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Un asunto marginal
Columna
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Cosas de monos

Los inversores en banca española ganaron un 50% en meses. Pero con la quiebra de un banco en California entraron en pánico

monos capuchino
Tres monos capuchinos en el Zoológico de San Petersburgo, en Rusia, el 6 de octubre de 2017.OLGA MALTSEVA (AFP/Getty Images) (AFP via Getty Images)
Enric González

El mono capuchino es un simio bastante listo. No está al nivel de un orangután, pero sabe manejar herramientas y preparar ungüentos contra los parásitos. Keith Chen, un famoso economista especializado en comportamientos individuales, utilizó en 2005 a siete monos capuchinos para intentar averiguar si podían manejar dinero. El experimento se realizó en la Universidad de Yale junto a la psicóloga cognitiva Laurie Santos. Y resultó interesante.

En cuestión de medio año, los capuchinos aprendieron a manejar como dinero los discos plateados que Chen y Santos les habían entregado. Cada mono empleaba los 12 discos que recibían periódicamente para comprar comida. Los investigadores, sorprendidos, dieron un paso más y manipularon los precios. Las uvas subieron, la gelatina bajó. El objetivo consistía en ver hasta qué punto los capuchinos se comportaban como un humano. Y lo hicieron. Pasaron a comprar menos uvas y más gelatina.

Otro rasgo humano: uno de los capuchinos intentó robar la caja donde Chen y Santos almacenaban los discos plateados.

Los capuchinos incluso ahorraban. Uno de ellos tenía guardado un disco. Un día, el mono ahorrador empezó a acariciar a otro y le entregó el disco plateado. Chen creyó estar asistiendo a un hermoso acto de altruismo, pero no tardó en comprobar que se trataba de otra cosa. Tras unas cuantas caricias más, el ahorrador penetró a su colega de jaula. El coito duró exactamente ocho segundos. Una vez concluido el acto, el capuchino que había cobrado a cambio de favores sexuales utilizó el disco recibido para comprar uvas caras. Fue el primer caso de prostitución animal científicamente documentado.

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Chen (que años más tarde utilizó en parte sus experiencias con los capuchinos para establecer la política tarifaria de la empresa Uber) decidió que aquellos simios podían ir más lejos. Él y Santos les enseñaron a apostar. Entraban en territorio desconocido. Los capuchinos no tardaron en disfrutar con el juego cuando ganaban monedas y a desesperarse cuando las perdían.

El economista se armó con una montaña de datos sobre movimientos bursátiles en Wall Street y cotejó esos datos con el comportamiento de los capuchinos. “Lo que hacían”, declaró después Chen, “era estadísticamente indistinguible de lo que hacen los humanos que invierten en Bolsa”. En ambos casos, el de los simios y el de los humanos, mandan la codicia y el pánico. Codicia cuando se gana y pánico cuando se pierde. Aunque lo ganado sea más que lo perdido.

Los inversores en la banca española han ganado un 50% en pocos meses. Los bancos españoles batieron en 2022 todas las marcas en cuestión de beneficios. Pero en cuanto quebró un banco en California entraron en pánico. No sólo los españoles, porque en esto no hay distinciones nacionales: todos monos capuchinos.

Bueno, no todos. Los equivalentes humanos del mono ahorrador (el que pagó por sexo con su excedente monetario) y del mono ladrón estarán aprovechando las bajadas bursátiles para comprar acciones baratas, o para seguir concediendo créditos caros, o para inventar un producto financiero que no entenderá nadie y con el que se forrarán hasta la próxima crisis. La naturaleza es sabia. Y hay tipos muy listos.

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