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Ver o no ver el Mundial: el dilema ético del aficionado

La cita mundialista, que arranca mañana en Qatar, plantea cuestiones morales, entre otros: ¿es correcto contemplar un espectáculo organizado por un país donde han muerto 6.500 trabajadores inmigrantes a lo largo de una década?

Jaime Rubio Hancock
Un grupo de aficionados hace fotos en Doha, Qatar, el pasado 17 de noviembre
Un grupo de aficionados hace fotos en Doha, Qatar, el pasado 17 de noviembrePHILIP FONG (AFP)

El Mundial de fútbol de Qatar está planteando a muchos aficionados un dilema ético: ¿seguir la competición les convierte de algún modo en cómplices de un régimen que vulnera los derechos humanos?

Estas vulneraciones incluyen la discriminación de las mujeres, de las personas LGTB+ —con penas de cárcel— y de los trabajadores inmigrantes: según una investigación publicada por The Guardian, más de 6.500 murieron en Qatar entre 2010 y 2020.

La acusación a la que se enfrentan tanto los gobernantes de este país como la FIFA es la del llamado blanqueamiento deportivo. Es decir, estarían usando el Mundial para desviar la atención y promover una imagen positiva del régimen, a menudo con ayuda de caras reconocidas, como influencers a sueldo o David Beckham, embajador de la Copa del Mundo.

Y esto explica el dilema de los aficionados: disfrutar de un partido de fútbol, que no tiene nada de malo, puede contribuir a minimizar la importancia y el alcance de los atropellos cataríes. Con lo que el Mundial se convierte, como titulaba Natalia Junquera en un reportaje de EL PAÍS, en “la campaña de imagen más cara de la historia”.

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Trabajo Qatar
Trabajadores de India and Bangladesh durante las obras de construcción de un estadio en Doha.picture alliance (GETTY IMAGEN)

Jake Wojtowicz, filósofo británico especializado en deportes, recuerda en conversación telefónica que estos debates no son nuevos: ya se dieron, por ejemplo, con la elección de Rusia como sede del Mundial de 2018, una decisión también criticada por la discriminación hacia las personas LGTB+. Y añade que, por supuesto, es el régimen de Qatar el que viola los derechos humanos y es la FIFA la que ha escogido esta sede con la oposición de muchísimos aficionados. “Dicho esto, lo que no podemos hacer es ignorarlo. Hemos de ser conscientes de que tenemos una responsabilidad”. El blanqueamiento pervierte una pasión sincera y bienintencionada, y la usa para limpiar una reputación más que dudosa. Quizás haya voces que aseguran que el fútbol no se debería politizar, pero quienes lo han politizado han sido Qatar y la FIFA, no los aficionados.

La sensación que tienen muchos seguidores de que algo falla con esta Copa del Mundo y de que están siendo utilizados por un régimen brutal es, pues, más que comprensible. De hecho, podrían incurrir en la llamada “complicidad de tolerancia”. Sasha Mudd, filósofa de la Universidad Católica de Chile, explica por correo electrónico que los aficionados no son responsables de los abusos de Qatar, pero los toleran, normalizan o ignoran cuando siguen la competición, dando “una aprobación tácita a todo el espectáculo”.

Hay que apuntar que seguir el Mundial no es el único acto de complicidad en el que caemos. Ocurre algo parecido cuando compramos ropa fabricada por trabajadores de otros países que no cuentan con condiciones de seguridad mínimas, por ejemplo. Y estamos hablando del Mundial, pero parece que no se llevan las mismas críticas los acuerdos comerciales con Qatar, que es el quinto proveedor de gas natural de España.

Tanto Wojtowicz como Francisco Javier López Frías, profesor de Filosofía del Deporte en la Universidad de Penn State (Estados Unidos), añaden varios matices que explican el mayor alcance del debate sobre la Copa del Mundo, sin que eso suponga minimizar el resto de decisiones de consumo: el deporte no solo tiene un alcance global (o casi), sino también un destacado valor simbólico.

Como explica López Frías en conversación telefónica, “el deporte forma parte de nuestra identidad, no cambiamos de selección o de equipo igual que cambiamos de camisa”. Podemos (y a veces debemos) optar por otro proveedor de gas o de marca de ropa, pero no hay un Mundial alternativo, por ejemplo. Esta apropiación del evento hace mucho daño a los aficionados porque resta valor a algo que es importante y único para ellos.

-FOTODELDÍA- ZÚRICH, 08/11/2022.- Dos protestantes se besan este martes durante una manifestación para concienciar sobre los derechos humanos de las personas LGTBI+ en Qatar, enfrente del museo de la FIFA en Zúrich, Suiza. EFE/ Michael Buholzer
-FOTODELDÍA- ZÚRICH, 08/11/2022.- Dos protestantes se besan este martes durante una manifestación para concienciar sobre los derechos humanos de las personas LGTBI+ en Qatar, enfrente del museo de la FIFA en Zúrich, Suiza. EFE/ Michael Buholzer MICHAEL BUHOLZER (EFE)

Boicoteos y debates

Ante esta situación, hay dos opciones de protesta. La primera: el boicoteo. López Frías apunta que los seguidores tienen un poder del que a veces no son conscientes: “Si, por ejemplo, un 30% de los aficionados dejan de ver los partidos, la FIFA se daría cuenta y se vería obligada a seguir criterios éticos en los procesos de selección de sede”. Mudd coincide y recuerda que las protestas y boicoteos “han sido, históricamente, una herramienta eficaz para aplicar presión moral”. Es decir, aunque seguir la competición no sea una acción incorrecta, no ver los partidos podría ser una acción positiva, teniendo en cuenta las consecuencias.

Pero esta renuncia no es fácil: el mismo López Frías se lo está planteando, “pero creo que mi pasión me empujará a ver algún partido”. Wojtowicz también seguirá la competición, aunque asegura que no sabe “si es lo correcto”. De hecho, en un artículo escribió que quiere que la selección inglesa gane la Copa del Mundo, pero quizás no esta Copa: “Ni siquiera estoy seguro de querer que juegue”.

El boicoteo no es la única alternativa. Otra posibilidad es plantear el debate y mostrar nuestra oposición a lo que han hecho Qatar y la FIFA. Como apunta López Frías, “la discusión de cuestiones éticas es una resistencia indirecta, a largo plazo. Ayuda a que tomemos un papel más activo”. Wojtowicz coincide en la importancia de esta crítica pública, que puede ir desde las conversaciones con amigos, para que no cale el mensaje propagandístico catarí, hasta la responsabilidad de los medios de no olvidar estos asuntos una vez que empiece la competición. Mudd añade que el Mundial “es una oportunidad excelente para centrar la atención en los derechos humanos”, incluyendo el trato a los trabajadores migrantes, y el desarrollo sostenible.

En este sentido son importantes gestos como el de Ibai Llanos, que aseguró haber rechazado una oferta para ir a Qatar durante la competición, o el de Rod Stewart, que renunció a actuar en el Mundial (y al millón de euros que le habría reportado). A lo que podemos sumar las pocas acciones de jugadores y selecciones, como las camisetas de Dinamarca con el logo y el escudo desdibujados, o la decisión de los capitanes de equipos como Inglaterra, Francia o Alemania de lucir brazaletes con los colores de la bandera LGTB+ y el mensaje “One Love”.

López Frías añade que cada vez hay más debate en torno al blanqueamiento deportivo y cita como ejemplo las críticas de los aficionados de la Premier League a los millonarios que compran equipos de fútbol con la oposición de las bases. También recuerda una visita reciente a la Universidad de Lovaina (Bélgica), en la que coincidió con otros filósofos especializados en ética deportiva: en todas las conversaciones salía el tema del Mundial y todos se preguntaban si estaría bien seguirlo o si merecía la pena boicotearlo.

Este filósofo cree que los cambios pueden ser duraderos y que algunos profesionales del sector se van concienciando: “A veces solo por una cuestión económica y de patrocinios, pero también dan más importancia a asuntos que antes pasaban inadvertidos”. Lo interesante, añade, será ver “qué pasa cuando acabe el Mundial, si empieza la Liga y todo el mundo se olvida, o si el debate evoluciona y los jugadores también participan”. De momento, sí va quedando clara la idea de que la elección de Qatar, como apunta Mudd, ha sido “moralmente grotesca”: “No hay nada que podamos hacer para redimir todo el daño que se ha hecho, pero nunca es tarde para alzar la voz”.

Una primera versión de este texto se envió en la newsletter Filosofía inútil.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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