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La guerra de la cerveza termina en la abadía de Westvleteren

Una cadena de supermercados holandesa comercializó la bebida elaborada por los religiosos sin permiso y a un precio muy superior

Álvaro Sánchez
Un grupo de clientes compra un surtido de cajas de cerveza Westvleteren.
Un grupo de clientes compra un surtido de cajas de cerveza Westvleteren.Steve Russell (Getty Images)

Hablar de disputas y cerveza evoca la imagen de un bar de mala muerte a altas horas de la madrugada. Pero la última batalla en torno a esta bebida en Bélgica tiene un aroma más sagrado y menos soez. Aunque haya alcohol y dinero de por medio. El conflicto empezó cuando la cadena de supermercados holandesa Jan Linders hizo acopio de la prestigiosa cerveza elaborada por los monjes belgas de la abadía de Westvleteren y la vendió cinco veces más cara. Concretamente a 10 euros la botella de 33 centilitros. Pese al sobreprecio, las 300 cajas disponibles se acabaron en un día. Un hecho no tan sorprendente si se tiene en cuenta que está considerada entre las mejores del mundo y solo se comercializa a las puertas del monasterio, situado cerca de la frontera francesa, a más de 300 kilómetros de Ámsterdam.

La cerveza es uno de los grandes orgullos de Bélgica, el tercer país que más exporta esta bebida solo por detrás de Alemania y Holanda. Y la abadía de Westvleteren es uno de sus templos

No cualquiera está dispuesto a viajar hasta Bélgica para hacerse con ella, lo que explica que su llegada a las estanterías holandesas supusiera un éxito sin paliativos. El problema vino cuando la noticia llegó a oídos de los religiosos. Partidarios del comercio ético, la especulación para lucrarse con su producto no sentó nada bien a los monjes, que pusieron el grito en el cielo y estuvieron a punto de recurrir a la justicia en la tierra. Se plantearon denunciar a la cadena por revenderla sin permiso, pero una disculpa de la compañía y su compromiso de no volver a hacerlo, evitaron que el asunto acabara en los tribunales.

La cerveza es uno de los grandes orgullos de Bélgica, el tercer país que más exporta esta bebida solo por detrás de Alemania y Holanda. Y la abadía de Westvleteren es uno de sus templos. Para sus inquilinos, la exclusividad es un bien preciado. Su cerveza se cuenta entre las seis que ostentan en Bélgica la categoría de trapenses, una denominación reservada a las que han sido íntegramente preparadas entre los muros de los monasterios. La demanda es alta, y supera ampliamente a la oferta. Para comprar una caja de 24 botellas —el pedido máximo— hay que hacer una reserva por teléfono e ir a la puerta de la abadía en la fecha convenida a recogerla.

Las citas suelen fijarse para varios días después, y quien embriagado por su sabor quiera repetir la adquisición debe armarse de paciencia. Hay que esperar dos meses para hacer otro encargo desde el mismo teléfono, el mismo tiempo que debe transcurrir antes de que un coche con la misma matrícula pueda recoger un nuevo pedido en la puerta de la institución religiosa. Solo implicando a familiares o amigos y utilizando vehículos y teléfonos diferentes puede obtenerse antes de ese plazo. 

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La abadía no se plantea de momento conceder a sus consumidores más fieles la posibilidad de adquirirla en comercios más terrenales como bares o supermercados. La página web es clara: solo se puede comprar en su punto de venta y solo los que hayan hecho la pertinente reserva telefónica. Esa norma ha tenido sin embargo excepciones puntuales. En 2011, por primera vez desde que el monasterio fuera fundado en 1831, supermercados belgas vendieron una partida de la más conocida de sus tres cervezas, la Westvleteren 12: oscura, de 10,2º de alcohol. El objetivo era recaudar fondos para renovar sus edificios. Y la respuesta fue tan contundente o más que en Holanda: colas a las puertas de los supermercados antes de su apertura y 66.000 de los 93.000 paquetes de seis botellas de 33 cl vendidos antes del mediodía pese a su elevado precio, 25 euros cada uno. Una inyección extra de 2,3 millones de euros para las arcas cistercienses.

Sabedores de la popularidad de su producto, los monjes avisan en su web a los potenciales compradores de que pueden encontrar a menudo la línea telefónica ocupada. Quienes para amenizar la espera naveguen por su portal, encontrarán salmos cantados —cantar es orar dos veces, decía San Agustín de Hipona— y fotografías orando de la veintena de monjes que habitan la abadía. Habituados al modelo de venta al por menor, los religiosos investigan ahora cómo pudo la cadena holandesa hacerse con un stock tan importante de su cerveza. Sin rencores. Si algo hay más importante que la exclusividad para un monje, eso es el perdón.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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