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Juan Sanguino: “Gran Hermano' cubrió nuestra necesidad de miserias. Queríamos humillaciones y vergüenza ajena”

En su libro 'Cómo hemos cambiado’, el periodista Juan Sanguino habla en clave pop de cuando España pegó el estirón

Algunas de las estrellas que pasan por el libro 'Cómo hemos cambiado'.
Algunas de las estrellas que pasan por el libro 'Cómo hemos cambiado'.Blanca López-Solorzano

Si un país tuviera edades, la adolescencia de la España democrática iría desde mediados de los ochenta hasta la crisis económica de 2007. Esa es la tesis de Juan Sanguino, periodista madrileño nacido en 1984. A Juan le habrán leído, escribiendo principalmente de cine, en muchas partes. ICON ha publicado decenas de entrevistas suyas. Su estilo, documentado pero cercano y asequible, es muy parecido al que muestra en su segundo libro Cómo hemos cambiado (Península). El contenido queda claro con el subtítulo: La transformación de España a través de la cultura pop. “Se trataba de comentar distintos episodios de la cultura popular española reciente desde la perspectiva actual, más madura”, explica.

El autor de 'Cómo hemos cambiado', con una camiseta de sus personaje favorito de los noventa.
El autor de 'Cómo hemos cambiado', con una camiseta de sus personaje favorito de los noventa.

Por sus páginas desfilan conceptos encarnados en personas y momentos. Si el advenimiento de la metrosexualidad lo representa David Beckham, la salida del armario en horario de máxima audiencia del orgullo de clase obrera lo focaliza Belén Esteban. Sin esquivar las vergüenzas públicas de un país mucho más cutre, machista, homófobo e infantil de lo que creía ser. “Yo siempre vi este libro como una crónica de la adolescencia de España. De repente el país tenía dinero y no sabía cómo gastárselo. De repente estaba muy salido y no sabía muy bien qué hacer con esa libido y de repente era muy arrogante y se vino muy arriba. Con la crisis de 2007 acabó ese periodo y España tuvo que hacerse mayor de golpe”, afirma el autor. Una adolescencia cada vez más desatada en la que todo se relajó. Hay ejemplos bastante reveladores. Cuenta Sanguino que, en 2003, la presentación pública del compromiso entre el príncipe Felipe y Letizia Ortiz fue muy parecida a la que en 1998 habían dado Beckham y Victoria Adams y concluye: “Felipe y Letizia querían parecer estrellas del pop donde David y Victoria querían parecer realeza”. En cinco años la popificación había roto en España la barrera entre la aristocracia y lo plebeyo y con eso la monarquía se revestía de una capa de modernidad harto dudosa. En aquella época muchas cosas no eran lo que parecían: “Yo diría que el personaje que más simpatía me despierta del libro es Britney Spears, porque fue una niña que entre todos sexualizamos, sin pudor ninguno, bajo la premisa de que si ella se prestaba, eso legitimaba que el público se hiciese pajas con una chica de 16 años. Nadie se planteó que hubiese una explotación”. Sí, dábamos tanta vergüenza ajena como parece.

¿Cómo es posible que en un libro sobre la cultura pop en España no haya nada sobre las teorías de la conspiración? Esas teorías no dejan de ser cuentos de hadas modernos, que siempre parten de negar que hay cosas que simplemente ocurren, porque eso implicaría asumir que estamos en manos de un destino azaroso y arbitrario. Por eso es mucho más reconfortante creer que un virus ha salido de un laboratorio por intereses políticos o económicos que creer que simplemente puede ocurrir algo que da muchísimo más miedo. Las teorías de la conspiración reemplazan la que hasta 50 años era la religión: creer en un ser superior para quedarte un poquito más tranquilo frente al destino. Pero al final a la cultura popular, no la influían tanto, al menos hasta el año pasado. Y como este libro lo escribí durante el confinamiento, no tenía tan presentes estas teorías. A pesar de que me planteé hacerlo con el caso de Alcàsser. En el fondo es más reconfortante creer que hay una red de abusos e intereses que secuestran niñas y lo graban que simplemente que dos tíos salgan un sábado por la noche y decidan hacer esa monstruosidad. En el fondo una organización oculta con intereses resulta menos aterradora que pensar que cualquier tío que pase por un pueblo con un Ford Fiesta blanco pueda ser un asesino.

En el libro el caso Alcàsser lo enlaza en un capítulo titulado La gestión mediática de la tragedia en el que hablas de la pérdida de la vergüenza para exhibir el dolor en público. El caso Alcàsser está vinculado con la llegada de las televisiones privadas. El liberalismo se aplicó a la televisión. Se pasó del contenido de las televisiones públicas, más cuidado, a uno en el que todo valía. Antes, además de que fueran espectáculo se seguían unos códigos morales. Cuando llegan las privadas se acaba. Incluso en TVE, que para competir con Nieves Herrero saca ¿Quién sabe dónde? La privada se limita a pensar: “Si la audiencia lo quiere es lícito dárselo”. Y el espectador piensa: “Si la televisión me lo está dando es lícito que yo lo vea”. No hay culpabilidad por parte de nadie y se empiezan a retratar las miserias. Eso se ve en el tratamiento de Alcàsser y en programas como Lo que necesitas es amor o Sorpresa sorpresa, en los que la clase media se pone bajo los focos. Cuando llega Gran hermano, el voyeurismo es total. El programa se basa en algo tan aburrido como el día a día de unas personas de clase media. Aunque era mentira, había cámaras por todas partes y eso condiciona los comportamientos. Pero se llegó a un pacto tácito para que el público olvidara que esa gente sabía que estaba siendo grabada. Se hizo un acto de fe muy rápido. Es curioso cómo el público lo tragó y se olvidó de que esa gente estaba condicionada por las cámaras.

Belén Esteban a principios de 2020
Belén Esteban a principios de 2020ANTONIO GUTIERREZ HERGUEDAS (Europa Press via Getty Images)

Dice que el libro es la crónica de la adolescencia de un país. Partiendo de la base de que España hasta 1975 era un país tutelado con mucha disciplina, se podría considerar que era un país infantilizado. Todas las decisiones de la población las tomaba la dictadura por ellos. Llega la democracia y de repente se emprende un proceso que se asemeja mucho a la adolescencia en cuanto a que el país tenía una libertad nueva. No sabía muy bien qué hacer con ella, pero estaba muy entusiasmada con esa libertad. Tenía dinero, no sabía qué hacer con él ni sabía administrárselo y tenía una arrogancia muy adolescente. También tenía muchos complejos, como tienen los adolescentes. Eso se vio muy claro el año anterior a las olimpiadas, cuando todo el mundo estaba convencido de que íbamos a hacer el ridículo. Por un lado nos lo teníamos muy subido, nos considerábamos una potencia, pero por otro nos seguíamos sintiendo un poco Paco Martínez Soria y creíamos que íbamos a hacer el ridículo delante de todo el mundo. Por eso digo que el periodo que cubre el libro es la adolescencia de España. Además, a partir de 1992 se asentó la identificación española con el deporte: el “soy español, a qué quieres que te gane”. Las figuras deportivas se convirtieron en figuras identitarias algo que en otros tiempos había ejercido la monarquía. Y eso sigue: el referente de conducta moral es Rafa Nadal en este momento. Como antes lo fueron Raúl o Miguel Indurain.

El último capítulo del libro habla del asalto de la clase media a la cultura pop española. Uno de los personajes que figura es Belén Esteban. Belén Esteban aportó sobre todo orgullo de clase. En España, la clase baja estaba muy acomplejada. No tenía acceso a la cultura, ni como consumidora ni como creadora. A los niños de clase baja con aspiraciones se les apuntaba a ofimática o inglés, no al conservatorio. Las grandes figuras del pop español de los ochenta eran de clase alta, porque era la única forma de acceder a una educación musical. En el caso de Belén Esteban, las portadas de las revistas del corazón eran siempre personas cómo Isabel Preysler o Nati Abascal, gente de abolengo. Y de repente esta mujer súper tímida se presentó en en el programa Tómbola en el año 1997 diciendo que estaba muy nerviosa, mirando para abajo todo el rato, y a la hora y cuarto ya está mirando a cámara diciendo las frases que sigue diciendo hoy y con el público jaleándola. Porque ella tenía un relato irresistible, era literalmente la misma historia que la telenovela Cristal y todo el público supo entender los códigos. Una mujer de clase baja que había entrado en una familia de un torero, que tenía una finca que se llamaba Ambiciones y que era como Falcon Crest casi literalmente y la habían tratado fatal. Encima, por una familia, los Janeiro, que eran nuevos ricos. Ella, que es muy lista, enseguida empezó a contar historias. Por ejemplo, que Jesulín de Ubrique no quería pagar el AVE para ver a su hija y que su madre tenía que empeñar las joyas para pagarle el tren. Al final estaba reivindicando que la gente de clase baja es más noble y tiene más amor por la familia. Es irresistible identificarse con Belén Esteban. Todo el público se identifica con la clase baja porque todos somos clase baja de alguien. A todos nos ha mirado mal alguien en El Corte Inglés y a todos nos ha tratado mal un jefe o un pijo.

En el libro insistes mucho en lo que podríamos llamar la aparente movilidad de clases en televisión. Cuentas el ejemplo de lo parecidas que fueron las presentaciones públicas de la boda de David Beckham y Victoria Adams y la de los actuales reyes de España. Los plebeyos quieren ser aristócratas y la monarquía se popifica. Totalmente. David y Victoria se terminaron creyendo la monarquía no oficial hasta el punto de que cuando se casaron tenían dos tronos de oro en su casa, que era un castillo. Victoria Adams, que era una Spice Girls, llevaba una corona en su boda. Paralelamente, la realeza empezó a creerse pop. La imagen de los Duques de Sussex, por ejemplo, es más parecida a las estrellas de Hollywood que a una familia real clásica. Ha habido una retroalimentación entre las monarquías y las estrellas de Hollywood, quienes han reemplazado a los monarcas. Al final, el gesto de Letizia diciendo “déjame hablar” humanizó mucho la pareja. Eso ahora se ha perdido, pero durante los primeros años de su matrimonio los entonces príncipes eran estrellas del pop.

La historia de Ricky Martin en Sorpresa sorpresa, a quién se le atribuyó una aparición humillante en cámara, tiene mucha importancia en el libro. Era una historia extremadamente bien armada que estábamos deseando creer. Estábamos deseando consumir ese tipo de televisión. Y cuando surge Gran Hermano, un año después, el programa cubre esta necesidad que teníamos de miserias. Queríamos humillaciones, queríamos vergüenza ajena que es lo que acabó dando Gran Hermano, Confianza ciega y ese tipo de reality shows.

La llegada de Operación Triunfo coincide con la bajada de popularidad de Gran Hermano. ¿Qué significa el salto del reality al talent? Se había generado una necesidad de telerrealidad. Hay cosas que llegan tan de sopetón que no las asimilamos, solo las consumimos. Ahora mismo lo estamos viendo con las redes sociales. En el caso de la telerrealidad todo el mundo se volvió loco con Gran Hermano porque proporcionaba esa necesidad de voyeurismo. Observar a personas viviendo circunstancias absolutamente mundanas. Pero después de las primeras ediciones hubo un gran bajón de audiencia. Las ediciones posteriores de Gran Hermano eran tan aburridas que les prohibieron jugar al parchís. Ahora mismo hay un equipo que se ha formado en la telerrealidad, pero en aquel momento los redactores estaban aprendiendo y no sabía muy bien cómo potenciar las tramas. Y de repente Operación Triunfo en la televisión pública era un programa que tenía un espíritu de superación muy entusiasta. Demasiado entusiasta, estaban siempre eufóricos. Ese alma de Operación Triunfo encaja muy bien con el “España va bien”, con ese ansia de progreso y de triunfo. Esa falsedad de que si tú te lo curras mucho automáticamente te va a ir fenomenal. Es el momento en el que triunfan las carreras con salidas: “Estudia informática, estudia ingeniería y triunfarás”. De repente se quiere que todo sea luminoso: Yo te presento a 16 chavales muy trabajadores, muy buena gente y que tienen sueños. Y España se intoxicó un poco con ese sueño.

Creo que el personaje que peor le cae del libro es Tom Cruise. Lo que pasa con Tom Cruise es que me fascina. Porque creo que era un tío que en los ochenta tenía esa imagen del gallito triunfaba que encajaba mucho con la cultura yuppie. Un capullo creído. Y a través de Tom Cruise se puede seguir la evolución de los medios de comunicación. Como en los noventa cualquier revista podía publicar cualquier información sin contrastarla y era irrelevante lo que dijese el personaje. Los medios de comunicación se van separando poco a poco del artista. Era más fácil publicar lo que les diese la gana que conseguir una entrevista. Cuando llega Internet eso se multiplica por mil. Los medios de comunicación no buscan hacer la pelota a los famosos sino que buscan humillarlos. Y todos los rostros populares huyendo de la prensa. En España, Rocío Jurado o Isabel Preysler dejan de dar entrevistas y la prensa reemplaza a esos personajes con Paco Porras y con gente que busca la fama. Los famosos huyen de la fama y los anónimos la buscan. El caso de Tom Cruise es el de un tío que es súper conocido y que eso es todo lo que tiene. Su vida se la debe a su reconocimiento. El caso de lo que le pasó cuando se puso a saltar sobre el sofá de Oprah Winfrey es muy curioso, porque el programa se grabó antes de que existiera YouTube pero se emitió cuando YouTube ya existía. En aquel momento él tenía una publicista que exigía que las cintas de los programas se destruyeran después de emitirlo. Él despidió al publicista porque se metió a saco en la Cienciología y ella estaba en contra. Contrató a su hermana como publicista pecando de arrogante. Creía que la fama le protegía, que era poder. Pero en los 2000 ya no es así, es algo que quita poder. Tom Cruise ahora mismo es una marioneta, un pelele que anda jugándose la vida en rodajes para seguir siendo relevante. Parece hasta suicida, es como si quisiera matarse rodando alguna de esas escenas para morir como una leyenda.

Tom Cruise en 1982. La sonrisa del triunfador.
Tom Cruise en 1982. La sonrisa del triunfador.Fotos International (Getty Images)

Ese poder que dice que ya no tiene la fama ¿Dónde va a parar? En teoría, al público, pero es completamente manipulable. Supongo que el poder ahora mismo está repartido, en cuanto a que el espectador consume una serie de contenidos generalmente íntimos y privados: las miserias y humillaciones de los famosos, y la prensa, que siempre ha tenido mucho poder ahora se ve obligada a dar esos contenidos. El poder se ha repartido, todos hemos perdido algo, nadie lo tiene y estamos todos cómo pollos sin cabeza.

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