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Bruna Cusí, entre Netflix y el cine experimental: “El Goya algunos días te da seguridad, pero otros te impone una exigencia enorme”

Con ocho años le pidió a Epi que salvara a su gato en un anuncio de patatas fritas y con 30 triunfó con ‘Verano 1993’. Hoy, la actriz catalana vive entre lo alternativo y las superproducciones

Bruna Cusí posa para ICON en el gabinete botánico Planthae de Madrid.
Bruna Cusí posa para ICON en el gabinete botánico Planthae de Madrid.Yago Castromil

Bruna Cusí (Barcelona, 1987) se fue a vivir a Madrid en pleno confinamiento. Extraña manera de conocer una ciudad. “Tenía ganas de ir por cambiar de aires, por mi pareja. El confinamiento me enganchó aquí y lo pasé bien. De repente tenía tiempo para escribir, bailar y reflexionar. El desconfinamiento ha sido más complicado. Añoraba mi familia y mis amistades y cambiarse de ciudad en medio de una pandemia… Tenía muchas ganas de hacer amigos y ¡todo el mundo ahí con mascarilla! Afortunadamente, trabajar en el teatro con Voadora [Cusí ha estado un mes en el Centro Dramático Nacional con Siglo mío, bestia mía] ha sido un rescate. Encontrar esa familia teatral le ha dado sentido al hecho de estar aquí”.

Hija del también actor y doblador Enric Cusí, a la actriz la vocación le viene de muy lejos. “Yo quería ser actora. Evidentemente, tenía el referente en casa, los amigos de mi padre también eran actores y es algo con lo que he convivido desde que soy pequeña. Recuerdo que, en verano, con mis hermanas y amigas montábamos shows teatrales en el pueblo. Mi madre me decía que era Margarita Xirgu. Siempre he sido muy teatrera, muy dramática, con mucha imaginación… Nunca me planteé ser otra cosa”.

Por eso no es de extrañar que su primera aparición mediática fuera con solo ocho años protagonizando su primer y único spot junto al jugador de baloncesto Juan Antonio San Epifanio, Epi. “Era un anuncio de patatas fritas en el que yo tenía un gato que se me había colado en un tejado y le pedía a Epi que me lo rescatara. Leí hace poco en un diario personal que le dije a Epi qué quería ser de mayor… ¡Se lo pregunté yo a él!”.

No fue hasta 2017, con no poco teatro, series, cortos e Incierta gloria, de Agustí Villaronga, a sus espaldas, cuando el rostro de Cusí se hizo popular con el éxito tan inesperado como merecido de Verano 1993, ese prodigio de película dirigida por Carla Simón (“ya va siendo hora de que las mujeres construyamos también nuestro relato”) que le valió el Goya a la mejor actriz revelación.

“Yo quería vivir de esto y, como venía del teatro y de un cine más independiente, nunca había sido mi ambición ganar un Goya. Cuando me llegó fue un regalo que de algún modo no había buscado. En ese aspecto, fue una suerte. Por otro lado, estar tan expuesta me hizo sentirme muy vulnerable. Pero la exposición es mi trabajo, así que he tenido que acomodarme a la nueva situación y aprender a disfrutarla. El Goya algunos días te da seguridad y otros te impone una exigencia enorme”.

La actriz ha acabado 2020 con dos películas en cartelera: la fabulosa y casi visionaria La reina de los lagartos, de los libérrimos Burnin’ Percebes, y la especialísima La vampira de Barcelona, de Lluis Danés, que reafirma esa querencia suya de ejercer casi de talismán en las óperas primas (lo que también sucede en Ardara, recién estrenada en Filmin). “Es cierto que he hecho unas cuantas óperas primas. Lo encuentro natural. Para mí, el cine no ha de ser un trabajo en solitario, tiene que ser colectivo, si no no le veo la gracia. Me interesa meterme en proyectos un poco más experimentales, que vayan más allá de lo puramente comercial. He ido encontrándome con amigos que tenían los mismos intereses que yo y nos hemos tirado todos a la piscina…”.

Pero si Javier Botet, su compañero de reparto en La reina de los lagartos, compagina rodajes pequeños con superproducciones estadounidenses, Cusí hace lo propio con The alienist, una serie de Netflix en la que se codea con Luke Evans, Dakota Fanning o Daniel Brühl. Pero siempre ensayando en la cocina: “Es el mejor lugar. Cuando trabajo textos necesito sacarlos de la página y decirlos haciendo algo cotidiano. Me ayuda a sentirme más libre, a quitarles rigidez”.

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