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un asunto marginal
Columna
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La única verdad

Desde abajo del paraguas europeo se ven los agujeros, los costurones y las vías de agua; desde fuera se ve el paraguas y se envidia

Enric González
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside la reunión del Comité de Seguimiento del COVID-19, en Moncloa, el 24 de julio.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside la reunión del Comité de Seguimiento del COVID-19, en Moncloa, el 24 de julio.Moncloa

La frase es muy antigua. Ya la formuló Aristóteles, en su crítica al idealismo platónico: “La única verdad es la realidad”. Ese aforismo suele resultar atractivo para los gobernantes pragmáticos y refractarios a las ideologías, desde Bismarck hasta Perón. En general, vale para muchas cosas. Salvo para descubrir una única verdad.

Veamos.

La realidad es una pandemia que no deja de crecer. Ya hay más de 15 millones de casos registrados en el mundo, aunque esa cifra real no responda a la realidad: con los casos no detectados, quizá ascienda a diez veces más. No lo sabemos. Sí conocemos la facilidad con que surgen rebrotes.

Comparando las distintas realidades en lugares distintos, podemos deducir una realidad: en aquello que resulta realmente difícil en la batalla contra la pandemia, España hace mal las cosas. Tanto en el Gobierno central (los datos que emite se hacen cada día menos comprensibles) como en las comunidades de Madrid y Cataluña, cuyos Gobiernos, además de manejar grandes concentraciones urbanas, relegan la eficacia administrativa a un segundo término, por detrás de su aparente “misión histórica”. En Madrid, esa misión consiste en lucir las glorias (es un decir) del Partido Popular. En Cataluña, en lucir las glorias escatológicas (en la acepción de fin último, no necesariamente en la excrementicia) de la independencia.

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La realidad es que esta ineficacia, frente al problema más urgente de la humanidad, no constituye el centro del debate público español. Estamos en otras cosas. Los profesionales de la política, en sus rifirrafes habituales. La gente está ocupada con sus dificultades para llegar a fin de mes, con las vacaciones o la falta de ellas, con si abren o cierran las discotecas, con si se acaba esto de una vez porque ya aburre.

La realidad es que no hemos aprendido nada. Seguiremos maltratando el sistema sanitario. Seguiremos pagando mal a la gente, desde los profesionales de la medicina pública a los trabajadores de los supermercados, pasando por los jornaleros agrícolas, que aseguran nuestra supervivencia.

La realidad es que el planeta se hunde en una pavorosa recesión económica, acaso la más extensa y profunda de la edad contemporánea. Deudas, desempleo y desesperación configuran el horizonte próximo.

La realidad es también que el índice Dow Jones, principal indicador del principal mercado financiero, Wall Street, sólo se desplomó en febrero y marzo. Desde entonces, no deja de subir. En pleno desastre, los inversores ponen dinero y obtienen beneficios. O alguien sabe algo que los demás no sabemos, o ambas realidades, la de la calle y la de los mercados, pueden chocar un día de estos de forma espectacular.

La realidad es que la Unión Europea funciona mal. Las disfunciones fiscales (Holanda, por ejemplo) y el cinismo endémico (eso, por ejemplo, de que el contribuyente holandés ha de dar dinero pero no tiene derecho a exigir ninguna condición) son fenómenos que están ahí, bien expuestos. La realidad es, asimismo, que la Unión Europea constituye un invento prodigioso. Desde abajo del paraguas europeo se ven los agujeros, los costurones y las vías de agua; desde fuera del paraguas se ve el paraguas y se envidia. Fuera llueve mucho. Un continente como Latinoamérica se arriesga a perder otra década y a sufrir largos años de miseria y turbulencias.

La realidad es la sombra, cada vez más oscura, de una nueva guerra fría, esta vez entre Estados Unidos y China, esta vez con menos muertos (esperemos) pero no con menos víctimas.

“La única verdad es la realidad”. Bueno. De ser así, la verdad, en un sentido genérico, resulta bastante contradictoria, bastante incomprensible y bastante ominosa. Igual que la realidad. ¿Cómo ha de extrañarnos que cada uno se atrinchere en su pequeña verdad particular y se enfurezca con las demás verdades particulares? ¿Cómo ha de extrañarnos que seamos a la vez conflictivos e indiferentes? Nos adentramos en la vieja maldición china: que vivas tiempos interesantes.


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