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Cómo sobrevivir en un centro de salud en verano, con la quinta ola de covid y la mitad de la plantilla

En el ambulatorio de Carabanchel Alto, donde hay retrasos de un mes, han creado una “agenda salvavidas”, un listado único con todos los pacientes, incluso los que no les corresponden, que priorizan cada mañana

Listas de espera Sanidad publica
Centro de salud de Carabanchel Alto, el 3 de septiembre de 2021.Santi Burgos
Isabel Valdés

Antes de las ocho de la mañana, cada día, de lunes a viernes durante el verano, dos médicas encendían sus ordenadores en el centro de salud Carabanchel Alto de Madrid. Debían ser al menos el doble, pero han estado siendo solo un par los últimos meses. Tienen dos bajas largas sin cubrir, más un permiso maternal y una renovación para la que nunca llegó sustituto. Con los mismos pacientes que tendrían si la plantilla estuviera al completo, con las patologías agravadas tras año y media de pandemia, con las urgencias que llegan, con los avisos y la atención a domicilio, con la que prestan periódicamente a presos, con la medicación que preparan para el centro de día y residencia Orpea, con pruebas en espera hasta diciembre, con el retraso de citas que alcanzan el mes. Y con gente enfadada, a veces agresiva, por todo lo anterior.

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Susana Calvo, “criada, formada, usuaria y trabajadora de la sanidad pública”, médica de atención primaria en ese centro, 28 años en la plantilla del Servicio Madrileño de Salud (Sermas), explica por teléfono que el personal no ha crecido a la par que lo ha hecho la población de ese distrito, Carabanchel. Tienen 21.356 ciudadanos y ciudadanas que atender, según los últimos datos del Gobierno regional, de 2019. Con la pandemia y la crisis, “mucha gente ya no se va de vacaciones y en verano, esa población joven que conformó este barrio hace no tanto se trae a sus padres u otros familiares para ayudarles si tienen hijos, es gente a la que también atendemos y son patologías complicadas”, explica.

Además, ven a vecinos de otros centros: “Vienen porque en los suyos están en una situación parecida, o peor, y creen que en este está mejor”. Por ejemplo, los de Abrantes, a 3,5 kilómetros de allí. Cuenta que, en ocasiones, es complicado resolver “hasta lo más cotidiano”. Y al ser un barrio en progresión, es previsible que sigan sumando habitantes a los que asistir.

“¿Cómo lo hacemos? Sobreviviendo, porque le ponemos voluntad y ganas. Y horas”. Han ideado unas “agendas salvavidas”. Cada día ponen en común, en una sola lista, los pacientes de toda la plantilla del centro, también los de aquellos que no están, y la revisan antes de comenzar la jornada: “Si cuando piden cita por teléfono cuentan lo que les pasa, podemos identificar lo que urge más y priorizamos. Administración también nos ayuda en esto, nos dan una notita con quiénes han llamado para una baja que se les acaba u otras reclamaciones que aunque sean administrativas también son urgentes”.

“¿Cómo lo hacemos? Sobreviviendo, porque le ponemos voluntad y ganas. Y horas”
Susana Calvo, médica de atención primaria en el centro de salud de Carabanchel Alto
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Cuando levantan el teléfono, solo lo sueltan para atender las citas presenciales, solucionar algunas dudas que pueda tener el equipo de enfermeras, salir corriendo a un aviso, ayudar a los dos residentes de primer año que están con ellas este curso o comerse un plátano “volando”. Se supone que terminan a las 15.00, casi nunca, “más bien nunca”, se van a esa hora. La Asociación de Médicos y Titulados Superiores denunció la semana pasada la situación del centro a Inspección de Trabajo.

“El verano ha sido tremendo. Bueno, que esto no es de este verano, viene de antes, aunque la pandemia lo ha empeorado todo”, suspira. La atención primaria arrastra un déficit estructural de cerca de 1.800 profesionales entre enfermería y medicina de familia. Este año, además, se suman 574 plazas de médicos de cabecera y 150 de pediatría sin cubrir. En mayo, cuando tocaba la graduación de los residentes de último año, recuerda Calvo que propusieron “filiar” a esos nuevos facultativos. Es decir, ofrecerles contratos “blindados”, “con cierta dignidad y un tiempo mínimo”. Pero “aquello nunca pasó”. Un total de 68 nuevos pediatras terminaron la especialidad en Madrid, había 45 vacantes, pero solo se quedaron cinco. En medicina de familia, de los 223 residentes que podrían haber cogido alguna de las 84 plazas que ofertaba la Comunidad, lo hicieron 17.

Entrada del centro de salud de Carabanchel Alto, el pasado viernes 3 de septiembre.
Entrada del centro de salud de Carabanchel Alto, el pasado viernes 3 de septiembre.Santi Burgos

El 25 de mayo, el mismo día que terminaban la residencia los nuevos médicos de familia, este diario tuvo acceso a un plan redactado por la Dirección Asistencial Centro, una de las seis en las que se divide el área sanitaria de la Comunidad y de la que dependen 49 centros, entre ellos este de Carabanchel. Planteaba una reestructuración por fases en la que el último escalón suponía el cierre de 41 de esos centros. El documento asumía la falta de recursos humanos: “Teniendo en cuenta la situación actual, la organización del plan está centrada en aquellas categorías con una situación más crítica (medicina de familia y pediatría), en las que es improbable la disponibilidad de recursos ante posibles eventualidades”.

Calvo cuenta que otra de las propuestas que hicieron desde su propio centro era precisamente “cerrarlo parcialmente”: “Para poder cubrirlo en condiciones las horas que estuviese abierto. Si lo tienes abierto, pero no tienes médicos, da igual cómo esté. La gente lo quiere abierto y nosotros ya no damos más de sí”. La tensión entre los pacientes y los profesionales ha ido creciendo según avanzaba la pandemia: los ciudadanos reclaman una atención que, con la situación actual, los médicos no pueden dar. “No es que no queramos, es que no podemos”.

En julio, la atención a los pacientes que tenía que prestar primaria se había triplicado por la quinta ola de covid. Francisco Fernández Marugán, el defensor del Pueblo en funciones, reclamó a la Comunidad de Madrid los datos de demora media para primera cita disponible en este ámbito, tras las “quejas por la elevada presión asistencial que registran los centros de salud de la región”.

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Calvo pronuncia un “ojalá”. Ojalá pudieran decir sí a todo lo que les llega en el momento que les llega, hay “dramas enormes”. Detección de tumores que se retrasan y patología depresiva, que es “bastante alta”. “Ansiedad, mucha, gente de entre 30 y 50 que de repente te dice que se quiere suicidar. No puedes dedicarle medio minuto a estas personas, necesitan lo que sea necesario, y de esto hay mucho”. Van a intentar montar algún taller o charla para que sus pacientes tengan una especie de guía y sepan cómo consultar estos temas, dónde acudir, que no retrasen pedir ayuda.

“Eso se mezcla con quienes retrasan tanto venir que cuando llegan se ha agravado muchísimo la patología y los que están enfadados porque piensan que las puertas están cerradas, que como ven el centro más vacío que de costumbre es que no estamos trabajando... Tenemos que solucionar también esas agresiones de los pacientes a los médicos”. El último informe del observatorio de agresiones a los profesionales de la Organización Médica Colegial de España, del pasado marzo, reflejaba que la pandemia había aumentado las agresiones en forma de insultos y amenazas, “especialmente a médicas de atención primaria”.

Esta doctora, responsable de intervención comunitaria del centro, cuenta que van a reunirse con los vecinos, a través de un proyecto en el que participan, “con el objetivo de caminar junto a la ciudadanía, para que sepan cómo estamos”. Detrás de ese “cómo” hay años de recortes, la pandemia desde hace un año y medio, cansancio, estrés: “Compañeros que se infectaron y lo pasaron muy mal, compañeros que hemos perdido”.

Aun así, sigue teniendo “ilusión”, dice. “He luchado por la atención primaria desde siempre, porque la población tenga acceso a la sanidad pública, por la equidad y me da rabia que esto se esté perdiendo de alguna manera. Llevo 28 años en la pública y mi idea es jubilarme cuando me toque y en este barrio, en el que crecí. Mientras, habrá que seguir peleando por no ser invisibles”.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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