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análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El diablo, el inconsciente y la guerra de Ucrania: cuando la teología reina en el Kremlin

Las cada vez más habituales referencias en el discurso oficial ruso al demonio, personificado en el difunto Navalny o en Occidente al completo, son sintomáticas de una durísima represión que remite al estalinismo y la Inquisición

Kirill
El patriarca ortodoxo ruso Kirill oficia un servicio de Navidad en la catedral de Cristo Salvador de Moscú, el viernes 6 de enero de 2023.Alexander Zemlianichenko (AP Photo/LAPRESSE)

A punto de cumplirse este sábado el sombrío segundo aniversario de la invasión rusa de Ucrania, quizá sea necesario añadir a los comentarios geopolíticos otro elemento mucho menos habitual y, desde luego, más sorprendente desde una perspectiva secular moderna. Me refiero a las menciones al diablo que hoy abundan en el discurso público ruso.

Para empezar, hay que decir que los expertos y los altos funcionarios rusos no son los primeros en la historia reciente que vinculan a los enemigos políticos con el diablo. Después de la Revolución Islámica de 1979 en Irán, el ayatolá Jomeini elaboró una compleja satanología, un sistema de clasificación de diversos regímenes que consideraba hostiles a Irán, con arreglo a su grado de encarnación del diablo. Si bien este discurso es de esperar de un régimen radicalmente teocrático como el de Irán, también se ha incorporado al vocabulario de otros sistemas políticos autoritarios. Es célebre el caso de Hugo Chávez, que, en su intervención ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2006, al día siguiente de que hablara George W. Bush, proclamó que el presidente estadounidense era el diablo.

Desde 2022, los objetivos alegados por Rusia para invadir Ucrania no han dejado de cambiar, siempre dentro de la ambigüedad. Después de los llamamientos iniciales a desmilitarizar y desnazificar el país vecino, el discurso se ha vuelto cada vez más religioso: la guerra a la que todavía está prohibido llamar por su nombre en Rusia y para la que se utiliza el eufemismo de “operación militar especial” es hoy, según las máximas instancias del Gobierno, una “batalla sagrada”. Por absurdo que parezca, hablar de una operación militar especial “sagrada” expresa bastante bien lo demencial de todo este empeño que ha provocado la desgracia y la muerte de cientos de miles de personas. Vladímir Putin, Dmitri Medvédev, el patriarca ortodoxo ruso Kirill y, cada vez más, los propagandistas de la televisión rusa —e incluso algunas canciones— la definen como una lucha contra Satán.

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Por ejemplo, la agencia oficial de noticias RIA Novosti publica artículos como el de Kirill Strelnikov titulado “Para vencer a Rusia, Occidente ha reclutado al diablo”. En el texto hay poca cosa que corrobore el título, aparte de una larga cita de un homónimo del autor, el patriarca Ki­rill, que interpreta la operación militar especial como “una lucha metafísica”. “Debemos recordar”, añade el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, “que nuestra batalla actual no es contra personas de carne y hueso, sino contra los príncipes de las tinieblas de este siglo, contra los espíritus malignos”. En otro momento disimula todavía menos, cuando proclama: “Instruidos por la palabra divina actual, debemos proteger nuestra soberanía interior de la servidumbre del diablo”.

Uno de los principales ideólogos del régimen de Putin, Aleksandr Dugin, ha intentado vincular a Volodímir Zelenski con el diablo recurriendo a unas oscuras creencias medievales. Después de recordar que Zelenski fue actor y cómico, Dugin afirmó: “En la Edad Media, a los actores se los consideraba ‘siervos del diablo”. ¿Y cuál es su conclusión? “Hay que acabar con el humor”. Aunque a veces se inspira en el jurista y filósofo político alemán del siglo XX Carl Schmitt, Dugin no sigue el análisis schmittiano de la teología política, es decir, la idea de que unas categorías políticas aparentemente seculares, como la soberanía, tienen su origen en conceptos teológicos. Lo que él quiere hacer es instaurar una política teológica muy similar a la del régimen iraní, que es estrecho aliado de la Rusia de Putin. Las menciones del diablo forman parte de esa transición y son un intento de llevar el enfrentamiento político al extremo mediante la politización directa de las representaciones religiosas. Pero el aspecto más interesante de su comentario es la referencia al humor.

En el psicoanálisis, el humor es una de las mejores vías de acceso al inconsciente, junto con los sueños, los lapsus linguae y otras psicopatologías de la vida cotidiana. Lo que suele estar reprimido asoma a través de los chistes, sobre todo cuando la represión no es solo psicológica, sino también política: en los regímenes autoritarios y totalitarios, el humor es una de las escasas formas relativamente toleradas de dar salida al descontento acumulado. Con su diatriba contra el humor y los “humoristas”, Dugin, en realidad, está despotricando contra el inconsciente. En este contexto, paradójicamente, se explica mucho mejor que hable del diablo.

La obra de Freud Más allá del principio del placer (1920) indica que el diablo o la “fuerza demoniaca” es una personificación del propio inconsciente. La lucha contra el diablo es una lucha metafórica contra los impulsos y deseos inconscientes; es el enfrentamiento entre el ello y el yo. En este sentido, el confuso llamamiento del patriarca Kirill a “proteger nuestra soberanía interior de la servidumbre del diablo” resulta transparente: la “soberanía interior” es el pleno control del yo, el autocontrol, en contraste con la “servidumbre del demonio”, que implica cumplir las órdenes del inconsciente. El diablo es el aspecto de uno mismo que se desprecia, las partes más profundas de la propia constitución psíquica, que se exterioriza y se proyecta sobre otro al que se denigra. Y esta proyección, en el caso clínico que constituyen las autoridades rusas, no solo se exterioriza contra el otro ucranio y el otro occidental, sino también contra personas y grupos enteros dentro de la sociedad rusa; por ejemplo, el recién asesinado líder opositor Alexéi Navalni y las personas LGBTQ+, a quienes se califica como “mensajeros de Satanás”.

Sería fácil minusvalorar la palabrería rusa sobre el diablo diciendo que no es más que un mero subterfugio, una excusa arbitraria para la invasión injustificada de Ucrania y la brutal represión de los opositores políticos internos. Pero las constantes referencias al diablo son sintomáticas de lo que está ocurriendo tanto en la política interior como en la política exterior rusa: la durísima represión —muchas veces relacionada explícitamente con la represión estalinista de los años treinta pero que, en realidad, se parece más a las hogueras de la Inquisición— está cobrando fuerza por motivos políticos, culturales y psicológicos. Una represión cuya dureza no podemos subestimar, dado el empeño en acallar incluso los medios por los que se expresan los elementos reprimidos, como el humor, y que es idéntica a la lucha contra el inconsciente, contra el deseo y, de paso, contra todo lo relacionado con estas facetas de la vida psíquica.


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