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LA CASA DE ENFRENTE
Columna
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La paradoja de la vida acelerada y los planes a largo plazo

El horizonte de vida se siente legítimamente amenazado y nuestro propósito no puede ser otro que ampliarlo tanto como nos permita la imaginación. O la cartera

Aitana
Aitana durante un concierto en Valencia el pasado mes de octubre.Fernando Ruiz (Fotopress/Redferns/Getty Images)
Nuria Labari

Que la vida va cada vez más deprisa es un lamento que viaja de la cola del supermercado (siempre que tengas tiempo para charlar en la cola de asistencia humana y no atajes por la caja de autopago) a la terapia psicológica. El tiempo ha dejado de percibirse como un bien valioso para entenderse como una materia extinta. No hay, nadie tiene, no nos queda. Mientras tanto, los planes a largo plazo se venden cada vez más rápido. Y más caros. Las entradas para el concierto de Aitana en el Bernabéu se agotaron en 72 horas con un año de antelación, por no hablar de las de Taylor Swift, que convirtieron Ticketmaster en una peregrinación virtual para cerrar una cita a un año vista. Aunque planear con meses no es solo un fenómeno fan. Pasa lo mismo con cines, aviones, casas rurales, musicales o restaurantes. La pregunta es ¿por qué?

La mítica frase de John Lennon, esa de “La vida es aquello que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes” ha dejado de funcionar en 2024. Ahora resulta que la vida ya pasó y que solo nos quedan los planes. Da igual si tienes 14, 30 o 70 años, el sentimiento compartido es que el sentido de la vida pasó de largo. Y cuando sientes algo así, sucede que los buenos planes se confunden con la vida buena. Y tiene sentido. Después de todo, si el presente es asfixiante, lo más sensato parece comprarse un billete al futuro.

Pero ¿cómo se achican los horizontes? ¿Por qué el presente nos resulta inhóspito? Hay quien asegura que la culpa de todo la tiene el móvil, que nos desconecta del arte de vivir. Pero no es por eso, desde luego no solo. Asistimos a diario a dos guerras cruentas sin rumbo claro, después de una pandemia, con el planeta en riesgo de extinción, con crisis económicas permanentes, con personas muriendo en la orilla de la playas o la frontera y con la extrema derecha acechando detrás de cada proceso electoral, cuando no gobernando a favor del retroceso social cada vez en más países. El horizonte de vida se siente legítimamente amenazado y nuestro propósito no puede ser otro que ampliarlo tanto como nos permita la imaginación. O la cartera.

Le quitas el horizonte a la vida y la gente empieza a poner horizontes allá donde puede. Y los nuevos horizontes son de consumo. El tiempo se ha vuelto instantáneo y falto tanto de presente como de perspectiva. Y como así no se puede vivir, la pregunta lógica es ¿entonces, qué hacemos? ¿alguien tiene un plan?

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Y oye, un día te enteras de que Aitana tiene un plan chulísimo para el año que viene, que dice que lo hará seguro, que si te vienes. Que habrá final de Champions, que Nueva York seguirá tan bonita como en las pelis dentro de seis meses, que hay un restaurante donde si reservas con tiempo te sirven un tataki de solomillo al carbón que borra el sinsabor de cualquier noche. ¿Y tú qué dices? Pues que sí. Que vale la pena pagar. Y esperar. Y correr un poco más para ganar otro poco más y pagar aún más. Porque con cada nuevo plan hay alguien que nos ofrece la posibilidad de actuar, de decidir qué hacer, dónde ir y hasta con quién hacerlo. ¿Y eso cuánto cuesta? Da igual. Cada día estamos un paso más cerca de pagar lo que sea.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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