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Judith Butler, la pensadora que imaginaba otros mundos

La filósofa está en la búsqueda de un orden político nuevo desde la ética de la no-violencia. Interdependencia, vulnerabilidad y precariedad son términos que conforman su vocabulario

Máriam Martínez-Bascuñán
Una protesta contra Judith Butler con motivo de una visita de la filósofa a São Paulo en noviembre de 2017.
Una protesta contra Judith Butler con motivo de una visita de la filósofa a São Paulo en noviembre de 2017.NELSON ALMEIDA/Getty Images (AFP via Getty Images)

Un planteamiento teórico se cuestiona para socavar aquello que afirma, pero también para ponerlo a prueba, completarlo, asegurarle una vida más democrática. Fue la relación que Judith Butler, una de las filósofas más leídas y populares del mundo, quiso establecer con el feminismo al publicar El género en disputa (1990). Inauguraba lo que desde entonces conocemos como teoría queer, transformando las reglas del juego de la discusión feminista de los últimos 30 años. El famoso binomio sexo/género, contenido implícitamente en la premisa de Simone de Beauvoir (“no se nace mujer, se llega a serlo”), estallaba por los aires para dar entrada a un nuevo sujeto, pensado desde la relación con su propio cuerpo y que abría otras posibilidades de emancipación. Pero Butler no quedó atrapada en la discusión. Lo seguirían Cuerpos que importan (1993) y Deshacer el género (2006), donde plantea un diálogo crítico con pensadoras con las que conversa desde el reconocimiento. Simone de Beauvoir, Julia Kristeva, Monique Wittig, Luce Irigaray, Susan Sontag o Hannah Arendt serán las interlocutoras con las que seguirá discutiendo sobre la libertad y cómo extender al máximo las posibilidades de la vida. Poco a poco, el feminismo deja de ser un fin en sí mismo para incorporarse como sustrato epistemológico de las preguntas que ocupan la centralidad de su obra: qué cuenta como una vida vivible, por qué los cuerpos importan, cómo lenguaje y poder constituyen nuestra identidad.

El 11-S le hace dar un giro de timón, aunque no tan radical como se pretende. Vida precaria es uno de los libros de teoría política más hermosos del siglo XXI. Con la fuerza de sacarnos de los marcos mentales con los que solemos contemplar el mundo (como haría también en Marcos de guerra), Butler nos habla de las vidas que se lloran y las que no parecen ser dignas de ello, aludiendo a nuestros dramas más hirientes: la situación de los palestinos, o la de los refugiados que mueren tratando de alcanzar nuestras costas, o hacinados en campos de detención sin leyes internacionales que los protejan porque no se les reconoce como sujetos. El dolor, dice Butler, “da carta de naturaleza a la pérdida, es un reconocimiento del valor de la vida que se ha perdido”. Por eso el duelo es un acto de justicia, pero también una forma de construcción nacional que amplifica o invisibiliza las vidas perdidas.

Interdependencia, vulnerabilidad, precariedad, desposesión… son el vocabulario político con el que Butler trabaja como con piezas de orfebrería, elementos para pensar un orden político nuevo desde la ética de la no-violencia. Dichas palabras se recuperan en Sin miedo, su última obra, aludiendo a la posibilidad de establecer alianzas desde nuestra fragilidad como sujetos, como cuerpos construidos socialmente: “La herida ayuda a entender que hay otros afuera de quienes depende mi vida”. Esa vulnerabilidad se mide desde la exposición al otro, pero también desde la pérdida, pues el duelo nos cambia a pesar nuestro, y tal vez lo haga para siempre. Esas vidas vulnerables, normalmente en poder de otros, se autorreivindican a través de “discursos valientes”, precisamente porque se pronuncian con miedo. Al hacerlo, “quizás temblemos al hablar, o no consigamos sobreponernos al miedo, pero aun así hablamos, con temor pero desafiantes”. Así lo hacen quienes, sin su libertad de expresión garantizada, pueden ser arrestados, detenidos o deportados en un Occidente que “presenta a los migrantes como presagio de destrucción” desde el encierro progresivo en nuestro muro de la identidad. Sus palabras evocan a Trump, a Lesbos, a las asambleas de Minsk o al Black Lives Matter. Cuando toda la discusión versa sobre una forma reducida de entender la democracia, Butler nos recuerda que también el “ruido y el clamor” que surgen en el espacio público son posibilidades políticas, oportunidades con potencial democrático para imaginar otros mundos. Y para lograrlos.

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