María Leopoldina, la “esposa engañada” que firmó la independencia de Brasil

Vista por la historia tradicional como víctima de la infidelidad y amargada, la princesa regente transformó Brasil con sus opiniones políticas y diplomáticas

Las olvidadas de América

Emperatriz
Leopoldina
La “esposa engañada” que firmó
la independencia de Brasil

En la historia oficial, María Leopoldina se suele presentar como una mujer engañada, atrapada en un matrimonio de conveniencia y afligida por las humillaciones públicas perpetradas por su marido, Pedro I, el primer emperador de Brasil. Nacida Carolina Josefa Leopoldina Francisca Fernanda Beatriz de Habsburgo-Lorena, pasó de ser “de Braganza” por su matrimonio a “de Brasil” por su obra. Lo que no suelen contar los libros de texto es que, durante un periodo de efervescencia política, la primera emperatriz brasileña tomó una serie de decisiones que culminaron en la independencia de Brasil en 1822.

Hábil diplomática y política, Leopoldina influía en las decisiones de su marido, don Pedro I, según algunos libros del siglo XX que empezaron a repasar su figura. El llamado ‘Grito de Ipiranga’ del 7 de septiembre de 1822 que dio el por entonces príncipe regente Pedro, consagrado por la historiografía tradicional como la proclamación de la independencia brasileña es, en realidad, la ratificación de la decisión que Leopoldina había tomado cinco días antes, ante el Consejo de Ministros del Gobierno del Brasil colonial. Sobrina de María Antonieta —guillotinada en Francia— Leopoldina sabía muy bien de la importancia de estar al tanto de las inquietudes populares. El regreso de su suegro Juan VI a Portugal, tras un periodo refugiado en Río de Janeiro huyendo de las tropas napoleónicas, avivó los deseos recolonizadores de la metrópolis.

Leopoldina concluyó, antes que su marido, que si las órdenes de Lisboa —que exigían el regreso de Pedro y Leopoldina a Portugal— se cumplían, Brasil se podría dividir en varias colonias, como sucedió en la América española. En aquellos agitados días antes de la declaración de la independencia, una serie de movimientos locales habían obligado a Pedro I a viajar para contener las insurrecciones y mantener la unidad del país. En ausencia de su marido, Leopoldina gobernaba como regente interina del país. Estando Pedro I en São Paulo, llegaron noticias de que Portugal iban a enviar a 7.200 hombres a Brasil para forzar el regreso del príncipe y de la princesa a Portugal. Leopoldina convocó al Consejo de Estado el 2 de septiembre de 1822, que, bajo su regencia, firmó el decreto que declaraba a Brasil independiente de Portugal.

La sagacidad de los apuntes políticos realizados por la princesa en la carta que se le entregó a su marido comunicando la decisión impresionó al consejero Vasconcelos de Drummond, quien comentó que las reflexiones de aquella joven de 25 años eran equivalentes a las de un diplomático. Por su parte, José Bonifácio —ministro y secretario de Estado de la época— se habría pronunciado sobre la superioridad política de Leopoldina en relación con don Pedro: “Amigo mío, ella tendría que ser él”. Una vez firmada la independencia y ratificada por Pedro, Leopoldina siguió activa, ejerciendo diplomáticamente para que el nuevo imperio fuese reconocido. Al carácter sui géneris de la independencia brasileña hay que añadirle el hecho de que fue tutelada por una mujer en un mundo dominado por hombres.

Austríaca de nacimiento, lusitana de matrimonio y brasileña de adopción, la princesa se había abrasileñado. En sus correspondencias ya se refería al pueblo brasileño en primera persona del plural, como “nosotros”. En una carta fechada en julio de 1821, Leopoldina adelantó su posición sobre el estatus de la colonia: “Brasil es, desde todos los aspectos, un país tan maduro e importante que es incondicionalmente necesario mantenerlo”, escribió. Culta, políglota, amante de la música y de la ciencia, al llegar a Brasil organizó la llamada Misión Austríaca, por la que llevó médicos, pintores, botánicos y otros estudiosos en la principal expedición científica hasta entonces. La aportación de Leopoldina a la ciencia de Brasil permitió que la incipiente nación empezase a conocer su propia identidad, en particular en cuanto a su flora y fauna.

Heredera de una de las más poderosas dinastías europeas, Leopoldina se casó con Pedro por poderes. Cuando llegó a Brasil en 1817 todavía no conocía al que sería su marido y el responsable de muchos de los sinsabores que vivió. A las escandalosas relaciones extraconyugales de Pedro I se sumaba el hecho de que encerraba a Leopoldina en su habitación todas las noches y le impedía disponer del dinero al que su mujer debía tener derecho. Murió joven, antes de cumplir los 30 años, el 11 de diciembre de 1826. Dejó dos herederos que serían los futuros líderes de Portugal y de Brasil. Según las cartas y relatos históricos, sufrió una intensa violencia psicológica por parte de su marido. En la historiografía tradicional, algunos autores llegaron casi a culparla por haber sido tan humillada y maltratada por su marido y por su amante pública, Domitila de Castro.

La emperatriz, que había sido educada con la idea de que el rol reservado a las mujeres era el de ser protagonistas de la política mediante matrimonios dinásticos, había asumido su infelicidad conyugal como el precio que debía pagar en pro de intereses mayores del Estado. En una de sus cartas llegó a escribir: ”Las princesas somos como los dados, lanzados a la suerte o a la desgracia”. Entonces, no podía imaginar el impacto que tendrían sus percepciones políticas en el futuro de la nación brasileña.

Este perfil forma parte de ‘Olvidadas por la historia’, una serie que recupera la figura de mujeres pioneras y adelantadas a su época que fueron ignoradas o minusvaloradas.

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