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Carta del director
Columna
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¿Antipáticas para quién?

Es raro pero en 2024 sigue haciendo falta recordarnos que una mujer no son lacitos ni vestidos ni flores a la medida de TikTok

Daniel García López
Natalia Ginzburg era radicalmente antiglamurosa y maravillosamente elocuente. Aquí, en 1990.
Natalia Ginzburg era radicalmente antiglamurosa y maravillosamente elocuente. Aquí, en 1990.Getty Images

Dick era un capo de una gran editorial de Nueva York y Joni, su mujer, una de sus mejores editoras. Corrían los años ochenta, su química era explosiva y el negocio era como un tanque lleno de tiburones: trabajaban hasta tarde, cosechaban éxitos millonarios y follaban en el despacho. Hasta que, según Dick, el comportamiento de ella empezó a escapar de lo razonable: “Dos chóferes. Dos cocineros. Quedábamos a cenar en casa y Joni llegaba cinco minutos después que yo, para luego comer lo que hubieran cocinado, a ella le daba igual. ¡No me hizo ni un sándwich de atún en todo el tiempo que estuvimos casados!”. A medida que ambos ascienden y queda claro que ella tiene incluso más hambre de triunfo que él, le empieza a dar la sensación de que está casado con un ejecutivo y no con una... esposa. Al final, pide el divorcio y, en el momento que la periodista Tina Brown escribe la historia, “Dick está locamente enamorado de otra editora de la empresa, una chica de 29 años jerárquicamente muy inferior a la que, supongo, le encanta viajar y el sexo y hacer sándwiches de atún”.

En un tema de nuestra web que tuvo mucho éxito el mes pasado, otra periodista, Eva Güimil, cuenta que los haters de la cuarta temporada de True Detective, protagonizada por Jodie Foster, llaman “lesbianas” a las mujeres de la serie: una pandilla de viejas, feas, negras o, en efecto, lesbianas. ¿Hay algo más subversivo que una mujer... antipática? Lo pensé leyendo Un amor, el libro de Sara Mesa cuya clave, para mí, es que en realidad ningún personaje es simpático. Y reconozco que yo mismo tuve mi particular revelación cuando me pillé juzgando, nada más empezar la película, a la protagonista de Anatomía de una caída, un incómodo personaje de madre, escritora bisexual y esposa —pero no amantísima— encarnado por Sandra Hüller. Es raro pero en 2024 sigue haciendo falta recordarnos que una mujer no son lacitos ni vestidos ni flores a la medida de TikTok, como Ferran Pla señala en su columna de este número de ICON. Y para convencerse basta con leer la magnífica entrevista de Marisa Paredes que también publicamos en esta revista. En conversación con Tom C. Avendaño, la actriz relata en primera persona su historia, la de una mujer nacida en una familia modesta y en una sociedad sumida en el machismo más mareante, que se hizo camino a base de talento, un feminismo preclaro y arrolladora conciencia de clase.

No sé qué habrían pensado esos señores tan enfadados con Jodie Foster sobre mi último amor, la escritora Natalia Ginzburg: “Ni guapa ni elegante, con rebeca y falda color azul ceniza, con ese aire pelín apagado de tía soltera y sin edad definida”, como la describió Oriana Fallaci. En Léxico familiar, publicado en 1963, Ginzburg también cuenta su historia: la de los Levi, una familia judía, burguesa y antifascista de Turín durante los años que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Me gusta mucho que todos hablan entre exclamaciones. “¡No fume!”, le gritaba el padre a un amigo convaleciente. “¡No debe fumar! ¡Fuma demasiado! ¡Se ha arruinado la salud a fuerza de fumar!”. Y Natalia explica: “Mi padre fumaba como un carretero, pero no quería que los demás fumasen”. Ginzburg abunda en lo tragicómico incluso cuando habla de la guerra y de la prematura muerte de su marido a manos de Mussolini. Ni siquiera era convencionalmente combativa. Estaba convencida de que la vida hay que vivirla e identifica la peor fuerza de todas: la “infelicidad diabólica”, o cuando uno se mete tanto dentro de uno mismo que pierde el vínculo con el mundo. Ahora que se glorifica el enfado, la guerra se amortigua con tecnicismos y la violencia se ha convertido en lengua franca de nuestra política, la claridad, la seriedad, el cariño y el sentido del humor con los que Ginzburg cuenta la vida desde el prisma de su familia y de su experiencia funcionan como alegato mucho mejor que cuatro gritos estereotipados.

Al final la clave de todo esto, incluido lo del sándwich de atún, me la da en una corta llamada de teléfono Isa Calderón: “¿Pero a ver, antipáticas para quién?”.

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.
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