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Ideas
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La fuga de cerebros de Rusia es una oportunidad para Occidente. Y no solo económica

La diáspora rusa la forman los sectores mejor cualificados de su sociedad. Hay que fomentar una comunidad que influya en contra de Putin

Miembros de la diáspora rusa en Cracovia, Polonia, protestan contra la ofensiva de Putin en Ucrania, el pasado 12 de junio.
Miembros de la diáspora rusa en Cracovia, Polonia, protestan contra la ofensiva de Putin en Ucrania, el pasado 12 de junio.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Ha habido diásporas desde el Antiguo Testamento y, dejando al margen el aspecto trágico, no ha habido dos éxodos de masas iguales. En el siglo XX, el mundo presenció cómo escapaban los judíos de los pogromos, la revolución bolchevique y luego Hitler; cómo emigraban en masa los afroamericanos del sur de Estados Unidos en la época de las leyes de Jim Crow, y cómo huían los vietnamitas de un país devastado por la guerra. En este siglo, los sirios, iraquíes y afganos han huido de liberaciones fracasadas y brutales guerras sectarias; los salvadoreños, guatemaltecos y hondureños, de la pobreza y la violencia, y ahora, millones de ucranianos recién llegados al resto de Europa y a otros lugares se preguntan cuándo volverán a casa, si es que alguna vez lo hacen.

Para algunos países en especial, las diásporas tampoco son nuevas. Basta con preguntar a los rusos. Durante tres cuartos de siglo, el NKVD de Stalin y su sucesor, el KGB, vigilaron estrechamente a los rusos expatriados, constantemente preocupados por la amenaza que pudieran suponer. Y ahora, el servicio de seguridad del presidente ruso Vladímir Putin, el FSB, continúa la tradición. Según cálculos recientes del FSB, casi cuatro millones de rusos abandonaron el país en los tres primeros meses de este año.

Por supuesto, las estadísticas del FSB son difíciles de verificar. Pero el volumen de salidas que ha habido este año es llamativo. En comparación con el primer trimestre de 2021, las llegadas de rusos a Georgia y Tayikistán se multiplicaron por cinco, por cuatro en el caso de Estonia, por tres en los de Armenia y Uzbekistán y por dos en Kazajistán. Además, Letonia y Lituania acogieron entre las dos, aproximadamente, a 74.000 rusos, y varios lugares turísticos populares como Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Turquía dieron la bienvenida a casi un millón. Cerca de 750.000 personas cruzaron a la región georgiana de Abjasia, uno de los territorios vasallos de Putin.

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El cómico ruso Aleksandr Dolgopolov, que abandonó su país al sentirse vigilado. En Tbilisi, Georgia, el pasado 21 de mayo.
El cómico ruso Aleksandr Dolgopolov, que abandonó su país al sentirse vigilado. En Tbilisi, Georgia, el pasado 21 de mayo. Daro Sulakauri (Getty Images)

Aunque algunos de esos rusos viajeros, sin duda, regresaron después a su país, el número total de salidas en el primer trimestre es notable. Representa casi el 2% de la población del país, y eso sin contar los rusos que se han marchado a Europa o a otras partes del mundo.

El FSB no está siguiendo estas salidas por pasar el tiempo. Desde la Revolución de Octubre hasta la caída de la Unión Soviética, las diásporas rusas fueron una auténtica contrariedad para la imagen del paraíso de los trabajadores. Aunque los rusos ya habían empezado a huir tras la revolución fallida de 1905, el número de fugitivos aumentó cuando los bolcheviques tomaron el poder, en 1917, y durante la guerra civil posterior. En toda Europa empezaron a surgir pequeños Moscús.

La historia se repitió en los años noventa, pero con una diferencia. La caída de la Unión Soviética no solo dejó a 30 millones de personas de etnia rusa fuera de las fronteras de Rusia (sobre todo en las repúblicas bálticas, Kazajistán y Ucrania), sino que empujó a varios millones más a emigrar a Europa, Asia y Norteamérica, la segunda gran diáspora en el espacio de 100 años.

Si los occi­dentales quieren apoyar a Ucrania, de­ben reunir el capital intelectual de los expa­triados de Moscú

¿Importan realmente estas grandes comunidades de expatriados? Depende del punto de vista. En los años veinte del siglo pasado, los rusos exiliados, monárquicos, derechistas y veteranos militares —los perdedores de la guerra civil que había durado cinco años— siguieron conspirando contra el régimen bolchevique. Pero también siguieron encarnando todas las divisiones que habían llevado a su anterior derrota. En cuanto a los exiliados rusos actuales, el historiador alemán Karl Schlögel argumentó en 2011 que carecen de estructuras políticas para organizarse y, por tanto, tienen poca capacidad de efectuar cambios en su país de origen.

Pero Schlögel también identificó una diferencia significativa entre los emigrados y refugiados de los años veinte y los expatriados rusos del siglo XXI: en la diáspora actual están incluidos los elementos más dinámicos y emprendedores de la sociedad rusa, desde directivos de empresas y especialistas en tecnología de la información hasta científicos y artistas. Su huida al extranjero representa una importante fuga de cerebros.

Ana Aristarkhova, 25 años, directora de cine de Moscú, el 21 de mayo pasado en Tbillsi, Georgia.
Ana Aristarkhova, 25 años, directora de cine de Moscú, el 21 de mayo pasado en Tbillsi, Georgia. Daro Sulakauri (Getty Images)

Ígor Zubov, viceministro del Interior del Gobierno de Putin, advirtió de este problema en junio, cuando pidió al Parlamento ruso que permitiera la entrada de más especialistas informáticos extranjeros en el país. Durante su comparecencia reveló que a Rusia le faltaban alrededor de 170.000 informáticos, lo que contradecía las afirmaciones oficiales de que la mayoría de los que se fueron ya habían regresado a casa. La Asociación Rusa de Comunicaciones Electrónicas ha mostrado un panorama similar. Los expertos del sector prevén que en 2022 es posible que se vaya el 10% de los trabajadores rusos del sector de las tecnologías de la información.

Y no es solo el sector de la tecnología. Como en los años veinte del siglo pasado, también han huido al extranjero cientos de periodistas, escritores, actores, cineastas y artistas rusos, que en muchos casos han empezado a ejercer el mismo trabajo en los países de acogida. También se marchan los inversores y empresarios. Henley & Partners, una empresa británica que hace de intermediaria en acuerdos de concesión de ciudadanía para clientes ricos que quieren cambiar de nacionalidad, informa de que está previsto que en 2022 se marchen de Rusia 15.000 millonarios. La mayoría intentará establecer el domicilio en Malta, Mauricio o Mónaco, donde las playas y las benévolas leyes fiscales dan la bienvenida a los inmigrantes que llegan con dinero.

Independientemente de que todos esos profesionales cualificados y todos esos aficionados al champán se marchen por su oposición a Putin o por razones económicas personales, lo que importa es que están dejando Rusia sin unos cerebros y un capital cruciales. Por eso, el Gobierno de Biden ha propuesto una ley que flexibilice los requisitos para conceder el visado a los informáticos y científicos rusos con títulos superiores. Y otros países y empresas están haciendo campañas similares para beneficiarse de la nueva diáspora rusa.

Pero estos esfuerzos rendirán sobre todo beneficios económicos y financieros privados, mientras que el potencial político de la diáspora sigue desaprovechado. Si los países occi­dentales quieren apoyar a Ucrania y hacer frente a la agresión rusa, deben esforzarse más por reunir el capital intelectual y económico de los expatriados rusos y formar una auténtica comunidad en el extranjero que pueda comunicarse con los rusos que siguen en su país y quizá influir en ellos.

Hace un siglo, 300.000 rusos, aproximadamente —hombres de negocios, escritores, artistas y otros—, crearon en Berlín el principal pequeño Moscú de Europa; a mediados de los años veinte la ciudad tenía alrededor de 150 revistas políticas y 87 editoriales en ruso. Algunas eran empresas soviéticas, pero la mayoría no. Como señala Schlögel, los exiliados rusos se sintieron atraídos no solo por la libertad de la Alemania de Weimar, sino también por su situación estratégica. Era un lugar desde el que los libros, las revistas y los panfletos políticos podían llegar al nuevo Estado soviético.

En el mundo conectado de hoy, este episodio de la historia de la palabra impresa puede parecer pintoresco. Pero solo porque tenemos herramientas infinitamente más poderosas para difundir la información. A la hora de la verdad, los rusos son los únicos que pueden decidir el destino de su país. Pero Occidente dispone de amplios medios para ayudar a los que quieren que haya un cambio en su patria.

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