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La guerra de Putin en Ucrania agita el avispero nuclear global

La invasión da argumentos a quienes ven el arma atómica como garantía en un mundo convulso y complica las perspectivas de acuerdos armamentísticos entre potencias

Andrea Rizzi
Captura de una imagen de un vídeo publicado por el Ministerio de Defensa ruso que muestra el lanzamiento para ensayo del misil balístico intercontinental Sarmat, el pasado 20 de abril.
Captura de una imagen de un vídeo publicado por el Ministerio de Defensa ruso que muestra el lanzamiento para ensayo del misil balístico intercontinental Sarmat, el pasado 20 de abril.HANDOUT (AFP)

Entre la multitud de dramáticas consecuencias de la invasión de Ucrania por parte de las fuerzas militares rusas, ocupa un lugar prominente la agitación del avispero nuclear. Más allá de las abiertas amenazas de recurso al uso de armas atómicas por parte del Kremlin, el mero hecho de este brutal ataque con fuerzas convencionales espolea dinámicas que perfilan el contorno de una carrera armamentística acelerada, desordenada y muy peligrosa.

El ataque generalizado, con invasión terrestre, de una potencia nuclear a un país sin arma atómica —del que además tenía el compromiso de garantizar su seguridad— ofrece nuevos argumentos a quienes, en países con una posición internacional inestable, defienden la opción de dotarse del arma nuclear, o quedarse a un paso de ella, como garantía. La guerra en Ucrania ha producido un escenario global más polarizado, con fricciones que aumentan el riesgo de conflictividad, e incluso aquellos países que gozan de vínculos de seguridad con grandes potencias —pero sin la fuerza explícita del artículo 5 de la OTAN— están considerando hasta qué punto pueden confiar en obtener ayuda en caso de ataque de una nación nuclear a la vista de cómo las fuerzas occidentales están midiendo sus gestos de apoyo a Ucrania frente a Rusia.

La región del Golfo, con el programa nuclear iraní y los consiguientes riesgos de proliferación reactiva en la zona, y el este asiático —con la sombra china que se proyecta inquietante sobre Taiwán y la dictadura norcoreana— son las dos áreas donde estas consideraciones adquieren un papel relevante. Síntomas negativos se acumulan en ambos frentes.

Irán ha cortado recientemente la señal de las cámaras a través de las cuales la Agencia Internacional de la Energía Atómica vigilaba sus centros nucleares. Teherán desarrolla profundísimos túneles cerca de esas instalaciones y, según la gran mayoría de expertos, se halla más cerca que nunca de la bomba. Corea del Norte, según evidencian imágenes satelitales y denuncian Washington y Seúl, ha completado los trabajos de preparación para un nuevo ensayo nuclear que se dispondría, según ellos, a realizar pronto.

Pero la invasión rusa también complica el escenario de interacción de las grandes potencias nucleares. Por un lado, ha descarrilado toda clase de diálogo en materia de control de armamento entre EEUU y Rusia, que ya se hallaba en fase de desmoronamiento. Por el otro, el escenario de tensión global hace aún más improbable que China se avenga en algún momento a sentarse a cualquier mesa negociadora de carácter armamentístico, lo que rehúye, en sustancia, con el argumento de que tiene derecho a adecuar su fuerza militar a la altura de la de EEUU y Rusia y de lo que corresponde a su peso económico.

Estas nuevas dinámicas vinculadas a la guerra en Ucrania se suman a una tendencia ya consolidada por la que las 9 potencias nucleares del mundo se hallan inmersas en considerables esfuerzos para modernizar o ampliar sus arsenales. En su informe anual sobre fuerzas nucleares, publicado esta semana, el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo concluyó que este escenario apunta a que, tras un largo periodo de declive, la próxima década registrará un aumento de las armas atómicas.

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Es en ese contexto, se avecinan dos citas internacionales relevantes. La primera, a partir del martes en Viena, reunirá a impulsores y observadores del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), aprobado en la ONU con 122 votos a favor en 2017 y en vigor desde enero del año pasado. Ha sido ratificado por más de 60 países. La segunda, de mayor envergadura política, es la sesión quinquenal de revisión del Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que se celebrará finalmente en agosto en Nueva York, tras dos años de retrasos a causa de la pandemia.

“Por un lado, el ataque ruso sobre Ucrania ha creado un estado de shock en Europa y ha fortalecido las visiones más duras en relación con la seguridad, con más gasto militar, más armas, etc.”, dice Jordi Armadans, director de la Fundipau, organización con sede en Barcelona activa en la campaña para lograr la prohibición de las armas nucleares. “Por otro lado”, prosigue, “ha mostrado que la situación actual —casi 13.000 armas nucleares existentes después de más de 30 años del fin de la Guerra Fría— es un peligro que no podemos permitirnos. Por eso, la Primera Conferencia del TPAN viene en un buen momento: hay más conciencia del problema para la seguridad global que suponen las armas nucleares. Viena puede ser un buen punto de partida para analizar colectivamente qué hemos hecho y estamos haciendo y qué deberíamos hacer para desactivar seriamente el peligro nuclear”.

Las dinámicas de carrera armamentísticas serán muy difíciles de revertir, pero la reunión de Viena puede ayudar a configurar tanto el posicionamiento de las opiniones públicas como la coordinación de los Estados no nucleares que rechazan el actual curso de los acontecimientos de cara a la sesión de revisión del TNP, del que son firmantes casi todos los Estados del mundo. Significativamente, al menos dos países OTAN —Alemania y Noruega— han decidido participar como observadores en la cita de Viena. Berlín ha anunciado recientemente la compra de 35 aviones de combate F-35, esenciales para el desempeño de su papel dentro del paraguas atómico de la Alianza.

La reunión de Nueva York estará marcada por dos grandes líneas políticas. Una, entre Rusia y el bloque occidental, que activamente se opone a su guerra; la otra, entre los nucleares —que, según las previsiones del TNP, tienen el compromiso de avanzar hacia el desarme nuclear— y muchos de los demás, que consideran que se está incumpliendo el espíritu y la letra del Tratado. EEUU y Rusia han ido reduciendo sus arsenales en las últimas décadas, pero siguen modernizándolos y haciéndolos más amenazantes, mientras otros directamente los amplían.

“La invasión de Ucrania —país que tenía armas nucleares y las entregó a cambio de garantías que se han incumplido— revive ciertas preguntas. Países que dependen de acuerdos de seguridad sin duda se plantean ciertas cuestiones. Espero que esto no llegue a respuestas proliferatorias equivocadas”, dice William Alberque, que fue director del centro de control de armamento de la OTAN y ahora dirige el departamento de Estrategia, Tecnología y Control de Armas en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

Por otra parte, la propia carrera armamentística de quienes ya tienen armas nucleares plantea otras preguntas. “Rusia y China”, continúa Alberque, “han estado desarrollando y desplegando nuevo armamento diseñado para superar las defensas de EEUU. Algunas, honestamente, parecen casi invenciones de una mala novela de la Guerra Fría, pero no, se está desarrollando realmente. No creo que cambien el fondo de los equilibrios estratégicos, porque el potencial destructivo acumulado con las armas tradicionales es enorme, pero por supuesto las nuevas armas plantean preguntas acerca de cuáles son las intenciones subyacentes”.

La ubicación de las armas también tiene efectos desestabilizadores. En otro desarrollo vinculado a la guerra, Bielorrusia se abrió en febrero a la perspectiva de acoger bombas nucleares rusas.

Esas preguntas, sobre todo cuando no median pactos de control armamentísticos, suelen conducir como respuesta al desarrollo de nuevas armas y defensas. En definitiva, una carrera, que se sabe como empieza, pero no como termina.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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