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Trabajar cansa
Columna
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Vladímir Putin: la odisea de un idiota

Es asombroso cómo nos hemos hecho a la idea de que a lo mejor ya no llega la octava o novena ola, sino la tercera guerra mundial

Vladímir Putin se dirige a una reunión del Consejo de Legisladores en el Palacio de Táurida en San Petersburgo, el pasado 27 de abril.
Vladímir Putin se dirige a una reunión del Consejo de Legisladores en el Palacio de Táurida en San Petersburgo, el pasado 27 de abril.ALEXEI DANICHEV (EFE)
Íñigo Domínguez

Es asombroso cómo nos hemos hecho a la idea de que a lo mejor ya no llega la octava o novena ola, sino la tercera guerra mundial. La pandemia ha servido de entrenamiento para el fatalismo, y ya es un dolor de cabeza en sí mismo que el apocalipsis no sea de golpe, sino una eterna promesa. En vez de Apocalipsis Now (ahora), podría más bien ser Apocalipsis, ¿cuándo? Esa broma le hacían a Francis Ford Coppola cuando rodaba la película, que fue otra pesadilla que no terminaba nunca. Si son un poco cinéfilos, sabrán la historia. Se tiraron año y pico para hacerla. Cambiaron de protagonista al poco de empezar. Marlon Brando cobró un millón por adelantado y luego dijo que lo dejaba. Estaba gordo y exigió no salir gordo. Alquilaron los helicópteros al Gobierno filipino, pero los propios filipinos estaban con una guerra civil de verdad y a mitad del rodaje se piraban porque les llamaban para ir a bombardear algo. Luego llegó un tifón que causó 200 muertos y arrasó los decorados. Coppola empeñó su casa. El guion se improvisaba, y había mañanas en que el plan de rodaje decía: “Escenas desconocidas”. En una secuencia con un tigre casi se come a varios actores, aunque fueran secundarios. Martin Sheen se puso fatal y un cura llegó a darle la extremaunción. Coppola perdía el control cada día que pasaba. Su mujer, Eleanor, iba rodando lo que veía, e hizo un gran documental, Hearts of Darkness (1991). En él Coppola reflexiona: “Lo que me preocupa es estar cayendo en esta falta de moderación”. Ella le dice que por qué no grita y admite que no sabe qué demonios hacer. “Sería caer en otra forma de falta de moderación”, contesta él. El hombre estaba para que lo encerraran, y seguía adelante. Había empezado y no sabía cómo terminar, como las guerras. Llegó a titular el guion Idiodisea, así para él, una odisea absurda contada por un idiota. Comprenderán que piense en Putin. ¿Adónde nos lleva este tío? Es como si el coronel Kurtz no apareciera al final escondido en la jungla, sino que estuviera dirigiendo un país, la guerra y saliendo en televisión.

No hago más que pensar en Rusia, y tiene un mérito enorme, porque no tengo ni idea de Rusia. Sí, he viajado por allí, pero precisamente por eso uno sabe con certeza que no tiene ni idea. Repaso libros y vean lo que pone en uno ya en la primera página, donde las citas. “Hay una sola cosa que Rusia no ha visto en sus mil años de historia: la libertad” (Vasili Grossman). “La vida rusa machaca al ruso hasta tal punto que no logra reponerse” (Antón Chéjov). “El régimen que nos gobierna no es sino una amalgama de vieja nomenklatura, de tiburones financieros, de falsos demócratas y de KGB. No puedo llamarlo democracia; es un híbrido repugnante que no tiene precedentes en la historia y del que se ignora la dirección que tomará…, pero, si esta alianza vence, nos explotarán no 70, sino 170 años” (Alexandr Solzhenitsin, 1992). Con estas citas comienza El imperio, de Kapuscinski, para quien la perestroika fue resultado de dos procesos: la desintoxicación del miedo y la entrada en el mundo de la información. Hoy sabemos que siguió una profunda involución para volver al punto de partida: se ha reinstaurado el miedo y la desinformación. Pobres rusos. Y luego hay idiotas que prohíben cursos de Dostoievski.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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