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El resurgir de las segundas residencias: teletrabajo desde la playa o el pueblo para quienes huyen de la ciudad

La vieja idea de un apartamento en Torrevieja cobra una nueva vida con el trabajo en remoto y los altos precios de los alquileres en las principales ciudades de España: “Yo sabía que quería vivir en otro tipo de ciudad, con otras distancias, menos tráfico y otra calidad de vida”, explica una madrileña que cambió de aires tras la pandemia

Segundas residencias
Fachada de una serie de apartamentos de veraneo frente al mar.By Eve Livesey (Getty Images)

La Caracola es una enorme estructura de madera abandonada junto a las Salinas de Torrevieja. De lejos, este proyecto del prestigioso arquitecto japonés Toyo Ito parece obra de una civilización extraterrestre; más cerca, se aprecia que el edificio con forma de ballena ha sufrido varios incendios y podría derrumbarse en cualquier momento. Desde luego, ya nunca será la recepción de un balneario que jamás llegó a construirse. Muy cerca de allí, en el mismo barrio, se encuentran aquellos “apartamentos en Torrevieja” que Mayra Gómez Kemp repartía durante los ochenta en el popular concurso Un, dos, tres… responda otra vez. Esos apartamentos son, en realidad, pequeños adosados y hoy también están muy desfigurados. En pocos metros, dos iconos malogrados parecen alertar sobre todo lo que puede salir mal cuando se trata de turismo, descanso, construcción y arquitectura.

Pero, aunque Torrevieja sufriera especialmente con la crisis de 2008, la ciudad sigue siendo una de las capitales del verano español, y uno de los pocos municipios con más de 90.000 habitantes en los que existen más viviendas que ciudadanos empadronados. Si algunas zonas están deterioradas, otras siguen llenas de vida o la recuperan en determinadas épocas, y todo aquel paisaje costero abigarrado y extravagante es el resultado de aquello que los sociólogos han llamado “la propensión inmobiliaria de la sociedad española”.

Vivimos en un país en el que acceder a una vivienda principal supone un problema para capas cada vez más amplias de la población, pero en el que también se fantasea —y a menudo se logra— con disponer de varias propiedades inmobiliarias (para pasar tiempo libre en ellas, como inversión o como anclaje a la clase media). Según datos del Banco de España y el INE, un 15% de las familias españolas dispone de segundas residencias. Pero, por lo que respecta a sus usuarios, es una cifra que contiene millones de historias de deseo (las segundas residencias suelen adquirirse en zonas que por algún motivo —habitualmente el mar— resultan más atractivas que aquellas en las que se permanece durante el curso), de cariño (otras se heredan y se encuentran en zonas rurales desde las que emigraron padres o abuelos) y, últimamente, de esperanza (es algo nuevo: las segundas viviendas de la familia permiten, más o menos, emanciparse a jóvenes que no pueden permitirse un alquiler en sus ciudades).

Las dos caras de la estadística: casas de playa y casas de pueblo

Una calle del pueblo de Lastres, en Asturias.
Una calle del pueblo de Lastres, en Asturias.Rachel Carbonell (Getty Images)

“Es importante distinguir entre dos tipos de segunda vivienda. Una, que se da más en las zonas costeras, está relacionada con el estatus, el ocio y también la inversión. Muchas de ellas se alquilan a otras personas en determinados momentos del año”, explica José Ariza de la Cruz, doctorando en sociología urbana por la UCM, que comienza describiendo los adosados, apartamentos y chalets que solemos asociar con las vacaciones. Pero el experto continúa alertando de que las estadísticas anteriores también comprenden la llamada “casa del pueblo”: “Son otro tipo de segunda vivienda, más relacionada con la España interior, y que es fruto del éxodo rural de las décadas de los cincuenta y los sesenta”. Esta circunstancia explicaría, en muchos casos, que más del 10% de los hogares con menos ingresos mensuales también dispongan de una de ellas. “Estas casas no están tan relacionadas con la inversión —aclara Ariza— sino que tienen un importante valor emocional y son importantes para las relaciones familiares, algo que dificulta alquilarlas para que las habiten otras personas. Muchos de quienes disfrutan de estas viviendas residen en los cinturones obreros de las grandes ciudades”.

El INE también ofrece los datos de ocupación de las segundas viviendas en días por año, unos números que permiten afinar cuando se quiere retratar a sus usuarios: en el 40% de los casos se pasa en ellas más de 60 días anuales y solo en un 30%, menos de 30. Así que el español que posee una segunda vivienda dispone de bastante tiempo libre (quizá esté jubilado) y está dispuesto a disfrutarlo siempre en el mismo lugar, algo que, en principio, no es lo que prefieren los jóvenes. “La juventud es más móvil. Eso implica que muchas veces opta por ir cada año a nuevos lugares, alojándose en pisos turísticos con los que solo se tiene relación en el momento en el que está”, señala Ariza. “Es un cambio cultural relacionado, por ejemplo, con los vuelos low-cost”, continúa el sociólogo y urbanista, que enseguida añade que, aunque estos factores culturales son importantes, el desinterés también se debe a que para buena parte de la juventud “es imposible comprar cualquier tipo de vivienda, también la principal, por falta de poder económico y financiero”.

Puesto que hay dos tipos de segundas residencias, su efecto sobre las relaciones sociales que establecen sus usuarios también es muy distinto en cada caso: “En la España interior hay pueblos que multiplican su población en vacaciones y una intensa mezcla social”, continúa Ariza: “Básicamente porque regresan los descendientes de las personas que se marcharon hace décadas pero que necesariamente tuvieron diferente éxito económico. Por tanto, al regresar al origen (el origen no se elige, como sí sucede cuando te compras esa segunda vivienda) se generan relaciones entre personas muy diferentes en espacios públicos que generan cohesión”. Es la famosa “pandilla del pueblo”, ese grupo de amigos con pocas cosas en común pero que se siguen juntando en una peña o con motivo de una fiesta anual (por ejemplo, la Virgen de Agosto). Por su parte, las ciudades costeras, donde las segundas viviendas han sido adquiridas de acuerdo con la renta de sus compradores, “presentan más segregación, con los enormes problemas sociales que genera cualquier territorio segregado”.

Obra nueva vs. reforma

En España, la compraventa de segundas residencias ha sido un buen negocio desde algo antes de los años setenta (2,1 millones de estas casas se construyeron entre 1970 y 1991) y, según indica María Matos, directora de estudios de Fotocasa, es algo que no va a cambiar ni a corto ni a medio plazo: “La demanda está en los niveles máximos que había alcanzado en 2017″. Desde el portal inmobiliario detectan inmediatamente las tendencias del mercado y ahora parece que los compradores son más expertos y cuentan con ejercer de arrendadores durante algunos periodos: “El grueso del perfil sigue siendo el residente nacional, pero es cierto que ha variado hacia una figura más extranjera, con poder adquisitivo más alto y que se plantea alquilarla en periodos vacacionales”.

Entre obra nueva y de segunda mano, la principal ventaja de la primera es que ya incorpora todas las características que en el caso de las segundas, construidas hace décadas, solo se pueden añadir mediante una reforma profunda. “Es un error común pensar que en una casa vacaciones no se debe cuidar el aislamiento, el confort térmico y acústico”, expone la arquitecta Laura Ortín. “Si cuando estás allí pasas frío o calor, terminas haciendo poco uso de ella. Las viviendas cuidadas y saludables se usan más a menudo”, confirma.

En 2017, Laura Ortín se encargó de la ampliación de un modesto adosado en Alicante que triplicó su capacidad manteniendo la construcción original: “El encargo llegó de una familia que quería ampliar su casa de vacaciones, pero permitiendo independencia total a los hijos. Abajo, los padres, arriba los hijos con sus familias”. Fue un proyecto que trató de aportar orden, espacio y comodidad a una familia con una costumbre muy extendida: que varias generaciones convivan durante algunas semanas en la casa de unos padres o abuelos propietarios. “Una necesidad muy típica de las casas vacacionales es la de aumentar el número de camas en un momento dado. En esa casa salen espacios para dormir hasta de debajo de las piedras. En el altillo hay un futón, el sofá se despliega… La flexibilidad es fundamental”, recuerda Ortín. En general, la arquitecta aconseja buscar casas que respondan a las maneras de habitar de sus usuarios, lo que, en estos casos, quiere decir que resulten cómodas para las acciones típicas del verano: “Debemos saber dónde dejaremos la ropa mojada al subir de la playa, cómo adaptaremos la casa a visitas de amigos, dónde podríamos poner una gran mesa para comer y dónde corre la brisa y es más agradable sentarse a leer”.

Teletrabajo: la oportunidad de cumplir una vieja fantasía

La ciudad de Torrevieja, en Alicante, a principios de otoño, cuando se vacía de turistas.
La ciudad de Torrevieja, en Alicante, a principios de otoño, cuando se vacía de turistas.Alex Tihonov (Getty Images)

Es una de las fantasías más habituales entre esa mayoría de españoles que reside en municipios del interior de la Península (alrededor del 60%) y que escoge agosto para sus vacaciones: permanecer junto al mar ya bien entrado septiembre, pasear por la playa en otoño y renunciar a las obligaciones o trasladarlas. Tan frecuente es que aparece en decenas de novelas: desde Tormenta de verano de Juan García Hortelano (1962) hasta La línea del frente de Aixa de la Cruz (2017), pasando por todas las narraciones de Jon Bilbao que tienen por escenario una vieja casa de vacaciones en Ribadesella, como Los extraños (2021).

La pandemia tuvo otra derivada inesperada: se extendió el teletrabajo y, aunque en la mayoría de los casos ya se ha vuelto a la vieja modalidad de trabajo presencial, mostró una alternativa que algunos profesionales han aprovechado. La combinación de alquileres desmesurados en las grandes ciudades, segundas residencias familiares que permanecen deshabitadas durante casi todo el año y la posibilidad de teletrabajar está favoreciendo que algunos jóvenes se instalen en sus antiguos lugares de veraneo. Es el caso de Isabel Higuera, que trabaja en marketing y actualmente vive en Torrevieja. “Me mudé tras la pandemia por varias razones. Ya no me planteaba alquilar en Madrid porque eso suponía no poder ahorrar para comprarme una casa en un futuro. Además, si cobras 1.500 euros, pero te gastas 1.000 euros solo en alquiler, por muchas opciones culturales que ofrezca Madrid, no es posible acceder a ellas. Algunos amigos han optado por comprar su vivienda en lugares más apartados pero asequibles, pero eso aumenta más las distancias y, por tanto, la desconexión con los demás. Y yo sabía que quería vivir en otro tipo de ciudad, con otras distancias, menos tráfico y otra calidad de vida”, cuenta esta madrileña de 34 años.

Ella se instaló en Torrevieja porque su madre dispone de una casa allí y le pareció un buen punto de partida. Después de tres años, el balance es, en general, positivo: está aprendiendo a navegar y afirma que marcharse de Madrid le ha permitido independizarse, formalizar su relación de pareja, gastar menos y llevar una rutina más equilibrada. Pero no todo son ventajas e Isabel tampoco cree que su estancia en Torrevieja sea definitiva: “En verano la ciudad se llena de gente, pero el resto del año está habitada sobre todo por personas jubiladas o extranjeros que no buscan relacionarse. Aunque hay actividades, es más complicado generar vínculos de amistad”. ¿Y las casas? “Como no dejan de ser residencias de veraneo, no están preparadas para el invierno o están equipadas con lo mínimo”. Aun así, compensa: “Muchas cosas por fin son fáciles”.

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