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Estados Unidos y Rusia buscan en Ginebra renovar los acuerdos de control de armas nucleares

Los expertos sostienen que el nuevo modelo debería incluir a China, la proliferación atómica, la militarización del espacio y los ciberataques

Joe Biden y Vladímir Putin, durante su encuentro  del 16 de junio en  Génova (Suiza).
Joe Biden y Vladímir Putin, durante su encuentro del 16 de junio en Génova (Suiza).Kevin Lamarque (REUTERS)
Cecilia Ballesteros

Hace más de 40 años, el 3 de junio de 1980, a las 3 de la madrugada, una llamada del Pentágono despertó a Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional del entonces presidente Jimmy Carter. Al otro lado del teléfono, su ayudante le dijo que la Unión Soviética había lanzado un ataque nuclear con 220 misiles. “Necesito confirmación de eso”. El ayudante volvió a llamarle y le dijo: “Perdón son 2.200 misiles soviéticos y vienen hacia aquí”. Brzezinski decidió no despertar a su mujer porque, si Washington iba a ser destruido en una hora, prefería que muriese dormida. Tenía entre tres y siete minutos para llamar al presidente y lanzar un contraataque, pero antes de que se acabara el plazo, una tercera llamada demostró que se trataba de una falsa alarma provocada por un error informático. Este pánico nuclear ha sido eclipsado en las últimas décadas por otros grandes acontecimientos: la caída del Muro de Berlín, el 11-S, la Gran Recesión, y ahora, la pandemia. Pero la amenaza, según los expertos, está muy lejos de desaparecer.

Con el fin de renovar el equilibrio nuclear, Estados Unidos y Rusia mantendrán una primera reunión al más alto nivel en Ginebra el 28 de julio, según han confirmado Moscú y el Departamento de Estado. Este encuentro, llamado Diálogo sobre Estabilidad Estratégica, es el primero entre las dos superpotencias tras la cumbre celebrada el pasado 16 de junio en la ciudad suiza entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y el demócrata Joe Biden. Nada más llegar a la presidencia, Biden anunció que prorrogaría hasta 2026 el tratado New START de 2010, firmado por los entonces presidentes Barack Obama y Dimitri Medvédev, que limita el número de cabezas nucleares desplegadas por Rusia y EE UU a un máximo de 1.550 y 700 sistemas balísticos en tierra, mar y aire. Según la Federación de Científicos Americanos (FAS, en sus siglas en inglés), Washington tiene unas 3.600 cabezas nucleares activas en sus arsenales y Moscú unas 4.300 y ningún otro país tiene más de 300. Pese a que las tensas relaciones entre Washington y Moscú marcaron aquella cita de junio, aún se impuso el espíritu de Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan en el mismo lugar en 1985, cuando coincidieron en que “una guerra nuclear no tiene vencedor” y la reunión del próximo miércoles debería servir para allanar el camino no solo de futuros acuerdos de desarme, sino a establecer la base de una nueva arquitectura de seguridad global.

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Así lo cree Daryl G. Kimball, director ejecutivo de Arms Control Association, que opina que “a ambas partes les gustaría que estas discusiones condujeran a posibles acuerdos que ayudaran a limitar la amenaza de un conflicto nuclear, a reducir el exceso de armas atómicas de largo y corto alcance, a configurar algunas reglas comunes para operaciones en el espacio exterior y a un posible entendimiento sobre los sistemas de defensa de misiles”. Menos optimista es John Krzyzaniak, experto en no proliferación y política nuclear del prestigioso Instituto de Estudios Estratégicos de Londres (IISS, en sus siglas en inglés). “No deberíamos esperar resultados tangibles de esta primera ronda de conversaciones. El Diálogo sobre Estabilidad Estratégica es diferente de cualquier futura negociación sobre un nuevo acuerdo de control de armas que suceda al New START. Será un largo proceso y esto es solo el comienzo”, asegura en un correo electrónico.

Durante medio siglo, las negociaciones nucleares entre EE UU y la Unión Soviética, después Rusia, generaron varios acuerdos de desarme. Algunos han sido abandonados como el Tratado sobre Misiles Antibalísticos en 2001 y el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) en 2019, pero la estabilidad sigue siendo un juego de dos (el 90% de las cabezas nucleares está en posesión de las dos superpotencias como en los tiempos de la Guerra Fría) basado en la lógica de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, en inglés). Pero el mundo ha cambiado y aunque el desarme supuso una disminución de 38.000 cabezas nucleares, un 79% de caída entre 1991 y 2010, el antiguo control de armas ya no funciona en esta década del siglo XXI. Como escribe el experto Steven Pifer en el artículo Nuclear arms control in the 2020s publicado en el centro de estudios Brookings Institution: “El modelo de estabilidad estratégica es hoy más complejo. En lugar de un modelo de dos jugadores basado únicamente en las fuerzas nucleares estratégicas, hoy hay múltiples jugadores y múltiples campos de actuación. Las fuerzas nucleares de un tercer país como China deben entrar en la ecuación. Además de las armas nucleares el modelo debe tener en cuenta la defensa antimisiles, las armas convencionales de precisión, el espacio y la revolución informática”.

Actualmente hay nuevos miembros en el club nuclear. Según The Economist, 17 países tienen un programa atómico formal, 10 pueden fabricar una bomba –si se incluye a Irán- y nueve poseen armas nucleares (además de Rusia y EE UU, Francia, el Reino Unido, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte). Además hay nuevos posibles teatros de guerra como el espacio exterior y el ciberespacio y el avanzado desarrollo tecnológico de nuevas armas como los misiles hipersónicos, las ojivas nucleares de bajo rendimiento -que tienen la capacidad destructiva de un tercio de la bomba de Hiroshima-, o los drones nucleares submarinos. “Es difícil hablar de equilibrio nuclear en un mundo donde nueve países tienen la bomba y todos tienen diferentes teorías sobre el significado y el fin de sus arsenales. Pero es correcto decir que el hundimiento de la arquitectura de control de armas entre Estados Unidos y Rusia ha desatado una nueva carrera nuclear”, asegura Krzyaniak.

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Para Kimball, sin embargo, “el peligro real es que sin un control de armas realista y serio entre las cinco mayores potencias nucleares –EE UU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido-, se desate una carrera nuclear incontrolada. Corea del Norte, que ya posee entre 40 y 50 armas nucleares podría también mejorar esas armas para distancias largas e incrementar el tamaño de su arsenal, a menos que se apueste por la desnuclearización de la península coreana. Y Estados Unidos e Irán necesitan volver al acuerdo de 2015 o el arsenal nuclear iraní crecerá y su población seguirá sufriendo el efecto de las sanciones”.

La proliferación no se expande tan rápido como un virus, pero es igualmente contagiosa. La India, Corea del Norte y sobre todo China, un jugador al que Estados Unidos querría integrar en las negociaciones, están expandiendo y modernizando sus arsenales, lo que contradice el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y otro más reciente, impulsado por Naciones Unidas y firmado por 86 países en enero pasado para prohibir la bomba. “China tiene armas nucleares desde 1964 y siempre ha tenido un pequeño, pero todavía muy peligroso arsenal nuclear. Hoy se cree que tiene entre 250 y 350 armas nucleares, pero según EE UU y estudios independientes, Pekín podría incrementar el tamaño de su arsenal. Está desplegando misiles alimentados con combustible sólido más rápidos de lanzar que sus viejos misiles alimentados con combustible líquido, incrementando el número de sus misiles de largo alcance equipados con múltiples cabezas, instalando la mayoría de sus misiles intercontinentales balísticos (ICBMs) en lanzaderas móviles y mejorando su fuerza nuclear naval. Estos movimientos son preocupantes. Pekín no está buscando equipararse con el potencial nuclear de EE UU, pero parece que sí diversificar su fuerza nuclear para mantener una disuasión nuclear que pueda aguantar potenciales ataques nucleares o convencionales por parte de Washington”, asegura Kimball.

Las negociaciones previstas en Ginebra entre rusos y estadounidenses, cuya agenda no ha trascendido, son un primer paso para renovar el equilibrio estratégico entre las dos superpotencias, pero también una oportunidad para poner las bases de un modelo que integre las nuevas amenazas que planean sobre nuestro horizonte.

El peligro del maletín

Hay veces que lo imposible se vuelve probable. Por sólido que sea el acuerdo al que lleguen las superpotencias nada garantiza nunca la seguridad absoluta. Donald Trump ha sido el único presidente de EE UU en tiempos recientes que no ha firmado ningún acuerdo de desarme, pero, ironías del destino, ha sido el único mandatario que ha estado a punto de extraviar el famoso maletín nuclear en varias ocasiones.

La última vez ocurrió, según un comunicado del Pentágono recogido por la agencia Reuters el martes pasado, cuando los partidarios de Trump asaltaron el Capitolio el pasado 6 de enero. El entonces vicepresidente, Mike Pence, estaba en el edificio acompañado de un ayudante militar que llevaba un maletín nuclear de reserva. Ante el peligro de que los asaltantes se apoderaran de él, Pence y su acompañante tuvieron que ser conducidos a un lugar seguro en medio de una enorme confusión. El Pentágono sostiene que en ningún momento, el maletín "estuvo en peligro" y que, aunque los manifestantes se hubieran hecho con él, no hubieran podido activarlo sin el permiso de los militares.

Pero hubo más precedentes durante el mandado del republicano. En noviembre de 2017, cuando Trump estaba comiendo con el presidente chino Xi Jinping en Pekín, un funcionario de seguridad chino se enzarzó en una pelea con el ayudante militar estadounidense que llevaba el maletín. El entonces jefe de Gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, tuvo que intervenir en el altercado para evitar que se extraviara durante la pelea o cayera en otras manos. Tanto apego sentía Trump por el símbolo del poder nuclear que incluso se llevó uno a Palm Beach (Florida) hasta el mismo día que dejo de ser presidente, el 20 de enero de 2021.

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Sobre la firma

Cecilia Ballesteros
Redactora de Internacional. Antes, en la delegación de EL PAÍS América en México y miembro fundador de EL PAÍS Brasil en São Paulo. Redactora jefa de FOREIGN POLICY España, he trabajado en AFP en París y en los diarios El Sol y El Mundo. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense. Autora de “Queremos saber qué pasó con el periodismo”.

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