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Bolsonaro y sus fieles buscan refugio en Telegram para evitar ser silenciados por desinformar

El presidente de Brasil, que tiene 45 millones de seguidores en redes, pretende garantizarse un canal de comunicación con su base más fiel tras varias sanciones en Twitter y Facebook

El presidente saluda a sus seguidores tras una manifestación a su favor en Brasilia, el 15 de marzo de 2020.Foto: AFP | Vídeo: EPV
Naiara Galarraga Gortázar

La popularidad de Jair Bolsonaro en las encuestas electorales de Brasil merma mes a mes. Pero eso no le impidió protagonizar una elocuente demostración de fuerza en internet hace unas semanas. El presidente fue elegido persona del año por la revista Time. Era cierto, pero con un matiz. Fue elegido por los lectores en una encuesta digital; el semanario coronó, sin embargo, al multimillonario dueño de Tesla, Elon Musk, como la persona más influyente de 2021. El ultraderechista brasileño ganó entre los cibernautas con un cuarto de los nueve millones de votos, muy por delante de su admirado Donald Trump. Gracias a la movilización de sus seguidores, el mandatario recordó que mantiene su poderío digital.

La campaña para que Time eligiera a Bolsonaro se fraguó en Telegram, el nuevo espacio digital preferido del brasileño y otros líderes mundiales de la derecha que erosiona la democracia. Es el lugar donde buscan refugio ante las medidas contra la desinformación y las noticias falsas que van adoptando Facebook, Twitter, Google o YouTube.

Las medias verdades y mentiras que circulan por redes sociales tuvieron gran protagonismo en las últimas elecciones de Brasil. Internet fue crucial en la victoria de Bolsonaro. Con la vista puesta en los comicios del próximo octubre, las autoridades electorales están especialmente preocupadas por Telegram, que gana velozmente usuarios y con el que no logran siquiera establecer una interlocución.

Días después de que Bolsonaro se erigiera en una de las personalidades del año de Time, el presidente del Tribunal Superior Electoral, Luís Roberto Barroso, escribió al consejero delegado de Telegram, Pavel Durov, un programador de 37 años nacido en Rusia. El juez le solicitaba que su empresa colaborara en los esfuerzos para combatir la desinformación. Apoyaba la petición en dos hechos: la aplicación está descargada en la mitad de los móviles brasileños y “ahora mismo se están diseminando por Telegram teorías de la conspiración e informaciones falsas sobre el sistema de voto electrónico”, dice el correo electrónico. El Zuckerberg ruso no ha respondido. La empresa, con sede en Dubái, no tiene representantes en Brasil.

El desembarco del bolsonarismo (y del trumpismo) en Telegram empezó justo hace ahora un año, tras el asalto al Capitolio, cuando Twitter suspendió la cuenta de Trump por incitar aquella protesta violenta. El hasta entonces político más poderoso del mundo se quedaba sin su principal altavoz y Bolsonaro tomó nota. “Registraos en mi canal oficial de Telegram”, pidió a sus fieles el brasileño. Comenzaba la campaña para buscar refugio en un lugar con menos cortapisas a la estrategia digital que lo catapultó al poder. Y funcionó. El militar retirado acumula un millón largo de seguidores, más que ningún otro líder mundial. Le siguen Trump (con un perfil no oficial) y los presidentes de Turquía, Uzbekistán, Etiopía y México, según un informe del Núcleo Jornalismo que investiga el impacto de las redes sociales en la vida de los brasileños.

La última elección fue la más polarizada de la historia de Brasil. Esta será también a cara de perro y es probable que abunde el juego sucio. Brasil es terreno fértil para la desinformación, explicaba la verificadora de datos Cristina Tardáguila en un reciente podcast de Americas Quarterly. Enumeraba tres motivos: el panorama informativo es un páramo fuera de São Paulo, Río y Brasilia porque no existe prensa independiente, el 80% de los brasileños se informa principalmente en WhatsApp y faltan verificadores.

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Un seguidor de Bolsonaro se toma una selfi con un muñeco de la imagen del presidente en el estadio Maracana.
Un seguidor de Bolsonaro se toma una selfi con un muñeco de la imagen del presidente en el estadio Maracana.Fabio Teixeira (Getty Images)

A ello se suma una población enganchada a Internet como la de pocos países, gran desconfianza en las instituciones y un presidente anticiencia que siembra dudas sobre la votación. Un cóctel con gran potencial de que la desinformación contamine la campaña y las elecciones con el temor añadido de que el presidente no reconozca el resultado si pierde.

“Telegram se ha convertido en una importante herramienta para que los políticos hablen con sus bases porque tiene menos controles de moderación (de los contenidos que otras aplicaciones) y ofrece más recursos de transmisión”, explica el informe de Núcleo Jornalismo.

El canal de Bolsonaro es propaganda 2.0, un torrente de información sobre logros gubernamentales con el aliciente de que cualquiera puede comentar desde el anonimato. Frases como “lo que usted no sabrá por la prensa” son el típico gancho.

Esta aplicación de mensajería fue creada por Durov en 2013. Prueba del momento de éxito que vive, los 70 millones de nuevos usuarios que sumó en un solo día de octubre. A primera vista es una especie de Whatsapp. Incluso el aspecto es similar, pero las normas de moderación del discurso son mucho más laxas. Veta la incitación a la violencia, al terrorismo y la pornografía, pero ofrece barra libre a quien distorsiona de manera grotesca los hechos o miente sin rubor. Gran ventaja para un político como Bolsonaro al que Twitter, Facebook e Instagram ya le han eliminado mensajes por desinformar. El precedente de Trump pesa.

Telegram permite, además, grupos de 200.000 personas frente a las 256 de WhatsApp, un límite creado para frenar la viralización de noticias falsas como las que circularon con fuerza en la anterior campaña. Basta apuntarse a un canal, sin invitación.

Si el servicio de mensajería de Zuckerberg protagonizó los comicios de 2018, esta vez podría ser el momento de esta aplicación. A Bolsonaro le han seguido hasta este nuevo territorio digital sus hijos, diputados afines y relevantes personajes bolsonaristas como el bloguero Allan dos Santos, investigado por diseminar noticias falsas, prófugo de la justicia brasileña y vetado de otras redes. Para los fieles al presidente, Do Santos es un mártir de la libertad de expresión y los jueces del Supremo, meros censores de voces críticas.

Seguidores de Bolsonaro siguen de cerca una de sus transmisiones por redes sociales.
Seguidores de Bolsonaro siguen de cerca una de sus transmisiones por redes sociales.Getty Image

En su estrategia contra la desinformación, el Tribunal Superior Electoral ha logrado que Google establezca nuevos requisitos para contratar propaganda política y el compromiso de informar públicamente de quién paga los anuncios. La máxima autoridad electoral también mantiene conversaciones con otras grandes tecnológicas para que los comicios sean limpios.

Bolsonaro desdeña a la prensa tradicional. Desde que es presidente ha pasado al ataque frontal contra los grandes medios. Prefiere la galaxia formada por las redes sociales, donde suma 45 millones de seguidores. Para él, Telegram es un canal más “para interactuar con el pueblo”. Por supuesto, sin la molestia de tener que rendir cuentas o responder a demasiadas críticas. Es su zona de confort porque fuera de ahí ahora hace frío. Cada vez es más frecuente que el presidente oiga pitadas en sus controladas apariciones públicas y son constantes las críticas por su gestión de la pandemia, la inflación y el desempleo.

Desde que fue rehabilitado, Lula da Silva ha reforzado su presencia en redes sociales. Pero está a años luz de las cifras de seguidores del bolsonarismo. En Telegram le acompañan 46.000 seguidores y en Twitter, tres millones, pero el hábitat donde el antiguo sindicalista realmente se siente cómodo es el mundo analógico, el de los mítines y los abrazos. Aunque la pandemia le ha impedido retomar el cuerpo a cuerpo, desde hace meses lidera con holgura los sondeos frente a Bolsonaro.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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