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Cómo mantenían enganchadas a las menores tuteladas de Madrid: “Me enamoré de un chaval al que mi padre me vendió”

Los móviles de las menores liberadas de una red de prostitución muestran su vulnerabilidad y su grado de dependencia

Dos menores, en el centro de acogida de Hortaleza.
Dos menores, en el centro de acogida de Hortaleza.Jaime Villanueva
Patricia Peiró

Acostumbradas a una vida desestructurada y carente de afectos, confundieron lo que debe ser el amor. “Me enamoré de un chaval al que mi padre me vendió por caballo y base (heroína), yo no elijo de quien me enamoro”, escribe una adolescente a un amigo por WhatsApp, conversación recogida en un informe policial. El resto lo hizo la necesidad y la droga. Una triple fórmula para tener a las menores atrapadas en un círculo infernal. Ella es una de las diez menores liberadas tras una operación policial, que se saldó con la detención de 37 adultos. Se hablará durante tiempo de la Operación Sana, entre otras cosas porque al menos tres de estas menores estaban tuteladas por la Comunidad de Madrid y vivían en residencias públicas. Cómo vivían y cómo fue posible que pasaran por esta pesadilla está por dilucidar todavía.

Los documentos que han dejado las menores en sus redes sociales y en sus conversaciones son un retrato de hasta dónde alcanza la vulnerabilidad de este tipo de adolescentes, que terminan siendo esclavizadas sin que hagan falta unas cadenas para retenerlas. A veces estaban enganchadas a la simple sensación de que alguien les prestaba algún tipo de atención por primera vez en su vida. Así de fácil. Así de frágiles son. Tanto como para darle naturalidad a situaciones desoladoras. Como cuando se refieren al Kalifa, un joven dominicano, que ejercía de novio, proxeneta y maltratador. Dice una testigo refiriéndose a una de las chicas, “a la que el Kalifa tiene enamoradísima y la usa para prostituirse y pasar droga”. Ellas obedecían a cambio de sustancias, dinero o simplemente atención. Cuando una le pidió parar de tener sexo con hombres, el Kalifa respondió que, si no hacía lo que él quería, se marcharía y no lo volvería a ver. Los métodos de contacto eran casi siempre las redes sociales y allí es donde quedó grabado el rastro que ayudó a certificar que los de estas niñas no eran casos aislados unos de otros.

Los centenares de páginas de documentación sobre la investigación reflejan, a través de las declaraciones de las chicas, testigos y los contenidos de sus conversaciones por redes sociales, la dependencia de ellas de los miembros de esta red y el desprecio con que ellos las manejan. Pero no solo eso, también queda claro que los adultos conocían perfectamente la edad de las niñas, algunas de ellas de 14 años cuando comenzaron a abusar de ellas. “Todo lo que me ha pasado es porque me han metido y mostrado el mundo de la prostitución. Todos los que se han acostado conmigo de forma consentida o no tenían conocimiento de mi edad”, aseguró a los agentes en octubre del año pasado una de las menores tuteladas.

Cuando los implicados conseguían que las captadas solo pudiesen pensar en su adicción, las mandaban a prostituirse al poblado chabolista de San Cristóbal de los Ángeles, al polígono Marconi y a diferentes narcopisos, algunos de ellos regentados por una especie de guardianas, como La Negra o La Rubia. Para los investigadores queda claro que estas redes se creen con impunidad para actuar así. “La inferioridad física, el miedo y la necesidad de más droga hace que estos hechos casi nunca sean denunciados”, escriben los investigadores en sus informes.

Kalifa no era el único que las engatusaba. Otra de ellas habló a la policía sobre otro de los detenidos apodado Ñoco. “Para no llegar a problemas me dijo que tenía que trabajar con él para devolverle todo (el dinero), me llenó de ilusiones, me decía que iba a ganar mucho dinero. Se puede decir que es muy peligroso, peligrosos son todos”, recoge la declaración de la chica. Otra víctima cuenta que conoció a los ahora detenidos a través de una amiga que estaba “enamorada de un dominicano”. Una madre acudió a denunciar en 2019 las desapariciones de su hija y nombró a un tal Chuky como la persona que la había introducido en el mundo de la drogadicción. Esa denuncia en aquel momento no dio frutos, pero la causa ha acabado incorporándose a esta investigación al considerar que Chuky pertenece a esta misma red.

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La técnica conocida como lover boy no es nueva y fue descrita por los investigadores policiales hace años, cuando identificaron los métodos que usaban las mafias de trata de seres humanos para captar a chicas en sus países de origen a las que luego, alejadas de su entorno, explotaban. Lo que impacta de este caso es que no han tenido que salir a otro país para encontrar la fragilidad y el desamparo necesario para aprovecharse de ellas.

La policía tiene la certeza de que la elección de las chicas no era una casualidad. “Los autores se aprovechan de la especial vulnerabilidad en cuanto a la falta de afecto, cariño y arraigo que les hace víctimas más fáciles de introducir en este mundo”, recalca uno de los informes de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Jefatura Superior de la Policía de Madrid. Los agentes tienen un nombre para esta cárcel sin barrotes: “Debido a la fuerte dependencia emocional y la adicción a las drogas se generan cadenas invisibles que les hacen permanecer junto a ellos, pese a no tener un impedimento físico para romper con ese camino”.

A cualquier hora

Ellos ordenan y ellas obedecen. El Metralla está considerado otro de los líderes de la red. Por sus conversaciones de Instagram queda claro que era habitual en él requerir la presencia de las chicas en su casa, en Vallecas, sin importarle donde se encontraran ellas o qué hora fuera. Mandaba un Uber a por ellas y en cuestión de minutos, las tenía. El 15 de julio, por ejemplo, mandó venir a una de las menores con mensajes como: “Vente ya” o “Dale”. Fueron una docena de mensajes en menos de 15 minutos hasta que la chica se puso en camino. Un mes más tarde se repite el intercambio, solo que a las seis de la mañana y un mes después, a las cinco de la mañana. “50”, le escribe Metralla, indicándole supuestamente lo que le va a pagar por el encuentro sexual.

Los mensajes en Instagram por parte de diferentes adultos se repiten y casi siempre en la madrugada. “Te quiero comer”, le dice uno de los implicados que trabaja en un bar que la policía cree que se usaba como prostíbulo. “Ven, tengo los dulces que te gustan”, escribe otro. En otros, se ve la desesperación de las menores por conseguir dinero por sus adicciones: “Por favor, ayúdame, me acuesto contigo, lo que haga falta, lo he perdido todo”. Kalifa también exigía que fueran a donde él estuviera y se encargaba de que se entendieran sus deseos. Tras exhortar a una chica a ir a su casa, le mandó varios vídeos de contenido sexual que él tenía de ella. “Con claro carácter intimidatorio”, según los informes policiales.

Después del supuesto enamoramiento inicial, cuando los detenidos habían dado a las menores atención y droga a partes iguales, comenzaban los problemas. Una de las niñas relató que, una vez que se enganchaban a la cocaína o el cannabis, empezaban a consumirla, en lugar de repartirla, como los cabecillas les habían ordenado. Esto hacía que adquirieran deudas y que para liquidarlas las enviaban al polígono Marconi, zona habitual de prostitución, o bien los propios intermediarios o líderes de la red abusaban de ellas.

En algunos momentos de lucidez, alguna de las chicas logró lanzar un mensaje de auxilio a través, también, de Instagram. Una de ellas escribió a un familiar: “Estoy mal, quiero cambiar, no quiero morir así”.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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