interior, Economía y Finanzas o Exteriores. Hubiese tenido su lógica después de uno de los periodos más convulsos en la sociedad francesa en los años recientes: el movimiento en invierno y primavera contra la impopular reforma de las pensiones, y hace tres semanas el estallido de violencia en la banlieue, las barriadas empobrecidas del extrarradio, tras la muerte de un adolescente de origen magrebí por el disparo de un policía.

Sucedió lo contrario: poco ruido y pequeños ajustes. En el final del curso político y con Francia a punto de marcharse en masa de vacaciones, el mensaje es claro: calma y continuidad. En las próximas horas, Macron posiblemente se dirija a los franceses para explicar su decisión, hacer balance de los últimos meses y definir el rumbo para los próximos. Se desconoce si se tratará de un discurso o una entrevista.

El relevo más destacado es el del intelectual progresista Pap Ndiaye, que abandona el Ministerio de la Educación Nacional y cede el cargo a Gabriel Attal, niño prodigio del macronismo que, a los 34 años, ya aparece en las quinielas para ser candidato a suceder a Macron en 2017. A Ndiaye le faltó colmillo político y cintura para gestionar un coloso administrativo como el ministerio que dirigía, y fue objeto de duras críticas desde la derecha por demasiado izquierdista, algunas con tintes racistas, y desde la izquierda por supuestamente haber traicionado sus principios. El ministro saliente también fue criticado hace unos días desde la derecha y la extrema derecha al declarar hace unos días que situaba en la órbita ultra al magnate Vincent Bolloré y su cadena de televisión CNews.

Otra damnificada por los cambios ministeriales es la secretaria de Estado de la Economía Social y Solidaria, Marlène Schiappa, integrante de sucesivos gobiernos desde que Macron llegó al poder en 2017. Schiappa se ha visto debilitada por una investigación sobre la financiación supuestamente irregular de asociaciones en defensa de la laicidad. También recibió críticas, incluso de colegas suyos en el Gobierno, por aparecer en la revista Playboy.

Entre los que entran en el Gobierno figura la nueva ministra de las Solidaridades, Aurore Bergé, hasta ahora presidenta en la Asamblea Nacional del grupo macronista Renacimiento, el primero en el hemiciclo. Y Aurélien Rousseau, un excomunista que hasta ahora era jefe de gabinete de Borne, quien sustituye en el Ministerio de Sanidad al médico sin experiencia política François Braun. Tanto la entrada de Rousseau como la de Attal en Educación se interpretan como una constatación de que los ministros de la sociedad civil no acaban de funcionar. Es la hora de los profesionales.

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No ha habido un cambio de equilibrios entre los partidos que componen el bloque presidencial (el macronista Renacimiento, el centrista MoDem y la derecha moderada de Horizontes) ni entre las sensibilidades más progresistas y más conservadoras. Pronto quedó descartado el nombramiento del ministro del Interior, el derechista Gérald Darmanin, como primer ministro, lo que habría respondido a la demanda de ley y orden tras los disturbios, y quizá habría supuesto una mano tendida a la derecha francesa para ayudar a gobernar a Macron, sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. La remodelación minimalista ni cambia el rumbo ni tampoco permite al presidente salir de la precariedad parlamentaria, que complica la adopción de reformas ambiciosas. Por ahora, la hipótesis de una coalición con Los Republicanos (LR), la derecha tradicional hermanada con el PP en España, no se plantea.

La remodelación es la culminación de un periodo de 100 días, que Macron se fijó el 17 de abril, para calmar los ánimos en Francia. El Consejo Constitucional acababa de dar el visto bueno a la reforma de las pensiones, adoptada unas semanas antes por decreto ante el bloqueo parlamentario. Quedaban atrás meses de manifestaciones masivas, algunas con incidentes violentos, contra una ley que aumenta la edad de jubilación de los 62 a los 64 años y a la que se oponía un 70% de franceses.

Macron puede decir que logró pasar la página por la reforma de las pensiones. Las protestas se apagaron y la oposición y los sindicatos asumieron que habían perdido el pulso. La muerte del joven Nahel el 27 de junio y los disturbios en varias ciudades francesas en las noches siguientes, hizo saltar los planes por los aires.

No habían pasado ni 100 días y resultaba evidente que Francia no estaba en calma. Quienes esperaban un punto y aparte tras la banlieue y una nueva manera de gobernar tras las pensiones, tendrán que esperar. A la espera de las palabras de Macron, todo seguirá más o menos igual. Lo difícil queda para la rentrée, el inicio de curso en septiembre.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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