Bendiciones de Navidad

Este año he acudido por primera vez a la gala de entrega de los premios del diario deportivo As. La idea surgió cenando con Ona Carbonell, su maravilloso marido Pablo Ibáñez, y sus dos pequeños hijos, Theo y Kai, mientras enfrentaban el llanto intermitente de uno y las preguntas del otro. En la gala tuve que repetir varias veces esta historia siempre que preguntaban qué hacía allí. El mundo deportivo aún desprende señales de educación machista. Pero no iba a pelear eso en mi primera vez. Descubrí que futbolistas famosos y talentosos, como Griezmann, son menos guapos al natural, nadie nos esperamos un héroe bajito. El bajoncito fue superado por la caballerosa amabilidad de Álvaro Morata y con la aparición del piragüista gallego Cristian Toro, sentí que me había tocado la lotería. Empecé llamándolo por su apellido hasta que caí en cuenta y le sonsaqué su nombre. Cristian me informó de que había nacido en la isla Margarita, en Venezuela, de madre gallega. Mantuve a flote la conversación preguntando bobadas sobre el piragüismo (¿Se rema con los brazos? “No, en realidad toda la fuerza está en las piernas”. ¿Qué pensáis cuando lleváis kilómetros de recorrido? “Es un gran momento para meditar”. ¿En invierno vais al norte y en verano al sur? “No, Boris, es exactamente al revés”). Y así, como peces en el río, hasta que la entrega de premios nos separó. Carmen Colino, el as del diario As, se mantuvo muy atenta a mí y también a Luka Modric, que sí gana mucho al natural. No tuve reflejos necesarios para regatear un selfie.

Aunque en el deporte los reflejos son imprescindibles, no todos sus protagonistas ganan y brillan igual. Un profesional del atletismo nunca percibirá la misma retribución que un futbolista. El tema se discutió abiertamente y me hubiera gustado saber más, pero se acercó Eva Navarro, jugadora de la campeona selección femenina de fútbol, y con ella nos marcamos un selfie. Siempre es reconfortante que nuevas generaciones quieran fotografiarse contigo. Sobre todo, si son mujeres que han cambiado, espero que para siempre, la historia deportiva.

En diciembre resulta inevitable practicar el salto con pértiga de una fiesta a otra. Ejerciendo ese deporte llegué ligeramente tarde a la fiesta de cumpleaños de Alejandro Sanz, quien, como Brad Pitt, Vanessa Paradis y la infanta Elena, es sagitario. La invitación anunciaba que sería temática: Años veinte, el charlestón, Gran Gatsby. Cuando entré en el Teatro Barceló, el antiguo Pachá, la atmósfera era un cruce castellano entre el clásico fitzgeraldiano y el Circo del Sol. Trapecistas ascendían volando 15 metros de altura, envueltos en telas escarlata o colgando de cuerdas atadas a la cabellera. Eugenia Martínez de Irujo, vestida quizás emulando a Daisy, el eterno amor del Gran Gatsby, quien en realidad habría dado lo que fuera por ser como Eugenia, aristócrata y europea. En la puerta, los periodistas me habían interrogado sobre las declaraciones de Fran Rivera. Callé para que no se me estropeara ni el antifaz ni la noche. Pero en la fiesta la encontré feliz, junto a su esposo Narcís Rebollo, vestido de Gatsby, charlando con José María Manzanares, también de Gatsby, que fue el disfraz triunfador porque el cumpleañero igualmente lo eligió, aunque llegara con uno de Napoleón Bonaparte. En su presencia, vivimos un momento flamenco jaleado y palmeado por Malú, Manuela Sanz, Mónica Cruz, Vicky Martín Berrocal, Raquel Perera y Lucía Sánchez.

Bien entrenado, más deportivo y social que nunca, acudí a la presentación de la serie sobre Cristóbal Balenciaga que se estrena en enero en una plataforma de televisión. La exposición permanecerá en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico durante un mes y exhibe parte del vestuario para la serie creado por los brillantísimos Bina Daigeler y Pepo Ruiz Dorado. Cinco salones donde te sientes parte del universo Balenciaga recreado por Disney+. Un regalo.