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Albert Serra, el gerundense que cayó a la Tierra

Una de las posibles maneras de descifrar a Albert Serra pasa por entender que, más que un cineasta, estamos ante un ‘performer’

El cineasta Albert Serra.
El cineasta Albert Serra.Maria Picassó

Enfant terrible tocado por la tramontana, Albert Serra ha pasado de extraterrestre caído en los extrarradios del cine catalán a gran agujero negro que ha absorbido todo átomo de decencia y credibilidad en los protocolos de nominación a los Goya. Heterodoxo de lucidez inquebrantable, el cineasta vive en la paradójica tesitura de ser progresivamente celebrado por la cinefilia global y sostenidamente ignorado por una industria incapaz de contemplar las bondades de la rentabilidad a largo plazo y de ese capital simbólico apoyado en el prestigio.

Desde esa zona de indeterminación, hay quien ve en él la inefabilidad del genio puro y quien sospecha en sus dejes ególatras la evidencia de una impostura. A propósito de su monumental proyecto Els tres porquets —la película de más de cien horas que rodó para la Documenta de Kassel y que (se suponía) debía ser destruida tras su primera proyección—, Serra escribió una serie de valiosas crónicas sobre el terreno, en las que reflexionaba, entre otras cosas, sobre la dificultad de llevar a la pantalla una figura como la de Adolf Hitler: “Hay personajes, como Hitler, Dalí o Warhol que son, ellos mismos, su propia caricatura. (…) Cada imagen pública (…) es una puesta en escena simultánea de su yo y de su exégesis crítica (…) No se puede representar aquello que ya es una representación, más allá del juego posmoderno (…) Son contradicciones insolubles”.

Inevitable pensar que ahí el visionario de Banyoles también podía estar hablando de sí mismo, porque una de las posibles maneras de descifrarle pasa por entender que, más que frente a un cineasta, estamos ante un performer que lleva años encarnando una figura excesiva y mesiánica con tal convicción que el mundo ha acabado viendo oro donde quizá no haya más que un lienzo digital en blanco. Eso sí, no cabe duda de que al autor de Pacifiction no se le escapa una sobre los sinuosos caminos que llevan a la validación cultural: más que un quijote, late en él un eficaz estratega.

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