Vicent Todolí y su idilio con el mundo cítrico
Más allá de su profesión como director artístico, este apasionado de la naturaleza cultiva con esmero en la Todolí Citrus Fundació, un museo-jardín donde crecen unas 500 variedades de cítricos, una colección única en el mundo. “A diferencia del mundo del arte, en el huerto lo he creado todo”
La vida de un niño que se ilusiona por los milagros de la naturaleza suele dar sus frutos. Así ocurrió con Vicent Todolí (1958, Palmera), que muchos años después de haber pasado su infancia entre cítricos, en el huerto de su padre en Palmera (Comunidad Valenciana), regresó allí, a su esencia, rodeado del aroma del azahar y de los mil y un sabores de naranjas, limones, cidros, kumquats… Ahora son él y su equipo los que los cultivan con esmero en la huerta El Bartolí, erigida al unir distintas fincas adyacentes a la paterna. Allí crecen alrededor de 500 variedades y cultivares distintos, una inmensa colección única en el mundo.
Tanta pasión también le sirvió para crear la Todolí Citrus Fundació en el año 2012. En los terrenos donde crían estos cultivares —una gran parte de los cuales contiene una genética proveniente de Asia—, ya se plantaban cítricos desde hace siglos. Así que se podría decir que la tierra calcárea que alberga las raíces de esos árboles está acostumbrada a recibir el peso de los abundantes frutos caídos sobre ella. El bagaje de Vicent Todolí es amplio y fecundo, otro fruto de su inmensa curiosidad, ya que no es un hortelano al uso. Su labor profesional está unida al arte contemporáneo, porque fue el director artístico del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), del Museu Serralves de Oporto y de la Tate Modern de Londres. Actualmente, ejerce ese cargo en el Pirelli HangarBicocca de Milán. Pero es en su vergel valenciano donde conecta todas sus facetas, donde disfruta de estas plantas singulares, porque goza a cada paso por este terruño fértil en belleza, alimento y medicina.
PREGUNTA. ¿Qué nexo encuentra entre el huerto y el arte?
RESPUESTA. Para mí, esto es un museo, con una colección que no hace falta cambiar porque prácticamente cambia a cada hora. Solo ver cómo evoluciona a lo largo del año, cómo crecen los árboles —también dependiendo de la climatología, de la luz—, o cuándo están los pájaros y cantan más o menos… Es un museo-jardín. Generalmente, en otro tipo de museos la experiencia es principalmente visual, pero aquí se apela a todos y cada uno de los sentidos.
P. ¿Qué tipo de arte cree que ha reflejado mejor este mundo de los cítricos, a nivel ornamental?
R. Empieza con el Renacimiento. Todo viene del humanismo. En Italia, en ese periodo, la horticultura era una de las artes, junto con la topiaria. Dentro de la horticultura, la citricultura es la reina, por su nexo con el jardín mitológico de las Hespérides, un paraíso pagano. En el Barroco también se genera la unión de los cítricos con el jardín del Edén, pero este es ya un paraíso religioso.
P. ¿Y qué idea de jardín o de paraíso ha querido plasmar en este museo vivo?
R. No lo he planteado como un huerto productivo, sino como un huerto de tradición árabe, en donde había partes productivas y otras improductivas. Aquí, a todo le he dado un ritmo: cada zona tiene una distribución diversa. El itinerario está marcado por pasarelas, y así puedo guiar a las personas que lo visitan para que tengan unas experiencias que he preparado para ellas.
P. ¿En qué le ha ayudado el arte para gestionar este huerto?
R. A mirar. Para mí, esto es como hacer un museo. Hay que construir una colección e ir aplicando un ritmo. El ritmo es la esencia; en el arte, el ritmo es el maestro de todo. Aquí hay una exacerbación de los sentidos y sientes tu cuerpo. Pasear por aquí es como la enseñanza aristotélica y su escuela peripatética: aprender mientras caminas. En este huerto es aprender mientras caminas, pero también cuando hueles, cuando pruebas… Aprender a través de los sentidos, caminando.
P. ¿Le preocupa que su idea cambie con el paso de los años?
R. Por supuesto, cuando tú plantas algo lo plantas para otras generaciones. Esto cambiará completamente cuando yo no esté. Por desgracia, cuando plantas un huerto o un jardín, ninguno dura eternamente.
P. Con esta huerta tiene una fuerte conexión familiar…
R. Efectivamente, porque mi padre tenía aquí un vivero, donde cultivaba cítricos, frutales, rosales y cicas. Mi hermano después cultivaría plantas autóctonas, como lentisco, encinas… principalmente plantas mediterráneas. Fue un pionero en el cultivo de este tipo de especies.
Vicent Todolí se para e indica dónde, cuando era niño, se sentaba bajo los árboles. Se trata de un lugar muy especial: un rodal de varios naranjos muy antiguos, con más de 150 años, que tienen toda la corona central de su tronco y de sus raíces al descubierto, como si los árboles levitaran ingrávidos sobre la tierra, como si tan solo necesitaran del aire para sobrevivir.
P. ¿Qué tienen de especial estos árboles, con sus raíces centrales al aire?
R. Estos árboles son variedades antiquísimas. De pequeño, aquí es donde yo me refugiaba, pensaba, leía… También me gustaba comprar cerillas, para construir pequeños castillos de fuego sobre la tierra y quemarlos en este lugar. Fuego, lectura y ensoñación. Aquí me imaginaba que estaba fuera del mundo, y me entraban ganas de viajar. Es un placer estar debajo de estos árboles ancestrales. Era como estar en un lugar fuera del tiempo.
P. ¿Tiene algún recuerdo de cuándo pensó en conservar esta huerta?
R. Casi me entra una depresión cuando me enteré de que esto iba a ser destruido debido a uno de los numerosos planes urbanísticos que, desde los años sesenta, han devastado el paisaje rural de la zona. Entonces me dije que eso no era posible, que sería algo criminal. Es cuando pensé que tenía que luchar para salvarlo. Si otro hubiera comprado este huerto, habría arrancado todos estos árboles porque no son productivos. Pero son auténticos monumentos.
P. ¿Cómo es la gestión del huerto a nivel de cultivo?
R. Los abonos y el tratamiento de plagas es todo ecológico, con trampas de feromonas, con insectos depredadores, con jabones potásicos… Incluso, en una zona en la que tuvimos problema con el pH, por un exceso de cal, utilizamos altramuz molido directamente aplicado en los goteros de riego en febrero. Es un remedio que me dio en Florencia uno de los jardineros que trabajan en el jardín de Bóboli.
P. ¿Qué es lo que lleva siempre encima cuando sale al huerto a ver los cítricos?
R. Una navaja es esencial, y también mi sombrero.
P. ¿Cuál es el abanico de actuación de su fundación?
R. La primera es el cultivo de las distintas variedades de cítricos y la investigación botánica con el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA), para la cura de enfermedades de los cítricos. Pero también editamos publicaciones o potenciamos la educación, hacemos visitas guiadas, estudiamos la historia de la citricultura o la difusión de este mundo a través de la alta cocina con chefs.
Desde una rampa-mirador de madera en medio de la finca, y que asciende unos pocos metros, se divisa todo el huerto y las copas de cientos y cientos de cítricos, con algunos nísperos (Eriobotrya japonica) salpicados entre medias. El aire sopla vehemente. Los pájaros cantan a pleno pulmón desde las ramas. De hecho, el símbolo de la fundación es un jilguero sobre una rama de cidra (Citrus medica), el primer cítrico que llega a Europa, según cuenta Todolí. Por aquí y por allá aparece, de cuando en cuando, un pequeño estanque, alguno incluso repoblado con peces autóctonos, como el diminuto samaruc.
P. ¿Cuál fue el origen de la colección?
R. Un domingo, en la isla de Isquia, me encontré un mercadillo en una plaza. Había un puesto de un vivero, donde tenía un limonero cidrado rubra (Citrus limonimedica ‘Rubra’). Lo vi y dije: “Pues lo planto en el jardín de Palmera”. Esto debía de ser allá por 2007, más o menos. En el aeropuerto, lo metí en la maleta más grande que pude comprar, para poder traerlo. Así que este fue el primer cítrico de la colección. Vi su fruta y me impresionó, por motivos estéticos.
P. ¿Aquí se siente más comisario de arte o más hortelano?
R. Aquí me siento demiurgo, creador. A diferencia del mundo del arte, donde elijo las obras y las junto para construir un discurso, aquí he creado todo. Así que hay una faceta más creativa que cuando ejerzo como comisario, donde los artistas son los creadores. Ellos tienen la obra, yo no. Pero esta sí es mi obra.
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