_
_
_
_
_

Los enigmas que encierra la obra cumbre de Marcel Proust

El escritor francés Roland Barthes tenía un referente: Proust, de cuya muerte se cumplen ahora cien años. ‘Ideas’ adelanta un texto, inédito en español, en el que reflexiona sobre los misterios de una de las obras más relevantes de la literatura universal

El escritor Marcel Proust.
El escritor Marcel Proust.Bernard Annebicque (Sygma via Getty Images)

La historia literaria tiene, al parecer, pocos enigmas. Aquí tenemos uno cuyo protagonista es Proust. Me intriga y me interesa en la medida en que se trata de un enigma de creación (los únicos que son pertinentes para aquel que desee escribir).

No nos cansamos de repetir que Proust solo escribió una obra, En busca del tiempo perdido, y que, aunque esta obra sea nominalmente tardía, todas las publicaciones menores que la precedieron la estaban anunciando. Bien. Pero la vida creativa de Proust presenta dos partes muy bien delimitadas. Hasta 1909, Proust lleva una vida social activa, escribe cosas sueltas, esto o aquello, busca, experimenta, pero claramente la gran obra no “cuaja”. La muerte de su madre, en 1905, lo trastorna mucho, lo aparta un tiempo del mundo, pero el deseo de escribir vuelve enseguida, sin que pueda, al parecer, superar una cierta agitación estéril. La agitación se acentúa y toma poco a poco la forma de una indecisión: ¿se propone (o quiere) escribir una novela o un ensayo? Intenta el ensayo partiendo de las ideas de [el crítico] Sainte-Beuve, aunque en un estilo novelesco, ya que mezcla fragmentos de estética literaria, episodios, escenas, diálogos, personajes que encontraremos más adelante en En busca del tiempo perdido. Este ensayo (palabra límite), llamado Contra Sainte-Beuve, conforma un manuscrito que entrega en junio de 1909 a Le Figaro y que le rechazan en agosto. Aquí tenemos un episodio enigmático del que no sabemos nada, un “silencio” que constituye el enigma del que hablaba: ¿qué ocurre en este mes de septiembre de 1909 en la vida o en la cabeza de Proust? El caso es que la biografía lo sitúa en octubre de ese mismo año ya lanzado de cabeza en la gran obra a la que sacrificará todo lo demás, retirándose del mundo para escribirla, llegando a arrancársela a la muerte por muy poco. Así que tenemos dos situaciones, a uno y otro lado de este mes de septiembre de 1909: antes, la vida social, la creación dubitativa; después, el retiro, la rectitud (evidentemente, estoy simplificando).

Lo que está en juego en esta mutación es lo siguiente: todos los escritos de Proust anteriores a En busca del tiempo perdido tienen un aspecto fragmentario, corto: relatos, artículos, trozos de textos. Tenemos la impresión de que los ingredientes están ahí (como se suele decir en términos culinarios), pero que la operación que los transformará en plato todavía no ha tenido lugar. Realmente “no es eso”. Y luego, de golpe (septiembre de 1909), “cuaja”: la mayonesa se liga y ya solo queda espesarla poco a poco. Proust practica además la técnica de los “añadidos”: va reinfundiendo de forma constante alimento a este organismo que crece, porque ahora ya tiene una forma. La misma grafía cambia: Proust siempre escribió, como decía él, “al galope” (y este ritmo manual no puede dejar de estar relacionado con el ritmo de su frase); pero en el momento en que arranca En busca del tiempo perdido, la escritura cambia: se “concentra”, se “complica”, se sobrecarga de correcciones que brotan por todas partes. En suma, durante este mes de septiembre se produce en Proust una especie de operación alquímica que transmuta el ensayo en novela, y la forma breve, discontinua, en forma larga, hilada, adornada.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha hecho que, de repente, un mes de verano en París, la cosa “cuaje” y sea para siempre (hasta la muerte de Proust en 1922 y mucho después, ya que nuestra lectura presente, activa, no deja de engordar En busca del tiempo perdido, no deja de sobrealimentarlo)? No creo que haya que buscar un aspecto determinante en la biografía. Es cierto que los acontecimientos privados pueden tener una influencia decisiva sobre una obra, pero esta influencia es compleja, se ejerce con retardo. No cabe duda de que la muerte de la madre es, en cierta forma, el hecho seminal de En busca del tiempo perdido, pero la obra no se puso en marcha hasta cuatro años después de esa muerte. Creo más bien en un descubrimiento de orden creativo: Proust encontró un medio, quizá puramente técnico, para que la obra se “sostuviera”, para “facilitar” su escritura (en el sentido operativo de la palabra, como cuando hablamos de “facilitadores”).

Si quieres apoyar la elaboración de periodismo de calidad, suscríbete.
Suscríbete

Intuitivamente, diría que lo que encontró podría pertenecer a una de las cuatro “técnicas siguientes” (o a varias de ellas al mismo tiempo):

1) Una cierta forma de decir “yo”, una forma de enunciación original que remite de forma indudable al autor, al narrador y al protagonista. 2) Una “verdad” (poética) de los nombres propios que elige definitivamente; para los nombres principales de En busca del tiempo perdido Proust tuvo muchas dudas y la obra parece ponerse en marcha en el momento en que encuentra los nombres “adecuados” (es bien sabido, por otra parte, que en la propia novela encontramos una teoría del nombre propio). 3) Un cambio de proporciones; es posible (gracias a una química misteriosa) que un proyecto que lleva tiempo bloqueado se haga posible en el momento en que se decide bruscamente, y como por una inspiración repentina, aumentar su tamaño; en el orden estético, las dimensiones de una cosa determinan su sentido. 4) Finalmente, una estructura novelesca que a Proust se le revela en La comedia humana y que es (cito a Proust) “la admirable invención de Balzac de haber conservado los mismos personajes en todas sus novelas”, procedimiento condenado por Sainte-Beuve pero que, para Proust, es una idea genial. Cuando conocemos la importancia de los retornos, coincidencias, inversiones a lo largo de toda la obra, y hasta qué punto Proust estaba orgulloso de esta construcción mediante encabalgamientos, que hace que un detalle insignificante que aparece al principio de la novela reaparezca al final como crecido, germinado, desplegado, podemos pensar que Proust descubrió la eficacia novelesca de lo que podríamos llamar “acodos” de figuras: una figura plantada aquí, a menudo discretamente (digamos, por ejemplo, la dama de rosa), reaparece mucho más tarde, a caballo sobre una gran cantidad de otras relaciones que van formando una nueva planta (Odette).

Estos elementos deberían ser objeto de investigación, tanto biográfica como estructural. Y por una vez la erudición se podría justificar en la medida en que alumbraría a “los que quieren escribir”.


Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_