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Una camilla en la casa del bombero

La colonia Bomberos, en el barrio de Moscardó, alberga 55 viviendas unifamiliares que resisten en medio de bloques de edificios

Pedro López, en la colonia de los Bomberos, en Usera.
Pedro López, en la colonia de los Bomberos, en Usera.David Expósito
Pedro Zuazua

Para localizar la colonia de los Bomberos hay que dar, primero, con alguien como Fernando José Reyter (72 años, Madrid). Reside en el barrio de Moscardó desde 1951. Está casado y tiene dos hijas. Trabajó en las artes gráficas y como jefe de almacén. Viste sombrero desde hace 20 años. Es miembro activo de la asociación vecinal. Lo saluda todo el mundo. Desde las señoras que pasan con la compra a los carteros. “Es que llevo 70 años pateándome el barrio”, argumenta.

A pocos metros del mercado de Usera, rodeada de edificios de tres y cuatro plantas y vigilada por el mural de la Venus de Usera, resiste la colonia Bomberos. Son 55 viviendas unifamiliares repartidas en dos hileras que atraviesa la calle Media que termina ―o empieza, según se mire― en curva. No es sencillo encontrar a alguien que identifique el emplazamiento de la colonia. Una serie de llamadas y mensajes desembocó en Fernando, que ha tratado de documentarse lo mejor posible para la visita. “Estas casas se construyeron para dar un hogar a los bomberos del parque de Santa María de la Cabeza, no sé si queda alguno de los habitantes originales…”.

―”¡Quedo yo! ¡Mi padre era bombero!”― se oye desde una terraza. “¡Dad la vuelta y venid a picarme, que os lo cuento!”.

Viviendas unifamiliares en la colonia de los Bomberos, en Usera.
Viviendas unifamiliares en la colonia de los Bomberos, en Usera.David Expósito

Al otro lado del timbre y de la calle está María Teresa Polo (62 años, Madrid). Administrativa en un despacho de abogados, hija de bombero. “Estas casas”, explica bajo el marco de la puerta de la suya, “las construyeron los propios bomberos en 1959. Cada uno puso su granito de arena. Mi padre, como era maestro de obra, dirigió un poco el cotarro y se quedó con esta, que estaba cerca de la esquina y tenía una montonera de luz y un patio hermoso. Abajo había un salón, cocina y comedor divididos por una pared y un baño con una bañera pequeña. El tiro de la escalera hacía las veces de despensa y arriba dos habitaciones, que se hacían tres si había hijos e hijas”.

María Teresa hace una pausa y se fija en Fernando:

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―“Yo a usted le conozco”, le dice.

―“Bueno, de verme atravesado por el barrio…”, contesta él.

María Teresa, vecina de la colonia de los bomberos.
María Teresa, vecina de la colonia de los bomberos.David Expósito
El padre de María Teresa, retratado con el uniforme de bombero.
El padre de María Teresa, retratado con el uniforme de bombero.David Expósito

La casa se divide en primer piso, segundo ―de unos 25 metros cuadrados por planta― y un bajocubierta no habitable. En la hilera de María Teresa, cuyas viviendas dan acceso a dos calles, los vecinos acordaron construir un garaje en el patio trasero, rematado con una terraza en la parte superior. “La estructura actual no tiene nada que ver con la original. Es que aquí se utilizaban los típicos radiadores eléctricos de toda la vida, de esos que dejaban la pared negra. Y una cocina bilbaína de carbón a la que atizabas y de cuya parte superior salía un tubo que iba pegado al techo y servía para el agua caliente”, rememora.

Tiene clavado en la memoria el número 310. El que identificaba a su padre como bombero. “En aquellos años, era un cuerpo muy familiar. Los fines de semana, sobre todo los sábados, las madres hacían un cestillo de comida y nos íbamos a comer al parque de bomberos. En invierno dentro. En verano sacábamos las mesas y salíamos al patio. Yo era muy pequeña, pero ¿tú sabes lo que es la sensación de esta comiendo, empezar a sonar el timbre y esperar a ver si tu padre estaba entre los bomberos que salían? Porque dependiendo de las necesidades del incendio, salía un grupo u otro”. El parque de Bomberos número 5 se construyó para dar servicio a la ampliación hacia el sur de la ciudad. También para atender emergencias en Toledo. 48 horas de servicio. 24 de descanso.

Maria Teresa y Fernando miden el grosor de los muros. “Un palmo, unos 30 centímetros”, concluye él. “Lo único malo es que están orientadas al mediodía y da el sol todo el rato”, añade ella. Las viviendas, con enfoscado en la base y ladrillo visto, se rematan con una ventana arriba y otra abajo, al lado de la puerta. Un manojo de cables ―hasta 15 diferentes― recorre las fachadas. Hay aparatos de aire acondicionado en prácticamente todas. Ambos recuerdan los tiempos en los que, en lugar de edificios, la colonia estaba rodeada por una tienda de alquiler de bicicletas, una lechería e, incluso, una tienda en la que aventaban las lanas de los colchones para mullirlos.

Fachada de dos viviendas en la colonia bomberos.
Fachada de dos viviendas en la colonia bomberos.David Expósito
Fachada de dos viviendas en la colonia bomberos.
Fachada de dos viviendas en la colonia bomberos.David Expósito

Unos números más allá de María Teresa reside Pedro López (97 años, Olmedilla, Cuenca). Antes que bombero, fue cabrero, soldado o capataz en un pantano con 50 hombres a su cargo. Se formó como ATS y fisioterapeuta. “En aquella época trabajábamos como lobos, quería darle una carrera a mis tres hijos” ―una maestra, dos veterinarios― dice antes de explicar que tiene a Carmen, su mujer, de 96 años, “en la camilla”.

“Esta casa la hicimos nosotros desde los cimientos hasta el tejado. Como teníamos juventud, pues picábamos y hacíamos de todo. Nos daban el material para construirla porque sabíamos algo de albañilería y nos íbamos arreglando de aquella manera, con la ayuda de los arquitectos y los aparejadores”.

― ¿Y qué recuerda de su etapa como bombero?

“No sé si quiero acordarme de algo, porque hemos vivido cosas muy malas. A veces salíamos de casa sin desayunar ―o desayunando arenques y vino― y regresábamos a las diez de la noche”. Aún guarda el traje de gala y algún casco, con el que juegan sus dos nietos cuando vienen.

Dos vecinos conversan en la calle principal de la colonia bomberos.
Dos vecinos conversan en la calle principal de la colonia bomberos.David Expósito

De quien sí se quiere acordar es de Severino, el padre de María Teresa, compañero de promoción. “Ya se me murió… era un gato trepando por la escala, que medía 45 metros” y se pone a explicar lo que ellos llamaban el paso del río: “se ataba la cuerda al balcón y a la punta de la escala desplegada. Con el mosquetón enganchado a una cuerda, con una pierna por encima de la cuerda y la barriga pegada… ¡Era un gato!”.

María Teresa se emociona un poco al oír el relato sobre su padre.

Fernando transmite en sus ojos la ilusión por estar escuchando nuevas historias de vecinos.

Pedro invita a pasar. Aparece Carmen para saludar. En las paredes de un cuarto lucen todos los diplomas y certificados de la formación que ha relatado en la charla inicial. También un reconocimiento del entonces alcalde, Enrique Tierno Galván: “A Pedro López, que ha dedicado con abnegación y celo más de 25 años de su vida profesional al servicio de esta corporación. Madrid, mayo de 1985″, reza. “Me llamaron al orden porque escribí una carta al Rey quejándome porque nos habían quitado al traumatólogo del parque. Cuando fui a ver al alcalde, él iba preparado para darme una reprimenda. Le expliqué el caso y los motivos. En lugar de darme un palo, me dio un diploma”.

― ¿Y esta camilla que tienes aquí?

― La utilizo para dar masajes a Carmen, que está un poco pachucha.

― ¿Le das masajes todos los días?

― Sí, todos los días.

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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