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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Saturados de polarización

Algunos políticos se ocupan antes de la crítica al oponente que de arreglar los problemas

Congreso de los Diputados
Pedro Sánchez interviene en una sesión de control en el Congreso de los Diputados el pasado 11 de mayo.Eduardo Parra (Europa Press)
Joaquín Estefanía

Un país con el 28% de la población en riesgo de pobreza o de exclusión social, y con un 8% de sus ciudadanos en situación de carencia material severa, no puede considerarse una democracia de primer orden. En los extremos, los aspectos sociales se superponen e interfieren en las valoraciones política y civil. El pasado año, el índice del semanario The Economist trasladó a España del grupo de las mejores democracias del mundo al de “democracias defectuosas”, aunque no lo hizo por la situación descrita al principio, sino por aspectos como el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial o la intensa polarización política.

¿Están condenadas las democracias a dar un paso atrás y ser más imperfectas? En el conjunto del planeta se observa un cierto declive democrático que no conlleva tanto un retroceso hacia dictaduras tradicionales, sino hacia democracias de menor calidad. El observatorio Freedom House lleva tiempo afirmando que el número de democracias que empeoran son más que las que mejoran; en el año 2021, 60 países vieron recortadas sus libertades, mientras que éstas crecieron solo en 25.

¿Y en España? No fallan tanto las instituciones como sus representantes. Sus principales problemas se refieren más a la capacidad del Estado para solucionarlos que a los mecanismos fundamentales de la democracia. Así lo resume el ya tradicional Informe sobre la democracia en España (IDE), de la Fundación Alternativas, que este año cumple su decimoquinta entrega, lo que permite estudiar los picos de sierra del sistema a través de las series temporales, desde el año 2007. El IDE refleja una sociedad saturada de polarización. Quizá el aspecto central de este año sea el hecho de que la política y los políticos pasan por su peor momento: son considerados uno de los tres principales problemas del país. La diversidad que supuso el que hace una década aparecieran nuevos partidos que rompieron el bipartidismo imperfecto se ha convertido en polarización. La crispación política ciega el debate; cuando surgen determinados problemas, algunos políticos se ocupan antes de la crítica al oponente (más áspera que saludable como tantas veces se manifiesta en el Congreso de los Diputados) que de solucionarlos.

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En el último trimestre de 2021, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hacía público un barómetro en el que se daban los siguientes porcentajes: un 8,3% de los encuestados mencionaba entre los tres principales problemas de España “la falta de acuerdo entre los políticos”; un 14% mencionaba el “mal comportamiento de los políticos”; un 5,4% citaba “lo que hacen los partidos”; un 16% aludía a la política “como gran problema”; un 1,6% se quejaba de los extremismos; finalmente, un 1% aludía a la falta de confianza en lo que hacen los políticos y las instituciones. Si a estos porcentajes, que suponen ya el 46,3% del total, se le añade el 6,4% que mencionaba a algún partido en concreto o al Gobierno como uno de los principales quebraderos, alcanzan la mayoría de la población: 52,7%. Como escribe uno de los directores del IDE, el profesor Alberto Penadés, es un dato descomunal e insólito; piénsese que el 41% mencionaba al paro, el 35% a la crisis económica y algo más del 40% a la sanidad (tanto a la pandemia como a las dificultades de la sanidad pública). Hay una tendencia hipercrítica de la ciudadanía con respecto a los líderes y las organizaciones políticas.

Si la primera ola de la antipolítica generó un espacio para el populismo o la tecnocracia, parece intuirse que se podría estar viviendo una segunda oleada, aunque de momento no se alientan soluciones fuera del sistema representativo, en buena parte porque la extrema derecha ha entrado en el juego parlamentario. El informe en cuestión atiende también a dos características muy significativas: la falta de independencia económica del poder político y la ausencia de respeto que muestran los medios de comunicación que, en ocasiones, se alinean con determinados partidos. La corrupción ha retrocedido en la atención pública.

En definitiva, los ciudadanos demandan que esta democracia en concreto, no una imaginada, funcione.

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