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El hundimiento del príncipe Andrés arroja dudas sobre el futuro de sus hijas Beatriz y Eugenia

Aunque retienen el tratamiento de alteza real y el título de princesas, no está claro que Buckingham cuente con ellas para tareas de representación pública

Eugenia y Beatriz de York
Eugenia y Beatriz de York, de izquierda a derecha, nietas de Isabel II.Mike Egerton (Getty)
Rafa de Miguel

La prensa británica especializada en la realeza se debate siempre entre dos tendencias: o tritura a los personajes —en la mayoría de las ocasiones, con la colaboración del triturado— o intenta buscarles una utilidad o razón de ser. El príncipe Andrés, que ha logrado esquivar las acusaciones de abuso sexual a una menor a costa del monedero de su madre, Isabel II, ya ha sido condenado de por vida al ostracismo social. La siguiente pregunta era evidente: ¿Qué hacer con sus hijas, las princesas de York? Cuando la pequeña de ambas, Eugenia (31 años), se dejó ver a mediados de este mes en compañía de su primo, el príncipe Enrique, en el SoFi Stadium de Los Ángeles para asistir juntos la Super Bowl, se desataron las especulaciones. Era el primer miembro de la familia real británica que cruzaba el telón de hielo y visitaba al duque de Sussex dos años después de su espantada y exilio al otro lado del Atlántico junto a su esposa, Meghan Markle.

Como mínimo, aquello suponía una muestra de solidaridad familiar, y “suscitó algunas esperanzas de que pudiera contribuir a sanar las heridas abiertas entre los Windsor”, como escribió Hilary Rose en The Times. En el mejor de los casos, aventuraron otros medios con atribución a fuentes anónimas, podía ser la embajadora perfecta para convencer al díscolo nieto de la reina de que rebajara el tono en la autobiografía que está preparando para publicar este año. La casa real no necesita otra bomba en medio de las celebraciones del Jubileo de Platino (70 años de reinado). En cualquiera de los casos, la princesa ya tenía un cometido en el drama de los Windsor.

Nadie duda que Beatriz (33 años) y Eugenia acompañarán a Isabel II y a los miembros más relevantes de la familia real en el balcón del Palacio de Buckingham el próximo 2 de junio, cuando los cazas de combate de la Royal Air Force dejen una estela con los colores de la Union Jack. La ceremonia del Trooping the Colour, con la que cada año se celebra oficialmente el cumpleaños de la reina, tendrá especial relevancia en 2022, y las princesas rellenarán el vacío provocado por las fechorías de su padre. Pero más allá de esos eventos, no está nada claro cuál será el papel de las dos mujeres en las tareas futuras de representación pública de la Casa de Windsor.

Andrés ha peleado durante todos estos años para preservar la relevancia de sus hijas, “dos princesas de sangre”. Fue decisión de Jorge V, hace ya casi 100 años, que los descendientes por línea masculina del monarca mantuvieran el tratamiento de alteza real y el título de príncipes o princesas. Los hijos de la princesa Ana, hermana de Andrés, no tienen ese rango (ni ningún otro, porque han rechazado los ofrecimientos de varios títulos que les hizo, a ellos y a su madre, la reina). Si quien fuera durante todos estos años el hijo preferido de Isabel II, el duque de York, no puede ya siquiera reclamar que se dirijan a él en público como “su alteza real”, tampoco tiene razones jurídicas o de tradición para exigir que pasen a sus hijas las decenas de patronatos reales que le correspondían.

Su madre lo despojó de todos esos atributos cuando quedó claro que Andrés debería encarar a la presunta víctima de sus abusos sexuales en un tribunal estadounidense. “Es evidente que los hijos no deben heredar los pecados de los padres, pero la composición del patronato de una institución es una decisión que corresponde a la propia institución, que debe decidir quién resulta más apropiado”, ha señalado a The Sunday Times Stephen Bubb, director del centro de pensamiento Charity Futures, dedicado a preservar la sostenibilidad de las organizaciones benéficas, tan importantes en la cultura británica.

Carlos de Inglaterra, el heredero al trono, ha señalado ya desde hace años, a través de gestos, decisiones y comentarios filtrados a la prensa, su voluntad de reducir el número y funciones de los miembros más relevantes de la familia real. Quiere un núcleo mínimo de personas con tareas de representación pública cuando llegue el día en que Isabel II no esté, y Beatriz y Eugenia tienen difícil encaje en esa nueva estrategia. A pesar de las esperanzas de su padre de que la huida del príncipe Enrique y Meghan Markle abriría nuevos espacios a sus hijas, la realidad diaria se ha encargado de desmentirlo.

En 2018, las princesas protagonizaron una excepcional entrevista para la revista Vogue en la que se definieron como “jóvenes mujeres que intentan construir una carrera profesional y tener una vida privada... y que además son princesas”. Más allá de sus limitadas incursiones en el mundo del arte y de una vida social plagada de celebridades, no está muy definido el trabajo exacto que desempeña ninguna de las dos, y más que salario, su ritmo de vida parece financiado por fondos fiduciarios establecidos en su nombre por la bisabuela, la reina madre, y la propia Isabel II. “Tan solo necesitamos hacer que brille la luz y el amor en el mundo”, dijo Eugenia a Vogue en la famosa entrevista. Las andanzas de su padre, por muy injusto que resulte, han obligado a las princesas a centrarse más a partir de ahora en el amor y en el trabajo, y a alejarse de la luz pública.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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