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Sobrevivir a la pandemia sin una ‘paga covid’

El fin de las ayudas de emergencia en Brasil por el coronavirus golpea de manera especial al Estado de Maranhão, el que más dinero ha recibido respecto al PIB

Naiara Galarraga Gortázar
Sandra Leonora Gusmão, que desde abril hasta diciembre cobró la paga de emergencia del coronavirus, en el cuarto que alquila en São Luís, capital de Maranhão, el lunes pasado.
Sandra Leonora Gusmão, que desde abril hasta diciembre cobró la paga de emergencia del coronavirus, en el cuarto que alquila en São Luís, capital de Maranhão, el lunes pasado.MARCIO VASCONCELOS

Uno de los efectos más llamativos de esta pandemia en Brasil es que la pobreza cayó a niveles históricos. Hacía décadas que no había tan pocos brasileños con ingresos ínfimos. El caso de Sandra Leonora Gusmão que un lunes reciente hacía cola en un comedor social de São Luís (Maranhão), ayuda a explicarlo. Con 36 años, se gana la vida como trabajadora del servicio doméstico. Lo mismo cuida un anciano que limpia una casa o plancha en días sueltos por 150 reales (23 euros). La pandemia la dejó sin esos trabajillos con los que sobrevivir, pero, en menos de un mes, trajo a Brasil una paga de emergencia creada para mitigar las penurias del coronavirus. Eran unos 90 euros al mes (110 dólares). Pero el programa gubernamental para abonar esa renta, vital para el sustento de una parte considerable de las familias brasileñas, acaba de concluir.

El primer ingreso fue una de las mayores sorpresas de su vida. Como madre soltera, a la señora Gusmão le correspondía el doble. Para ella, un dineral inédito. Cuenta orgullosa que pudo olvidarse de comprar a crédito por una vez: “Compré una cama, un armario, un sofá, comida, ropa, calzado… todo en efectivo”, enumera mientras hace cola con otros indigentes. Por menos de medio euro, se lleva un plato de cerdo con arroz y frijoles. La comida del día.

Comienza la época de lluvias en São Luís, la única ciudad fundada por los franceses en Brasil. Aún conserva un bonito centro histórico colonial donde edificios rehabilitados conviven con otros en ruinas. Hace lo que aquí llaman tiempo europeo, cielo gris y lluvia. Pero las tormentas de estos días no son tan impresionantes como correspondería a enero. Pantalón corto, tirantes y chancas es la vestimenta local incluso ahora, en la temporada menos cálida.

Como el virus sigue circulando, Gusmão no logra clientela. Y la renta mínima del coronavirus acabó el 31 de diciembre. El de Brasil ha sido uno de los programas más amplios del mundo. El Gobierno federal ha inyectado desde abril unos 48.000 millones de euros directamente en los bolsillos de 70 millones de personas, un tercio de los brasileños, para mitigar el golpe entre los que subsisten con ayudas sociales, los trabajadores informales y los autónomos. (Además de miles de soldados que lo cobraron indebidamente). Pero el coronavirus sigue ahí fuera, cada día mueren cientos, la vacunación acaba de arrancar pero a trompicones… Y para Gusmão y sus pares lograr aquellos trabajillos de subsistencia es todavía muy difícil. Todos los días se acerca al comedor popular. Aquí la tierra es lo suficientemente fértil gracias a las lluvias amazónicas de esta época para garantizar la alimentación más básica. En otros rincones de Brasil, se teme que asome el hambre.

La socióloga Leticia Bartholo, especialista en programas de transferencia de renta, explica que la paga del coronavirus “fue capaz de contener el avance de la pobreza y la desigualdad”, aunque advierte: “Logró una reducción histórica de la pobreza pero con un efecto transitorio”. Ahora, sin esa inyección de dinero “el panorama es muy malo para las clases populares brasileñas”. Nadie discute que si la ayuda no se prorroga o se sustituye con algún sucedáneo la pobreza se disparará. Queda por ver si a niveles prepandemia o incluso más allá.

Cleanna Ferreira y una vecina que, como ella recibió la ayuda de emergencia hasta que acabó el pasado 31 de diciembre, pasean por su barrio de São Luís, el lunes pasado.
Cleanna Ferreira y una vecina que, como ella recibió la ayuda de emergencia hasta que acabó el pasado 31 de diciembre, pasean por su barrio de São Luís, el lunes pasado. MARCIO VASCONCELOS
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El impacto puede ser especialmente devastador en São Luis y el resto del Estado de Maranhão, uno de los más pobres, menos desarrollados y donde proporcionalmente más gente recibió esa inyección extraordinaria de dinero público. Aquí supuso en torno al 8,5% del PIB, según un estudio académico, frente a una media del 2,5%.

La ayuda de emergencia permitió a los más pobres quedarse en casa en esta ciudad, una de las primeras y de las pocas que decretó un confinamiento estricto. Maranhão tiene la epidemia bajo control. El comercio está abierto, casi todos llevan mascarilla.

Pero la falta de ingresos empujará a millones que perdieron el empleo o la clientela a volver a salir a la calle a buscarse la vida, con el riesgo que conlleva de acelerar los contagios de la covid mientras la vacuna no los frene.

La presión de esos millones que salieron efímeramente de la pobreza y regresarán ahora recae en los Estados y los Ayuntamientos. “Lo que podemos hacer es intentar disminuir el desastre, evitarlo es muy difícil porque [los Estados] no emitimos moneda ni podemos contraer deuda”, explica el gobernador de Maranhão, Flavio Dino, un exjuez comunista que en 2014 rompió la hegemonía de los Sarney, el clan cacique local. Detalla que para paliar el golpe su Gobierno ha aprobado una ayuda para los recogedores informales de basuras, el cheque de 90 euros para que las familias compren y activen el comercio y ha repartido 300.000 cestas básicas, además de elaborar un plan de obras públicas de casi 90 millones de euros. “Lo correcto sería prorrogar la ayuda por lo menos hasta mediados de año, cuando creo que ya veremos los efectos de la vacuna”.

Ahora que se ha quedado sin la paga del coronavirus, Cleanna Ferreira, de 31 años, tirará de lo que pudo ahorrar, pero básicamente ella y sus dos hijos volverán a depender de la pensión de la bisabuela. Doña Eugenia “tiene 108 años”, dice; recién levantada de la siesta, se la oye trastear en el cuarto de al lado. Esta noche Ferreira irá a cuidar a un hospitalizado a cambio de unos 12 euros, lo que la familia del enfermo pueda pagar. “No, no tiene covid, porque si no no iría”, dice tajante en su humilde y oscura sala de estar ante un pequeño altar y una televisión inmensa que cuenta las últimas novedades del noviazgo de unos famosos que navegan en un yate espectacular. Todos estos pobres viven pendientes de cualquier noticia que la tele pueda anunciar sobre las ayudas sociales.

Gilberto Mendes, de 45 años, sigue las novedades sobre la paga de emergencia y el tira y afloja político por otra vía, el canal de YouTube del Congreso. “Si no prorrogan el auxilio de emergencia, la situación será crítica. Muchos pasarán hambre”, advierte este guarda de seguridad que perdió su empleo hace cuatro años. Acabada la ayuda, sus ingresos vuelven a ser cero. Los parientes lo mantienen.

Gilberto Mendes confía en que la ayuda se prorrogue porque si no volverá a tener cero ingresos. Está desempleado desde 2016. La foto es del martes pasado en su pueblo, a las afueras de São Luís.
Gilberto Mendes confía en que la ayuda se prorrogue porque si no volverá a tener cero ingresos. Está desempleado desde 2016. La foto es del martes pasado en su pueblo, a las afueras de São Luís. MARCIO VASCONCELOS


Directora de un ambulatorio, Regina Santos, de 55 años, critica que la gente “no fuera preparada para administrar ese dinero porque muchos acabaron endeudados”. Cuenta que la pandemia ha dejado otros impactos de los que no se habla: “Tenemos una epidemia de embarazos entre mujeres jóvenes”.

Otro obstáculo que cita la especialista Bartholo es estructural, los límites presupuestarios al programa Bolsa Familia, considerado por muchos la herramienta más eficaz con la que Brasil ha combatido la pobreza en las últimas décadas. Bartholo lamenta que las autoridades no hayan aprovechado la epidemia para que “las transferencias de renta alcancen un nivel más digno y ampliar su alcance”. Bolsa Familia ha logrado sacar de la extrema pobreza y de la pobreza a secas a millones de indigentes con pequeñísimas cantidades de dinero. Pero esta especialista considera que es hora de ir más allá.

El presidente Bolsonaro quiso rebautizar Bolsa Familia para diluirlo como símbolo del legado del Partido de los Trabajadores (PT), pero aquello quedó en nada.

El impacto que esa paga ha tenido en la vida de familias como la de Mauricia Mendes, de 43 años, es tal que 18 años después de haber recibido el primer ingreso todavía recuerda cómo fue aumentando la cuantía: “Empecé a cobrar Bolsa Familia cuando nació mi tercer hijo”, explica en el porche de la casa que comparte con dos de sus hermanos y sus familias en un pueblo a las afueras de São Luís. “Al principio eran 26 reales (cuatro euros hoy) al mes, luego subió a 30, a 65, a 293 cuando él tenía como 10 años, es lo máximo que llegué a cobrar. Ahora son 150 reales, pero como ha cumplido 18 años me sacan de la lista”, explica esta mujer. Como todos los amparados por Bolsa Familia, desde abril hasta diciembre la paga del coronavirus sustituyó esta ayuda.

Mauricia Mendes, que ha recibido la ayuda contra la pobreza Bolsa Familia durante los últimos 18 años, posa en su casa, en un pueblo de las afueras de São Luís.
Mauricia Mendes, que ha recibido la ayuda contra la pobreza Bolsa Familia durante los últimos 18 años, posa en su casa, en un pueblo de las afueras de São Luís.MARCIO VASCONCELOS

Un total de 14 millones de familias brasileñas reciben Bolsa Familia para complementar sus inexistentes o magros ingresos, incluidas 81.000 en São Luis. La contrapartida es que sus hijos vayan a la escuela y tener las vacunas actualizadas. La señora Mendes cuenta orgullosa que su hijo mayor está en la Universidad, el segundo en una escuela técnica y el menor acaba de terminar la secundaria.

Las autoridades diseñaron el programa de pagos del coronavirus para que todo se gestionara por Internet y evitar aglomeraciones ante los bancos. Al desafío que supuso que la web de inscripción estuviera sobresaturada ante la demanda simultánea de decenas de millones de personas, se sumaron los que no tienen teléfono móvil con Internet, ordenador o conexión en casa, que no se manejan en el entorno digital porque nacieron en otra época o que simplemente carecen de los documentos necesarios. Por eso el Ayuntamiento de São Luís abrió un servicio de ayuda telemática y la secretaria de Derechos Humanos de Maranhão movilizó a los sindicatos y la sociedad civil para ayudar a los más desamparados a navegar la burocracia digital. Las colas delante de las sucursales de La Caixa, el banco que vehicula el cobro, son desde la primera cuota una de las imágenes características de la crisis sanitaria brasileña. Los más rezagados todavía formaban cola esta semana ante la sucursal de São Luis para sacar la última cuota.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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