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La única pista en la misteriosa masacre de la maternidad de Kabul: fueron todos

El atentado contra madres y bebés de un hospital el pasado 12 de mayo excedió los niveles de violencia incluso para Afganistán. Un mes y medio después, la falta de pistas sobre una posible investigación ha obligado a MSF, gestora de las instalaciones, a abandonar el centro hospitalario

Óscar Gutiérrez
Un agente traslada a un bebé del hospital de Dasht e Barchi, en Kabul, tras el ataque del pasado 12 de mayo.
Un agente traslada a un bebé del hospital de Dasht e Barchi, en Kabul, tras el ataque del pasado 12 de mayo.REUTERS TV (Reuters)

Nadie asumió la autoría de la brutal matanza en una maternidad de Kabul el pasado 12 de mayo, que causó la muerte a 25 personas, la mayoría mujeres, algunas de ellas aún embarazadas. Un mes y medio después, no hay noticias. El Gobierno afgano culpó en primer lugar a los talibanes; estos, a elementos vinculados a la Administración del presidente Ashraf Ghani; el enviado estadounidense para mediar entre unos y otros, Zalmay Khalilzad, señaló al grupo terrorista que opera bajo la marca del Estado Islámico (ISKP, siglas en inglés de Provincia Korasán del Estado Islámico), pero estos callaron. El caso: si nadie se responsabiliza es más difícil conocer el motivo por lo que las posibilidades se multiplican y con ellas, la vulnerabilidad: ¿Querían matar a mujeres? ¿Querían matarlas por ser madres? ¿Por ser de la minoría hazara? ¿Fueron a por el hospital o a por los que gestionaban la maternidad, la organización Médicos Sin Fronteras (MSF)? Si no hay respuestas, la conclusión, al menos para MSF, es clara: Puede volver a pasar mañana. El pasado 15 de junio, esta ONG anunció la clausura de la maternidad, en la que nacieron el pasado año alrededor de 16.000 bebés.

No es la primera vez que MSF suspende sus actividades debido a la violencia. Lo llamativo en esta ocasión fue lo que expresaron: “La decisión se ha tomado”, decían en la nota del pasado 15 de junio, “sabiendo que mientras no haya información sobre los asaltantes o sus motivos, [entendemos que] las madres, bebés y el personal médico fueron atacados de forma deliberada y puede ocurrir de nuevo en el futuro. Un mes después de este acto horrible, sabemos muy poco”. Filipe Ribeiro, representante de MSF en Afganistán, reconoce en conversación con EL PAÍS, que los servicios de inteligencia afganos, esto es, el Directorio de Seguridad Nacional (NDS, por sus siglas en inglés), contactaron con ellos, por lo que, hay investigación. Pero ni sabe más ni hay hilo de comunicación alguna entre las partes.

“Sabemos cómo pasó”, relata al teléfono Ribeiro, “porque había gente dentro que vio algo, y otra fuera, que también, pero no sabemos todo”. Ni siquiera pueden descartar que no haya más muertos de los que verificaron: 25 víctimas mortales, entre ellas, 16 madres hospitalizadas —tres de ellas aún embarazadas—, dos niños, de 7 y 8 años, una matrona que trabajaba para la organización y otras seis personas que se encontraban allí.

Los hechos de aquel 12 de mayo: tres hombres armados entraron en el hospital, situado en el barrio de Dasht e Barchi, a las diez de la mañana, vestidos con uniformes de las fuerzas de seguridad. En el hospital, con 100 camas más 55 de maternidad, había unas 140 personas. Los atacantes se dirigieron sin dilación a la zona de maternidad y abrieron fuego. Los tres fueron abatidos tras varias horas de batalla campal frente a las fuerzas de seguridad afganas.

EL PAÍS ha contactado con el Ministerio de Interior, a través de su portavoz, Tariq Aryen, para averiguar si saben algo más sobre la autoría. “El grupo terrorista [responsable]”, afirma en un breve mensaje, “cooperó con los talibanes, el Daesh [acrónimo para Estado Islámico], los Haqqani y Lashkar e Taiba”. Osea, con casi todos los que han sembrado la violencia en las últimas décadas en Afganistán y alrededores. Un saco muy grande que, no obstante, puede casar con algunos análisis de expertos en la región. Poco después del ataque, Sajjan Gohel, investigador sobre terrorismo escribió para la London School of Economics sobre una suerte de “conexión nebulosa”.

El pasado 4 de abril, relata Gohel en un intercambio de correos electrónicos, el servicio de inteligencia afgano detuvo a un líder de ISKP. Se llama Aslam Farooqi. Este admitió la colaboración entre ISKP, el grupo Lashkar e Taiba (responsables del ataque en Bombay de 2008, con 166 muertes) y la red Haqqani, vinculada a los talibanes y con base en Pakistán. “El momento en el que se atacó el hospital [de Dasht e Barchi]”, explica Gohel, “tiene que analizarse junto a otros actos que ilustran esa conexión nebulosa entre diferentes grupos cuya única dedicación es infligir devastación a los afganos”. En efecto, MSF gestiona esa maternidad desde 2014, año en el que precisamente nace esa suerte de sucursal del terror del ISIS en Afganistán, el ISKP. El barrio donde está el hospital Tes el de siempre, humilde, poblado por chiíes, especialmente hazaras, un objetivo habitual de extremismo suní que gobierna el yihadismo. ¿Por qué atentaron ahora?

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“Los talibanes”, prosigue este investigador, “han comenzado a llevar a cabo ataques sin asumir la autoría y así no crear mala prensa en Occidente para no [hacer pensar] que están violando los fallidos acuerdos de Doha de la llamada ‘paz’”. En un repaso a las comunicaciones de su portavoz en las redes, Zabihullah Mujahid, estos asumen generalmente solo atentados dirigidos a fuerzas de seguridad como único objetivo. Pero Gohel recuerda: “Los talibanes han perpetrado ataques contra hospitales en el pasado”. Y cita el atentado con camión-bomba contra un centro hospitalario al sur de la provincia de Zabul, el pasado mes de septiembre, en el que murieron 20 personas. Muhajid defendió entonces que perseguían unas oficinas del NDS colindantes.

La competición entre talibanes y ISKP —en plena ebullición en Kabul con reclutas muy jóvenes y ataques despiadados— por gobernar la yihad armada es clara y perversa: el éxito de sus ataques les ayuda a reclutar, atraer financiación, marcar su ideología —los más puros—, pero el exceso de bajas civiles puede ocasionar el efecto contrario. Un dilema que en el ataque a la maternidad carecería de sentido. Como admiten en MSF, la determinación y ejecución del atentado evidencia que las madres eran el objetivo. No fue improvisado. Y siendo así, no cabe pensar que el resultado no vaya a ser atroz a ojos de la opinión pública. ¿Por qué no asumirlo?

Patricia Gossman es una veterana investigadora en temas de justicia en Afganistán, hoy en las filas de Human Rights Watch. Ha lanzado esta semana un informe con mucho trabajo en el terreno sobre los abusos de los talibanes. “No sabemos quién estuvo detrás del ataque al hospital gestionado por MSF”, señala en un email, “ni tampoco quién lo estuvo en el atentado que mató a miembros de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán [el pasado 27 de junio]”. Este organismo había pedido recientemente que se investigara precisamente el ataque contra la maternidad de Dasht e Barchi. “Hay conexión entre grupos criminales, insurgentes y asesinos a sueldo que pueden cometer ataques por motivos ideológicos, políticos o criminales”, prosigue Gossman, quien señala además que el Gobierno de Ghani cuenta con una nueva unidad de investigación para este tipo de actos de terrorismo, pero con “poco poder” porque “depende de otras instituciones de justicia y de la policía que están corruptas y políticamente manipuladas”.

¿Podríamos descartar a algún grupo armado si investigásemos el ataque de la maternidad? “No”, concluye Gossman.

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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